Conocemos la playa de Las Catedrales y el cementerio donde descansa el premio Nobel Severo Ochoa
Increíble, los americanos eluden el marisco. «Venimos del país de las hamburguesas», se excusan
Iratxe López
Domingo, 27 de julio 2025
A los norteamericanos no les importa hablar de dinero. En EE.UU. la gente pregunta sin remilgos cuál es tu sueldo. No es que yo ... vaya investigando lo que cobran mis compañeros de ruta, solo me ha dado por pensar qué nivel económico gastan para permitirse este viaje de lujo. También he pensado que a ustedes les interesaría saber cuánto vale exactamente. La cifra es redonda, 4.700 euros por persona (en cada suite caben dos), 3.650 de suplemento si viajas sin compañía. Resumiendo, 9.400 euros por suite acompañado y 8.350 en soledad. Eso sí, incluye pensión completa y excursiones, y hasta el 30 de agosto descuento de 450 euros por cabeza que se apoye en la almohada. No creo que ninguno sea hiperrico, si lo son, disimulan bien. Para un norteamericano de clase media-alta el gasto es asumible.
Decido cerciorarme emulando las mejores tácticas del perspicaz periodismo de investigación: escuchar, corroborar y publicarlo (casi iguales que las de Poirot), al fin y al cabo, formular preguntas forma parte de mi trabajo. Sé que la michiganense (se las trae el gentilicio), que viaja con su hija, es secretaria y lo hace como regalo a la recién graduada en la High School. Los floridanos (esto no mejora) responden que para conocerme (qué monos), pero al final confiesan su intención de probar algo distinto. Hay profesores, jubilados que trabajaban en museos, en empresas mecánicas, en la American Express… La mayoría peina canas. Son majos, abiertos y dispuestos a la charla. Casi ninguno conoce España, salvo los que han estado en Barcelona, típico.
Sonsacarles es fácil, porque se dejan, a pesar de mi acento chungo y de su chungo acento, no crean que es sencillo pillar el tono norteamericano. Hay una pasajera, la neoyorquina, a la que solo entiendo alguna palabra suelta. Sonrío cuando me habla, porque una sonrisa abre hasta las puertas del infierno; disimulo tan bien que incluso me anima a traducir si la tripulación no la entiende, bendita alma cándida. Sobre política no les he interrogado, evito disgustos. Es un viaje muy especial para embarrarlo con aranceles y bombas. Ninguno lleva una gorra con un 'Make America great again' (¿quienes lo hacen sabrán que América es mucho más que Estados Unidos?) Ayer los de Florida, amigos de los de la Gran Manzana, me dijeron que «lo que veo es lo que hay», y veo a gente risueña con sus bermudas, sus gorras sin eslogan y sus ganas de disfrutar las vacaciones, que además tratan de pronunciar mi nombre correctamente (eso sí les hace grandes), aunque de momento no lo hayan conseguido.
A toque de campana
Hablando de caminar, toca hacerlo por la playa de Las Catedrales. La mañana ha despertado con toque de campana. Literal. Un miembro de la tripulación pasa a las 8:00 por el tren agitando el peculiar despertador analógico, muy acorde con el ambiente. Estoy cansada, con los nervios del estreno he dormido poco, pero un gran desayuno y la brisa del Cantábrico despiertan hasta a un oso en hibernación. El día ha salido nublado, una pena, no será lo mismo conocer esa maravilla natural con el cielo pintado de nubes. Me siento un poco responsable de la buena marcha del viaje, incluso del tiempo atmosférico, como si yo formara parte de la tripulación, mentalidad proletaria. De alguna manera, soy la anfitriona entre extranjeros y me gustaría que se marcharan del norte felices.
Antes de llegar, nos detenemos a admirar la panorámica desde el Mirador de O Cargadeiro, en Ribadeo. El esqueleto de este antiguo cargador de mineral se asoma a la frontera entre Galicia y Asturias, es un buen balcón para entender el cambio, aunque los pobres norteamericanos tienen una 'cookie' mental compresible. Algunos acaban de descubrir que aquí no se baila flamenco, ni se dice «¡olé!», ni se come paella. En la playa parece imposible el baño, las toallas se quedan en el maletero del autobús. Las rocas esculpen este destino, el segundo más visitado de Galicia tras Santiago de Compostela, parecen contrafuertes de una iglesia. Seguimos hacia el pueblo de Ribadeo. Allí entregan un plano de los que usábamos antes de que Google Maps acabara con el sentido de orientación de la humanidad. Desde este puerto pesquero partieron muchos a hacer Las Américas, algunos regresaron tocados por la suerte, por eso quedan ejemplos de casas indianas, las huellas de los desafortunados se las lleva el viento de la historia.
No entra en mis planes narrar cada comida de este viaje, excelentes por cierto, aunque buena parte del disfrute depende de la gastronomía. Pero he sido testigo de un pecado por el que alguno debería volver hasta Santiago andando para pedir perdón. He visto a una pasajera, pongamos Sra. X (prefiero no señalar) untar la mayonesa que acompañaba al pastel de cabracho y centollo, y abandonar la parte principal del plato (¡arderás en el infierno!). He sido testigo de cómo varios (incluida la Sra. X), engullían una pieza tras otra de pan con mantequilla y dejaban intacta la sopa de pescado y marisco repleta de almejas y nécoras. Me sangran los ojos todavía, como al Cristo de Limpias. Obvia apuntar que servidora ha cumplido con el chupeteo exhaustivo de bichos a los que mostrar adoración por la divina gloria concedida, con la complicidad del camarero que enseguida se ha dado cuenta de qué comensal sabría apreciarlos. «Venimos del país de las hamburguesas», se excusaban los ofensores ante mi perplejidad. Les perdono Señor, porque no saben lo que hacen.
La copiosa comida llama a siesta en el tren, aún así, me niego a perder un minuto de paisaje. Me encanta su acunar como una madre. Aguardo impaciente hasta el roce de las hojas contra el techo, suenan como un pato que extiende las alas y echa a volar, plata-plata-plata. Las ramas, sin embargo, chirrían, emiten una especie de quejido. Discurrimos a unos 50 kilómetros por hora, hay tiempo para observar. Imagino a Poirot en la mesa de al lado, levantando una 'crème de menthe'. Yo me doy al agua, estoy de servicio, pero en el viaje hay quien no perdona su copita después de la copita (cada comida incluye vino blanco, tinto y licor). Hacen bien, para eso está el coche-bar con su barra de madera y sus sillones granates. El salón-biblioteca se ha convertido en mi oficina, las butacas lucen un tono verde similar al musgo, aquí incluso trabajar es un placer. ¿Les había comentado que seguimos hacia Luarca? Serán dos horas de viaje hasta la siguiente visita, uno de los cementerios con mejores vistas de la península, aunque hoy lo invade una niebla fantasmal. Allí descansa el hijo pródigo de la localidad, el Premio Nobel, Severo Ochoa.
Reviso el programa, cada día entregan el que toca con horarios definidos, aunque siempre hay quien pregunta qué vamos a hacer, incomprensible. En cuanto subimos y bajamos del autobús, lo recuerdan. Desde la megafonía del tren, lo recuerdan… una prueba de que no es lo mismo oír que escuchar. Tras la localidad asturiana toca trayecto en bus, cena y velada con piano. No pienso perderla por muy de guardia que me encuentre, así que adelanto trabajo, les narro la vida en el tren segundo a segundo. A un lado un bosque de eucaliptos de esbelta figura, al otro el río Navia y la localidad homónima. ¡Cruzamos un puente sobre el agua!, despacito como la taladrante canción. Es preciso manejar con tiento las 314 toneladas que pesa este bicho, los 13 coches que lo vertebran, 4 de ellos restaurantes, 6 destinados a suites (24 en total), uno donde duerme la tripulación, otro cocina-almacén, un furgón de energía y, por supuesto, la locomotora. ¡Sonrían!, nos acaban de hacer una foto desde el exterior. Lógico, el tren llama la atención allá donde vaya, y eso que apenas se intuye la belleza interior. El Costa Verde Express es fundamentalmente guapo.
La merluza de pincho más fresca
En la frontera entre Asturias y Galicia, fue el abuelo del actual propietario quien abrió Casa Vicente, con los mejores pescados y mariscos de la Ría del Eo. Lo más aplaudido: lomo de merluza de pincho a la romana con patatas y verduras.
¿Ya estás registrado/a? Inicia sesión