La orquesta que nació del serrín
El abuelo Adolfo, carpintero, iba en burro de pueblo en pueblo con su acordeón. Cobraba en aceite y patatas. La semilla de una banda que hoy toca hasta en las Fallas y reúne 24.000 euros por cabeza
Arturo Checa
Viernes, 25 de julio 2025
Posguerra española. El carpintero Adolfo Moya recorre las carreteras y caminos de la Mancha en un burro. En una alforja, un acordeón. En la otra, ... aceite, queso, patatas y alubias, el 'sueldo' de su trabajo amenizando las fiestas de los pueblos. Tiempos en los que una mesa de matanza del cerdo servía para apoyar los aperos musicales. Y a lomos del jumento regresaba a su pueblo, Valera de Abajo (Cuenca). Quizás se dejara caer por el animado bar Faroles, regentado por Alejandro, su suegro. Pero 'Adolfete' no faenaba entre botellines de cerveza ni vasos de vino. Aparcaba el acordeón en un rincón y echaba mano de tablones, cinceles, lijas y serruchos en la carpintería familiar. Hombro a hombro con sus seis hermanos. Mano a mano con su padre, David. El maestro maderero. Luego repartían puertas con su burro y su carro. Y más queso, patatas, aceite y habichuelas. Allí, entre el serrín, nació su hijo Miguel. A los seis años ya se quedaba embobado con la música de su padre. En unos Reyes le regalaron una melódica y empezó a trastear con las escalas. En la Primera Comunión, un acordeón como el de papá. A los 14 años, un curso por correspondencia del Instituto Mozart de Barcelona. Y de pueblo en pueblo en su moto Mobylette. Y de mano en mano las maderas y las siete claves musicales. En 1977 nacía el Grupo Valera. Entonces trío, con Miguel al acordeón y teclado (se lo compró su padre, con un amplificador), José a la batería y Jesús Ángel tras el saxofón. Y venga pueblos, verbenas, bodas y un sinfín de celebraciones al son de la 'Tarantela', una pieza inventada por ellos de un infernal ritmo casi gimnástico.
Julio de 2025. A sus 62 años Miguel Moya apura un cigarrillo unos pasos por detrás de la mesa de sonido. Ante ella se sienta Enrique, exsaxofonista y cantante del Grupo Valera. Miguel recuerda el burro y las alforjas de su padre mientras mira sobre el escenario a sus dos hijos, Diego y Alejandro, con el resto del grupo en plena verbena en la plaza del pueblo. Como si de una fábula se tratara, el asno se ha transformado hoy en un gigantesco camión escenario. Y el queso, el aceite y las patatas del abuelo Adolfo en no menos de 100 bolos durante todo el año, unas ganancias de casi 2.000 euros por cabeza y conciertos durante una semana en plenas Fallas.
Miguel confiesa cierta envidia sana. Y sobre todo orgullo: «En el fondo eso es lo que yo quería. Vivir de la música. Pero mira, eran otros tiempos. Y había que trabajar en la carpintería familiar. Y ese serrín ha hecho posible lo que hoy es la banda. Mi padre me pudo mandar a Cuenca a estudiar. Y ahí están mis muchachos. Tres generaciones con la música en nuestras vidas». Los 'muchachos' de Miguel, los nietos de 'Adolfete', son Diego y Alejandro Moya. Las almas, músicos y gestores de lo que es hoy el Grupo Valera. De aquel acordeonista que tocaba a lomos de su asno de pueblo en pueblo, al padre que puso en marcha el trío que llevaba sus sones por «la 'alredorá'», como dice Miguel, a la formación que tiene hoy nueve integrantes (ocho en escena y Enrique Segovia –47 años, Valverde de Júcar– a las luces y el sonido) y quema el asfalto de gira por Cuenca, Albacete, Teruel, Guadalajara, Sevilla, Burgos...
En Valencia hace años que se han convertido en unos habituales de las fiestas josefinas. Son varias las comisiones que los contratan. Y sobre el escenario sigue Miguel, con su inseparable acordeón. Casi medio siglo después con pasodobles míticos como 'Campanera'. «Si la carpintería lo permite (el taller ha evolucionado hoy a una fábrica, de nombre 'Los Davices' en recuerdo al maestro patriarca) voy con ellos. ¡A las Fallas siempre! Estoy en los primeros pases de la actuación. Cuando llega 'lo moderno' dejo ya a los jóvenes. Estoy un rato escuchándoles, porque me encanta. Si me entra sueño, pues me meto en la furgoneta y a dormir... je, je», confiesa Miguel.
No le abandona una característica carcajada mientras habla. Ni la ilusión en los ojos, la misma que lucía en el diminuto escenario similar a un portal de Belén en el que tocaba allá en los 70 en pueblos tan diminutos como Piqueras del Castillo, hoy con apenas unas decenas de habitantes en invierno pero que entonces y ahora sigue vibrando con las canciones de 'los Valera', como entre los paisanos se conoce al grupo. Un ejemplo de que si se quiere, se puede, en la España vaciada.
Entre estos trotamundos de las verbenas hay un ingeniero informático, una veterinaria, un profesor de Educación Especial, un titulado por el Conservatorio Superior de Música de Valencia, un actor... «Tienen estudios pero todos viven de esto», subraya Miguel. Un grupo con sangre valenciana. Desde Llíria llegó María Ángeles Almela, una de las dos cantantes de la banda. A sus 25 años ha hecho sus pinitos en musicales como 'Cabaret' o 'Los Miserables'. Entona pero también domina el fagot con estudios de conservatorio. Y en Valencia capital nació Javier Latorre, el benjamín del grupo con 22 años. El heredero natural de Miguel con el acordeón y el teclado. «Un musicazo en mayúsculas», lo define Diego Moya (34 años, Valera de Abajo). Batería que le da igual una segunda corta que una sexta larga, una rumba, una cumbia, un 'shuffle que un 6x8. Y sobre todo 'alma mater' de una formación a pleno rendimiento medio siglo después de nacer al calor de la madera. «No hemos bajado nunca de 70 actuaciones al año y hemos llegado a hacer 132». Ello les permite llevar a la cuenta del banco hasta 24.000 euros por cabeza en los mejores años.
Diego reconoce lo más duro del oficio: «Estar lejos de los tuyos. En verano sobre todo prácticamente no los vemos, a mucha distancia de tu gente y de tu casa». Pero, como sus compañeros, se considera un privilegiado. «Hacemos todo el tiempo algo que nos apasiona. Disfrutas al mismo tiempo que trabajas. Ser músico es una forma de vida». Acompaña casi cada frase de un «je, je», una risa calcada a la que entona su padre.
«A la guitarra y voz, Alejandro Moya». Así presenta Diego en las actuaciones a su hermano. De 30 años y valeroso como él. La música es tanto su vida que hasta ha grabado un disco en solitario, 'Mar de estrellas'. Sobre las tablas comparten escenario con Mar Zorí, cantante recién incorporada (29 años, Villarobledo, Albacete), Fran Baena, conquense de 36 años y guitarrista principal, y Carlos García, de 45 años y de Casasimarro, «actor, productor, diseñador, fotógrafo», un hombre orquesta en el mundo de las verbenas, apunta Diego mientras atiende por teléfono al tiempo que pasa la ITV del gigantesco camión escenario con el que la banda se mueve por media España.
En el descanso de uno de esos conciertos, Miguel muestra orgulloso uno de los vídeos que atesora en su móvil. Allí está Adolfo, su padre. El que en la posguerra surcaba las tierras de la Mancha con su burro y tocaba en la mesa de matanza. Empuña su acordeón. En el centro, Diego, a la percusión en un cajón. «Uno, dos y tres», musita Miguel con otro lustroso acordeón para iniciar el tema. Y los tres desgranan las notas de un pasodoble. Abuelo, hijo y nieto. «¡Ahora sí ha salido bien, je, je», celebra el patriarca con la carcajada del clan. Raíces. Ilusión. Familia. La razón de todo éxito.
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