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CARLOS BENITO
Sábado, 23 de mayo 2020
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Los billetes que emitió Zimbabue a finales de la primera década de este siglo suelen venderse hoy como divertidos souvenirs, aunque la situación no tuvo nada de gracia para la población. El país africano se vio sometido a una inflación tan galopante que su moneda quedaba reducida a polvo casi de inmediato, en un proceso que alcanzó extremos surrealistas: en 2008 empezó a circular el inconcebible billete de cien billones de dólares de Zimbabue (en el sistema numérico anglosajón, que es el que se utiliza allí, cien trillones), que a lo mejor permitía comprar unas verduras. Era la época en la que una pieza de pan costaba siete mil millones de dólares, que convenía pagar rápidamente porque los precios subían de un momento a otro. Al año siguiente, el Gobierno toleró el uso ya generalizado de moneda extranjera, pero los funcionarios siguieron cobrando en dólares de Zimbabue: su nómina de varios billones les llegaba, con suerte, para coger el autobús de vuelta a casa.
Son las cosas de la hiperinflación, que también dieron lugar a billetes desconcertantes en la Alemania de entreguerras o la Hungría posterior a la Segunda Guerra Mundial. A este último país corresponde, de hecho, el billete con mayor denominación que se ha imprimido, aunque nunca llegó a entrar en circulación. La divisa húngara era en aquel tiempo el pengo, pero su valor era tan irrelevante que primero se empezó a manejar el milpengo (equivalente a un millón de pengos) y después el b.-pengo (un billón de pengos). Se tenía preparado ya el billete de mil millones de b.-pengo (es decir, mil trillones de pengos, un uno seguido por veintiún ceros), pero no se utilizó. Sí estaba en la calle el de cien trillones, que equivalía a... veinte centavos de dólar americano. Esta mareante locura concluyó en 1946 con la introducción de una nueva moneda, el actual forinto o florín húngaro: íbamos a poner la tasa de cambio, pero nos da miedo acabar ahogados en el mar de ceros (si no fallan nuestras cuentas, un florinto valía cuatrocientos mil cuatrillones de pengos).
Cuando los 'gangsters' de las pelis americanas hablan de «uno de los grandes», se refieren a los billetes de mil dólares, pero en realidad Estados Unidos ha tenido una denominación mayor: los billetes de diez mil dólares que se emitieron a finales del siglo XIX y principios del XX. Los más conocidos son los de 1928 y 1934, que llevan el careto del secretario del tesoro Salmon P. Chase, el hombre que impulsó el uso del lema 'In God we trust' (en Dios confiamos) en la moneda de EE UU. Se conservan algo más de trescientos billetes de la emisión de 1934, y muchos de ellos proceden de la llamada 'Reserva de Binion'. Es decir, formaban parte de la colección personal de Ted Binion, un magnate del juego que pegó cien billetes de diez mil en un panel para exponerlos en su casino de Las Vegas. A muchos les han quedado marcas de cuando los despegaron, pero se venden en el mercado numismático por precios que oscilan entre 65.000 y 85.000 dólares.
¿Y cuál es el billete con valor más alto de los que están en vigor ahora mismo? Podemos elegir entre el de diez mil dólares de Singapur o el de diez mil dólares de Brunéi, que en realidad vienen a ser lo mismo, porque los dos países firmaron hace más de medio siglo un acuerdo por el que sus monedas mantienen la paridad. De hecho, se puede usar la de Singapur en Brunéi y viceversa. Eso sí, hay una diferencia: Singapur ha iniciado la retirada progresiva del billete de diez mil, por razones similares a las que han llevado a la UE a interrumpir la emisión del 'binladen' de quinientos euros, pero en Brunéi no parece constar ninguna medida en ese sentido. Con uno de estos billetitos de diez mil doblado en el bolsillo, uno puede salir a la calle sin miedo a desembolsos imprevistos: al cambio, ronda los 6.500 euros.
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