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Cuando tenemos un mal día, tendemos a pensar que estamos rodeados de miserables (por no recurrir a la palabra malsonante habitual que empieza por hache). Pero esto es fruto del enfado, de la frustración... En realidad, si lo pensamos bien y con calma, nos daremos cuenta de que en nuestro día a día hay muchas personas que con su amabilidad, aunque sea con pequeños gestos, mejoran nuestra vida. Y esto es algo que pasa en todas las culturas, no cuestión de cortesía ni costumbres: un estudio realizado por un equipo internacional de investigadores liderados por la Universidad de California (UCLA) determinó que los pequeños actos de bondad son universales... y frecuentes: se estima que nos ayudamos unos a otros... ¡cada dos minutos! (esto es una media, claro).
Y esto ocurre porque es imprescindible para la evolución humana, pero también porque resulta beneficioso para el amable. Si hasta nos ayuda a ligar... «Nuestros sentimientos morales de cooperación son producto de la evolución por selección natural. Hasta el punto de que, a la hora de buscar pareja, nos resultan más atractivas las personas altruistas y prosociales», indica en 'The Conversation' Fátima Servián, doctora en Psicología aplicada al ámbito Clínico y de la Salud de la Universidad Internacional de Valencia. Así que, desde el punto de vista de supervivencia de la especie, la amabilidad tiene un papel importante, por lo que nacemos ya con esa tendencia. Desde los seis meses los niños ya expresan comportamientos amables hacia otros y eligen interactuar con los demás para agradar en lugar de cerrarse en sí mismos.
¿Más beneficios de ser amable? Claudia Hammond, profesora de Psicología en la Universidad de Sussex y autora de 'Las claves de la amabilidad' (ed. Alienta), ha investigado en profundidad es te fenómeno y apunta muchos más. Afirma que numerosos estudios han concluido que los jefes más agradables obtienen mayores éxitos en sus negocios.Y también que esto puede ayudarnos a cumplir nuestros propósitos. También se ha demostrado que la amabilidad fortalece las relaciones y que los actos de bondad, «ya sean iniciativa nuestra o de los demás, mejoran nuestra salud física y mental». En este sentido, un estudio de la Universidad de Oxford publicado en 2016 concluyó que ser amable con los demás causa una pequeña pero significativa mejora en el bienestar subjetivo.Y lo que es mejor, según indica Hammond, el efecto bienestar que nos causa no es efímero: de hecho, «recordar uno de nuestros actos de amabilidad hechos en el pasado tiene tanto impacto en el bienestar como realizar uno nuevo». «Así que no es necesario ser gentil todo el tiempo», concluye.
La amabilidad es una actitud más compleja de lo que se cree, no se trata solo de ser majo. Implica empatía, autocontrol y seguridad, pero, sobre todo, saber moverse en grupo, por eso es una cualidad muy apreciada en el mundo laboral, donde saber trabajar en equipo y gestionar conflictos es clave.Además, la amabilidad se contagia: alguien con esta virtud es capaz de generar un clima positivo alrededor y refrenar incluso a las personas que pierden los estribos.Este 'contagio' ha sido descrito en numerosos estudios: uno de ellos, realizado en una oficina, reveló que quienes habían recibido una muestra de amabilidad realizaban luego tres veces más actos de amabilidad hacia otros. Es decir, un acto amable inicia una cadena.
Y, si solo miramos desde el punto de vista químico, también es un chollo ser amable. Promueve la producción de oxitocina, la hormona del bienestar y la tranquilidad, y rebaja la de cortisol, relacionada con el estrés.Según destaca Hammond, los avances en neurociencia han revelado por qué sentimos ese cálido resplandor cuando actuamos de forma generosa.Existen centros de recompensa en nuestro cerebro, conectados por lo que se conoce como la 'vía mesolímbica'.Estas zonas se activan cuando vemos a alguien a quien queremos, por ejemplo, o cuando nos dan chocolate o dinero.Pero también se estimulan por otra cosa: por regalar algo a otra persona.Es más, se ha descubierto que algunas partes del cerebro (...) parecen activarse más cuando regalamos dinero que cuando lo recibimos, así que la amabilidad no es contraria a nuestra naturaleza. Nuestro cerebro nos recompensa por ello», argumenta Hammond.
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