Normandía, las primeras piedras de Europa
En las playas de esta región del norte de Francia se alabó a un dios macabro pero necesario
Pepe Pérez-Muelas
Miércoles, 6 de agosto 2025, 23:19
Hay ruinas que no tienen edad, que son más jóvenes que el aire que respiro, que las olas del mar que golpean la costa. Normandía ... es el inicio de un nuevo tiempo. No necesita de la estética de una pirámide, ni de la grandilocuencia de un estadio. Aquí las civilizaciones no brillaron con su esplendor, ni legaron al mundo la exquisitez de sus templos. En las playas de esta región del norte de Francia se alabó a un dios macabro pero necesario. La muerte de miles de soldados venidos del otro lado del océano sirvió como sacrificio para una nueva vida que llamamos Europa. Fue el ritual sangriento del siglo XX, una centuria de alambradas y bombas.
Hoy paseo por la playa de Sword, con su monumento de la victoria. Me mojo los pies con las olas de Juno y accedo a Gold por el acantilado, hasta atisbar los restos del naufragio. Sucedió hace más de ochenta años. Los días después del desembarco, aun cuando la marea devolvía cuerpos calientes de heridas abiertas, los Aliados construyeron un puerto en la bahía para llevar a cabo la liberación de Francia. Hoy quedan barcazas recubiertas de musgo, varadas en la orilla, como erizos milenarios que sorprenden al caminante. Son las ruinas de aquella libertad ganada en la arena, palmo a palmo, hombre a hombre.
Cronología
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1940 Hitler invade Francia.
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1942 Se inicia la construcción del Muro Atlántico.
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1944 Desembarco de Normandía.
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1944 Normandía es liberada por los Aliados.
Ahora me monto en el coche y tomo la carretera que evade la costa. Es un espejismo, porque al instante vuelve a aparecer el Atlántico, con su color de acero bajo la lluvia. El silencio recubre la playa de Omaha, donde más norteamericanos murieron. Sobre las olas se eleva un monumento que brilla con el escaso sol de este día. Escondidas entre la arena nacen fortificaciones de hormigón. Son los búnkeres nazis, pertenecientes al Muro Atlántico, el sistema defensivo con el que Hitler quiso asegurar la defensa de sus dominios.
La oscuridad de uno de ellos me inunda. Estoy dentro. Una línea de luz enfoca hacia la playa. De aquí salieron las balas aquella madrugada de junio de 1944. Las disparaban soldados de apenas quince años. Tristes simulacros de hombres que antes de acabar el mediodía yacerían muertos por el calor de las granadas. Sus víctimas yacen en el cementerio americano. Muertos cercanos sobre la misma playa.
Una ruina geológica
Hasta llegar al acantilado de Utah me encuentro con la Pointe du Hoc, un cabo que dirige el sentido de las olas. La última vez que lo visité la formación rocosa se mantenía unida. La erosión, las mareas, el viento han precipitado la caída de esta roca que parecía caminar sobre el mar. Es una ruina geológica. Un lugar maltrecho como los búnkeres que lo rodean. Ambos hablan de derrotas. En Normandía se reúnen otras ciudades moribundas. Bajo la arena de sus playas persiste el terror de Gernika, el brillo del fósforo sobre Dresde.
Entre los matorrales, a la altura de las dunas, Stalingrado se desgrana piedra a piedra, Hiroshima se desintegra, humano a humano. Las ruinas de Normandía nacieron por la necesidad de acabar una guerra de exterminio. En esta sal que humedece la piel de los viajeros se respira un aire suave, de felicidad contenida. Un sol que no quema, pero que reconforta la memoria. Miro por última vez los búnkeres nazis. Las últimas ruinas de esa barbarie. Las primeras piedras de Europa.
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