Unas pistas para las rabietas veraniegas (no, manual no hay)
Sin sueño, hambre ni calor extremo todo es mejor
Llega el verano y por fin podemos pasar más tiempo en familia. Nada de prisas ni figuras ausentes. «¡Hoy nos vamos todos a la playa!» ... Y no, qué va. Que los enanos se plantan, que no hay manera. Y ya está armada. Antes de soltar el tópico de cada verano –«es que los peques se asalvajan»– vamos a ver cómo afrontar esas pequeñas crisis cotidianas.
La psicóloga Silvia Álava explica que en estos meses «nos relajamos en las rutinas y eso es algo que a los niños les da mucha estabilidad el resto del año. Les relaja y les da seguridad». Ahí está la explicación de por qué les vemos más inquietos –más salvajes, coloquialmente– según avanzan las vacaciones. Los horarios se flexibilizan mucho porque no hay cole, se come más tarde, a veces la merienda llega a la hora de cenar y las noches se alargan porque surgen planes con amigos y en familia aprovechando el buen tiempo y ese atardecer tan ansiado. «Es sano que el horario se relaje pero cuando perdemos completamente las rutinas no es algo que les venga bien. Y ahí vemos que las rabietas y los problemas de conducta se incrementan».
Ese desorden horario puede estar detrás de algunas rabietas que los más pequeños no sabrán explicar pero que los mayores podríamos evitar de forma relativamente fácil. «Queremos arañar más tiempo de playa para aprovechar la mañana. A última hora, de pronto, el niño coge un cabreo tremendo. Lo que le pasa es que tiene hambre y no tiene suficiente desarrollo metacognitivo para decirlo. Lo mismo puede suceder con el sueño», detalla la experta.
Hay otro efecto, la misma razón que explica por qué septiembre es el mes de los divorcios. «Es que pasamos mucho tiempo juntos y no estamos acostumbrados». Entre jornadas maratonianas y extraescolares hay pocas horas para compartir tiempo. Y no estamos acostumbrados, especialmente los varones. Esa presencia constante también puede generar tensiones. Si uno se ha pasado el año entre balances hasta las 9 de la noche igual no es buena idea colocarse la gorra de capitán en vacaciones. Porque igual los pequeños –no digamos la compañera– no asumen bien un cambio de roles tan brusco.
Pero nos pasa algo más. Más allá de todo esto hay algo que nos altera en verano. Especialmente, a los menores. Es lo más evidente y paradójicamente lo pasamos por alto. El calor. «Si no estamos en la cornisa cantábrica, Asturias o Galicia, lo mas habitual es que estemos achicharrados. Y el calor nos irrita a todos, grandes y pequeños. Un adulto será capaz de decir que se siente a disgusto porque tiene mucho calor. Un niño estará más irritable y no sabremos por qué», analiza la experta.
Estalla la rabieta. «Lo primero que debemos hacer es analizar muy bien la situación. ¿Cuál ha sido el desencadenante?», se pregunta Silvia Álava, que advierte que «muchas veces somos los adultos los que estamos echando más gasolina». Hay muchos niños que «están acostumbrados a no obedecer hasta que haya gritos porque siempre funciona así. Igual tenemos que llegar a un acuerdo con ellos. Te lo digo una vez, te pregunto si me has entendido: sí. Pues ya está. Y pactamos cuándo lo vamos a hacer, ahora mismo o luego, pero sabiendo que ese luego igual implica que no hay tiempo para jugar», ejemplifica la responsable del gabinete psicológico Álava Reyes.
Otro clásico. Las expectativas. «Hay que ajustarlas bien. No tenemos que buscar el día perfecto porque perfecto no es nada. Nos tenemos que quedar con los momentos agradables. Pensar que, teniendo varios hijos, no va a haber ninguna discusión y van a obedecer a la primera es imposible. Hay que tenerlo claro. Estás de vacaciones con niños, y hay que ser conscientes de eso».
Las peleas
Hemos reservado unos días al sur en una zona de playa. No sale barato pero lo vamos a recordar toda la vida. Sobre todo, cuando el primer día, la niña suelta que ella no va a ir a la playa, que la arena no le gusta. Se avecina drama. «Hay que llegar a acuerdos. Vanos a hacer cosas que nos gusten a todos. A la playa vamos a ir porque nos gusta. ¿Tú quieres ir un día a la piscina? Pues vamos», explica la directora del área infantil de la clínica Álava Reyes. «No siempre nos va a gustar lo que toca hacer. Porque no siempre elige el mismo. Elegiremos todos». También es verdad que les cuesta dejar de hacer lo que les gusta, como estar en la piscina. El truco es ir avisando. «Saltas 3 veces más y nos vamos». Y cumplir, que suena más fácil de lo que es.
¿Cuál es el conflicto más típico? «Si hay más de un hijo, las peleas entre hermanos. Son muchas horas en que están juntos en estos meses y terminan discutiendo». Es decir, lo mismo que le sucede al resto.
¡Yo al campus de fútbol no voy! Pues igual te toca pagarlo
El órdago. Ese temido gesto de plantarse tan propio de la adolescencia. Hemos apuntado al chaval de 13 años al campus de fútbol, nos hemos dejado una pasta, tenemos todo organizado para las comidas, idas y venidas. Y, cuando llega el día, que no quiere ir. «Hay que pensar quién ha elegido ese campus y si hemos llegado al compromiso de apuntarle juntos. En ese caso, tiene que ir sí o sí. Si ahora te apetece menos, lo siento», explica Silvia Álava. ¿Qué hacemos? «Como lo habíamos acordado juntos, tiene que haber unas consecuencias lógicas si ahora no quieres. Te habías comprometido y por eso lo hemos pagado. En ese caso, tendrías que darnos el dinero», zanja la experta. A tirar de la paga y los ahorros. Ese concepto de consecuencia lógica, que va mucho más allá de los castigos de décadas anteriores, es útil para asumir la propia responsabilidad los actos.
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