Espichamos sidra, visitamos Gijón y descubrimos reliquias en la catedral de Oviedo
El pasaje suspende el examen de actualidad española, pero conocen al chef asturiano José Andrés
Iratxe López
Lunes, 28 de julio 2025, 18:03
¿Se acuerdan del bombón que dejan por la noche sobre las sábanas? Hoy ya son un par, ambos derretidos. Al salir del cuarto olvidé ... encender el aire acondicionado, imaginen el proceso de fusión, termodinámica combinada con alta cocina. Tren con techo y carcasa de metal al sol, cocedero asegurado. Para que los huéspedes no suframos el mismo efecto, el aire acondicionado aquí dentro está fuerte, así que si alguien decide apuntarse a este viaje, no olviden chaqueta y fular para la garganta. Lo bueno es que el chocolate volverá a adoptar forma sólida en cuanto encienda el Hitachi, y que los pasajeros nos mantendremos lozanos y jóvenes para siempre (criogenización, pasaste de moda). No obstante, a todo se aclimata el cuerpo.
Tal vez yo tenga el termostato averiado, porque otros pasajeros caminan felices con las extremidades y el cuello libres de accesorios. En mi caso, el pañuelo se ha convertido en mi mejor socio. Vale que no pueda hablar todo lo que quisiera por mi deficiente inglés (me encargo de compensarlo entre la tripulación gracias a mi correcto castellano), pero de ahí a quedar muda va un trecho, nunca me han gustado demasiado los 'clown'. En mi suite, cada fin de jornada los pingüinos dan las buenas noches, es eso o ahogarse, y entre respirar o dejar de hacerlo la elección se inclina por sobrevivir. Eso sí, antes de cerrar los ojos desconecto el aparato. No me apetece dormir dentro del refrigerador, soy un alma sensible con una laringe sensible también. Durante el día me siento como en un centro comercial de Tailandia, aunque qué quieren que les diga, bienvenido sea el Polo Norte si se parece a este tren.
Para desayunar hoy tomamos... sidra, ¡a lo loco! Es una forma de hablar, antes hemos dado buena cuenta de la amplia posibilidad de opciones en el coche-restaurante. He rechazado a una palmerita de chocolate que me guiñaba el ojo, por descarada, pero no he podido resistirme a la galleta artesana de clara de huevo. Cada mañana hay novedades en el bufé, dependiendo de la zona en la que amanezcamos: nuevos quesos, pastelería a estrenar... A lo que íbamos, la sidra. Para las 10:30 horas el bus nos ha acercado ya al Llagar de Trabanco. María ha sido la encargada de contar el proceso de elaboración. La empresa se fundó en 1925, así que cumple cien años. Apunto. Es una de las 34 dedicadas a elaborar sidra en Asturias. Apunto. Produce 4 millones de botellas de los 60 que saca adelante el Principado. Apunto. 'Pañar' es como se llama a la recolecta, porque las manzanas se recogen del suelo en el momento en el que el árbol, sabio él, decide que se encuentran en el mejor momento de maduración. Apuntado queda.
¿Sabían que las ponen en agua y solo reservan las que flotan porque son las mejores? Yo no tenía ni idea. El resto sirven como compostaje, dan de comer a la tierra. Tampoco me había percatado de que todas las botellas de sidra en Asturias son iguales y se reutilizan. Vamos, que compras una en Oviedo y puedes dejarla en Gijón, la lavarán y rellenarán de nuevo con su propio producto, qué prácticos estos asturianos. Al final de la explicación, llega la cata.
La anfitriona pregunta si ha gustado la sidra y la respuesta es un «no» general, así que me siento obligada a restaurar su honor y pido el segundo culín...
María muestra cómo escanciar la bebida para oxigenarla, después la espicha, traducido, la sirve desde el tonel, que la expulsa con ímpetu (no conocía la palabra con esta acepción). Ofrece a los reunidos bollos 'preñaos' (pan relleno de chorizo) para hacer colchón en el estómago, no se nos maree alguien tan temprano. Repite la única norma que el consumidor deberá cumplir para puntuar sobresaliente, a saber, beberse el culín de un trago y tirar lo que sobre, no pasearlo. La concurrencia al completo lo pasea, salvo la menda que no es nueva en estas lides. La anfitriona pregunta si ha gustado y la respuesta es un «no» general, así que me siento obligada a restaurar su honor y le pido que me sirva el segundo culín... (¡hala, de un sorbo y sin bollito, que eso es de cobardes!). En defensa de mis compañeros aduciré que el primer contacto con esta bebida no suele ser prometedor, se le toma cariño unos vasos más tarde.
Flipados por lo antiguo
En Gijón nos conceden hora y media de libertad. El problema es que el autobús debe detenerse en la punta contraria a la zona antigua hasta la que quiero llegar para conocer la casa natal de Jovellanos. Así que salgo espichada cual sidra (hay que emplear el nuevo vocabulario para incorporarlo al propio), a buen paso con el objetivo de quemar las calorías que empieza a acumular mi cuerpo para pasar el invierno. Pocos metros después de mi estampida siento dos presencias, las de Michigan han salido también espichadas. Simulan adelantarme como en una carrera, se ríen, no conocen aún el refranero español: «El que ríe el último, ríe mejor».
Van a la misma zona que yo, pero sin darse cuenta, en vez de rodear la bahía tiran recto hacia el espigón (¡ajá!). Echo mano del siguiente refrán, «más sabe el diablo por viejo que por diablo», y una es 'diabla' y de costa. De costa y desmemoriada, llego la primera al museo y gano la maratón, pero encuentro la puerta cerrada, es lunes. Los viajes alteran el cómputo del tiempo que, como un chicle, se estira. Una no sabe si viene o va, si entra o sale. Así que callejeo por el barrio alto, Cimavilla, hasta la escultura 'El Elogio del Horizonte' de Chillida. Y regreso poco a poco al restaurante Kraken donde está reservada la comida con preciosas vistas sobre el Cantábrico y excelente elección de menú (más calorías).
Al salir me fijo en una frase inscrita en el edificio: «El peor enemigo de la conservación es la indiferencia». Prometo no mostrarme indiferente ante lo que espera, y lo que espera es Oviedo. Una nueva guía acompaña al grupo hasta la catedral. Me encantan las exclamaciones de mis compañeros cuando habla de sucesos acontecidos siglos atrás. La guía: «Alfonso II 'el Casto', quien mandó construir este templo, es reconocido como el primer peregrino de la ruta jacobea en el siglo IX»; algún viajero: «Oh, siglo IX». La guía, iluminando con el móvil un muro: «En las paredes de la catedral hay grafitis hechos por la gente, el más antiguo del siglo X»; algún viajero: «Oh, siglo X».
Les flipa lo antiguo. No alucinan, en cambio, cuando ella detalla el listado de reliquias que alberga la Cámara Santa: la Cruz de los Ángeles, emblema de la ciudad; la Cruz de la Victoria, emblema de Asturias; el paño con el que se cubrió la cara de Cristo tras la crucifixión; un fragmento de madera de la Santa Cruz; un pedazo de pan de la última cena; leche de la Virgen María… (espera, espera, ¿pan de la última cena y leche de la Virgen María has dicho, criogenizados con el aire acondicionado del tren?). Enseguida llega la especificación: «Hay controversia sobre si son reales, pero lo importante es lo que hacían sentir a la gente». De acuerdo, prometí no mostrar indiferencia.
El paseo continúa por el casco antiguo, hasta la estatua de La Regenta. «¿Conocéis a esta mujer? (no la conocen), es un personaje ideado por un escritor ovetense, Clarín. ¿Y al piloto Fernando Alonso? (nada), es una estrella de la Fórmula 1. ¿Y los Premios Princesa de Asturias? (cero), los entrega la hija mayor de los Reyes de España. ¿Sabéis quiénes son los Reyes de España? (ni idea, a mí empieza a hacerme mucha gracia la situación). ¿Y al chef José Andrés? (ahí sí, uno levanta la mano)». Moraleja 1: cura de humildad este examen improvisado, a veces vivimos tan abducidos por nuestra realidad que olvidamos lo mucho que se la bufa al resto del mundo. Moraleja 2: hoy en día, los cocineros son más famosos que los monarcas, da qué pensar.
En la tierra del pitu caleya
Con vistas envidiables sobre Gijón y el Cantábrico, Kraken propone sabores del mar, del norte, productos de temporada e ingredientes locales. Lo más aplaudido: arroz meloso con pitu caleya.
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