Cuántos tipos de nubes existen
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Cuántos tipos de nubes existen
Las nubes tienen género y otras curiosidadesJulia Fernández
Viernes, 30 de agosto 2024, 19:35
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¡Ay, las nubes! Esos «agregados visibles de minúsculas gotitas de agua», como las describe la Real Academia de la Lengua, que vemos en el cielo. Más en invierno que ahora, en verano. Y en el norte más que en el sur. A diario solo las miramos para intentar adivinar si tenemos que sacar el paraguas o no, o si hay que coger una cazadora o mejor una parka. Pero en vacaciones, mirarlas con atención es uno de los mayores placeres que hay. Sinónimo de no hacer nada, en el fondo hacemos mucho. Por nosotros y por nuestra salud, que requiere de los parones y de estar a la sopa boba para reconectar y funcionar, incluso mejor que antes.
Pero no, aquí no vamos a hablar de las bondades de quedarse mirando las nubes, una actividad de soñador que, según los psicólogos, sienta bien a todo el mundo. «Es curioso, infravaloramos la vida contemplativa y luego vamos a yoga, pero como pagamos por ello cumple la parcela mental de actividad y calmamos ese ansia de hacer cosas», ironiza Xavier Montero, miembro de la Sección de Psicología de las Organizaciones y el Trabajo del Colegio Oficial de Psicología de Catalunya.
De lo que vamos a hablar es de las nubes en sí, un fenómeno del que conocemos más bien poco. Lo sabe bien Francisco José Machín Jiménez, oceanógrafo físico y profesor en la Universidad de Las Palmas de Gran Canaria. Cuando le pregunta a la gente qué cree que define una nube, si el agua líquida o sólida que la forman, la respuesta que más le dan es que las nubes son vapor de agua. «Pero lo cierto es que las respuestas correctas son las opciones que yo les doy», explica. Es decir, que las nubes no son vapor de agua, «son agua líquida o en forma de hielo».
Es solo un ejemplo, porque este experto y admirador del cielo nos descubre muchas más curiosidades. La primera y más singular: tienen género. Bueno, esto no lo dice exactamente él, sino que se recoge en el Atlas Internacional de Nubes, una publicación que se editó por primera vez en 1939. En él se incluye y mejora el trabajo que en el siglo XIX hicieron Luke Howard, un farmacéutico inglés al que se le conoce como el 'padrino de las nubes', y Jean-Baptiste Lamarck, un naturalista francés que fue el que perfiló las ideas que luego el británico desarrollaría.
En esa primera guía se definieron los tipos de nubes que había. Y se ha ido actualizando hasta su última versión, que, como cuenta Machín, es de 2017. Y lo más curioso, durante todos estos años, no han dejado de aparecer nuevas variedades de este fenómeno. Hasta nueva orden, hay cinco categorías para clasificar las nubes y dentro de ellas, varias posibilidades más que las definen y precisan.
La primera de ellas es el género. Pero no hablamos de sexo, como quizá algunos podríamos pensar. Hay nada menos que diez. Uno de ellos, que seguro que les suena, es el cumulonimbo, «posiblemente la nube más espectacular», apostilla el profesor. El resto de las categorías son especie (hay 15), variedades (9), rasgos suplementarios (11) y nubes accesorias (4).
Curiosidad
¿Cuánto pesan las nubes? Las nubes parecen algodón, pero pesan un poco más de lo que el imaginario popular nos permite creer. De hecho, pesan bastante puesto que se componen de agua. La científica Margaret LeMone, experta en las nubes, calculó su peso durante su carrera en el Centro Nacional para la Investigación Atmosférica de Boulder (EE UU). Lo primero que hizo fue medir el tamaño de la sombra de la nube y estimar su altura. Luego, basándose en investigaciones anteriores, estimó que la densidad de las gotas de agua era de 0,5 gramos por metro cúbico. Y así, calculó que si una nube tenía un kilómetro cúbico de densidad y se multiplicaba por el peso de las partículas de agua, su peso estimado estaría en 500.000.000 gramos de gotas de agua, es decir 550 toneladas. Como la cifra es todavía bastante difícil de traer a la tierra, puso un ejemplo más tangible: pesaba lo mismo que 227 elefantes de dos toneladas cada uno. Entonces, ¿cómo es posible que floten? La magia, aseguró Le Mone, está en su densidad, que es menor que la del aire seco.
Hay una canción de Joaquín Sabina que enumera algunos de los tipos de nubes que podemos ver habitualmente. En la melancólica 'La canción más hermosa del mundo', el ubetense quizá más famoso dice: «Yo tenía (..) una bici diabética, un cúmulo, un cirro, una 'strato'...» . Se trata de dos nubes de las diez que hay por género, por ejemplo. Distinguirlas es fácil con tiempo, ganas y el libro que hemos dicho, o la guía que ofrece la Organización Meteorológica Mundial (OMM), que es mejor para principiantes.
Y es que los meteorólogos son otros de los que miran mucho las nubes. El tiempo, en realidad, se predice de una manera más compleja que mirando las nubes: es un cruce de datos sobre el estado de la atmósfera, utilizando modelos de predicción que identifican patrones y comportamientos, cálculos numéricos complejos y, claro está, la observación. Pero contemplándolas también podemos saber si va a llover o no, que al fin y al cabo es lo que a muchos nos interesa cuando nos levantamos una mañana dispuestos a disfrutar del ocio o del trabajo.
Y aquí, un dato práctico. Vamos a averiguar cuáles son las que nos tienen que preocupar, sobre todo en vacaciones si tenemos planes al aire libre. Los estratos son esa «capa nubosa gris y uniforme sin forma particular ni estructura», describen los expertos de eltiempo.es. Cubren todo el cielo... y traen el orbayo o sirimiri: vamos, esa lluvia fina que parece que no, pero bien que cala.
Los nimboestratos son otras de las que nos obligan a coger el chubasquero. «Dejan lluvia uniforme y duradera. Y se distinguen de las anteriores porque suelen aparecer 'jirones', esto es, nubes más pequeñitas» debajo, explica Rubén Del Campo, portavoz de la Agencia Estatal de Meteorología (Aemet). Si las identifica, agarre el impermeable o se mojará.
Otra curiosidad es que hay un tipo de nubes de las que somos responsables los sujetos. Son los homogenitus y, según Aemet, son un tipo de nubes altas que se producen por la actividad humana. Entre ellas están, por ejemplo, las estelas de los aviones, también llamadas estelas adiabáticas. La OMM detalla que persisten en el cielo durante al menos diez minutos. Otras nubes de este tipo son las acumulaciones blancas y grises que se observan sobre algunas fábricas, sobre todo, las que se forman sobre las torres de refrigeración de las centrales eléctricas.
1803 fue el año
en que el farmacéutico Luke Howard recogió el actual sistema internacional de clasificación de nubes en su ensayo 'The Modifications of Clouds'.
¿Y cómo se llaman estas nubes exactamente? Pues tienen su nombre y su apellido. El nombre es el género: por ejemplo, pueden ser cúmulos por su forma. Y luego se les añade el apellido, que es para todas ellas homogenitus. Entre ambos puede haber un segundo nombre, que respondería a la especie, la variedad y los rasgos suplementarios, aunque esta información es solo apta para los aficionados 'premium' porque tratar de memorizarlos y distinguirlos requiere de tiempo y experiencia.
Y hablando de actividad humana, también hay un nombre para las nubes de humo cuando hay un incendio: son las flammagenitus. Y se origina como resultado de la convección del calor del fuego. Otro tipo de nube muy característica es la nube homomutatus y que podemos confundir con estelas de aviones que han pasado hace tiempo. En realidad, estas no son causadas por nosotros, sino que el responsable es el fuerte viento en altura.
Mirar las nubes es verdaderamente un espectáculo. Pero si, además, lo hacemos al atardecer (o al amanecer), puede ser una superproducción de Hollywood. ¿Se han fijado que a veces en vez de blancas o grises se tornan naranjas rosas y hasta violetas? El color recibe un nombre, arrebol, y se produce no por las nubes, sino por el reflejo de la luz solar en ellas, que hace su magia para dejarnos pasmados. Si no puede dejar de mirar este fenómeno a la hora en que el sol se esconde, sepa que tiene un nombre: opacarofilia.
No todas las nubes son iguales ni están a la misma altura. La mayoría se producen en la capa baja de la atmósfera, en los primeros 12-14 kilómetros. Más allá de ellas hay otras nubes, «pero que no forman parte del ciclo de agua», precisa el oceanógrafo físico Francisco José Machín.
Es el caso de las nubes 'nacaradas'. «Parecen un cirro o un altocúmulo, pero con una irisación marcada, de colores brillantes», casi como un arcoíris. Llaman mucho la atención y son muy típicas del invierno. El responsable de ese colorido es el Sol, que se encuentra varios grados por debajo del horizonte y refleja en estas nubes que están en la estratosfera, a 20 o 30 kilómetros de la superficie.
Hay otros dos tipos más de nubes estratosféricas: las polares de ácido nítrico y agua, que son como «un velo delgado amarillento que cubre el cielo en invierno», describe la OMM. Y las noctilucentes, «de color azulado o plateado, parecen cirros y destacan sobre el cielo oscuro nocturno». Son típicas del verano.
Distinguir nubes es algo que con un poco de pericia, otro de paciencia y una buena guía podemos lograr sin mucho esfuerzo. Ser un experto en ellas es otra cosa, pero para distinguir un cirro de una estrato nos hace falta poco. Como nubes hay muchas atendiendo a sus categorías. Aquí nos vamos a centrar en las más habituales y sencillas para que esas tardes mirando el horizonte sirvan para entretenernos y, por qué no, entretener a quién tengamos al lado, más allá de echar mano de la imaginación para ver a qué se nos parece cada una de ellas.
Son esas nubes separadas con aspecto fibroso, como si estuvieran formadas por hebras. Se dan entre los 4 y los 12 kilómetros de altitud. Están formadas por cristales de hielo y nos indican que donde están hay mucha humedad y podría venir una borrasca.
Son nubes finas que a veces están a ras de suelo, como si fueran niebla. Se componen de finas gotas de agua. Forman una capa uniforme, sin una forma concreta, y puede dejar lloviznas.
Son capas de nubes blancas y grises y suelen anunciar inestabilidad. Es lo que conocemos como cielo empedrado.
Cuando vemos un cielo oscuro y plomizo lo que estamos viendo son nimboestratos. Son densas y debajo suelen aparecer jirones o nubes más pequeñas. Son de otoño e invierno, y sí, son de lluvia.
Son nubes aisladas y con las que más 'jugamos' a imaginar formas en el cielo. Son densas y de contornos delimitados. Son típicas de primavera: aparecen cuando hace calor y crecen hacia el mediodía y la tarde. A veces traen chaparrones. Crecen en vertical.
Cuando un cúmulo crece en altura y llega hasta los 18 kilómetros de altitud se llama cumulonimbo. Su parte superior suele ser lisa o achatada. Anuncian inestabilidad y las vemos en primavera, verano y principio del otoño, sobre todo.
Aparecen ocasionalmente en las regiones cercanas al polo durante el invierno a unas alturas de entre 20 y 25 kilómetros con temperaturas extraordinariamente bajas, inferiores a -78ºC, explican desde la Organización Metorológica Mundial (OMM). Se caracterizan por su colorido y son un fenómeno de invierno. Son muy típicas de la Antártida, el Ártico, Escocia, Escandinavia, Alaska, Canadá y norte de Rusia. La primera vez que se vieron en España fue en 2018, pero no son nada comunes.
Son esas nubes brillantes, plateadas o de color azul eléctrico, que vemos por la noche. Se producen en las capas más altas de la atmósfera y según un estudio de 2018 liderado por la Universidad de Hampton y la NASA contienen polvo de meteorito, además de hielo, que es lo que les da ese aspecto característico.
Son como un velo de color amarillo o anaranjado mate que cubre el cielo. Recuerdan por aspecto a los cielos de calima. «Contienen hidratos sólidos o gotitas de solución líquida de ácido nítrico y agua«, aseguran desde la OMM. «Se forman únicamente en regiones situadas en latitudes altas durante el invierno, o cerca del invierno», añaden estos expertos.
Consejos para observar las nubes
Protégete con gafas de sol De día, es conveniente que sean polarizadas y si hace mucho sol, que tengan protectores laterales opacos. Además de evitar deslumbramientos, nos protegerán de la radiación ultravioleta.
Salir por la noche Si miramos nubes al anochecer, lo mejor es hacerlo en un cielo limpio de contaminación lumínica. Y hay que esperar a que nuestros ojos se adapten a la falta de luz.
Parpadea, pero poco En realidad, de lo que se trata es de observar durante un buen rato de manera continua porque las nubes se mueven y cambian. Aparecen nuevos colores, rayos... No tengas prisa, sé paciente.
No te centres en un solo sitio Los expertos recomiendan mirar el cielo en su totalidad y, sobre todo, hacia el horizonte. Podemos, incluso, ver llegar las tormentas.
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