Bonjour, monsieur Poirot! Comienza la aventura en el Costa Verde Express
Arranca el viaje de boato entre madera y terciopelo. Me siento la protagonista de una novela en un tren de lujo
Iratxe López
Sábado, 26 de julio 2025, 18:31
«¡Ve haciendo la maleta!», escuché la orden al otro lado del teléfono y, como chica obediente que soy (a veces), arreglé con un remedio ... casero (celo), un leve problemilla en el asa de mi equipaje (estilo MacGyver), y me dispuse a llenarla de ropa y ganas por salir pitando. Cuando supe que embarcaría en el Costa Verde Express de Renfe, busqué el libro en el que todo el mundo piensa si le advierten que viajará en un tren de lujo: 'Asesinato en el Orient Express'. Quién no ha soñado con emular a Hércules Poirot, decir aquello de: «Es en las pequeñas células grises en las que uno debe confiar». Mis pequeñas agrisadas recordaron que en las primeras páginas había un listado de personajes. De cría, para dar emoción a la lectura, junto a cada identidad escribía el nombre de amigos... y del chico de turno que me gustara al encontrar un Mr./Mrs. con idéntico apellido (cosas de preadolescente). A veces, la pareja moría pronto, entonces hacía trampa y tachaba a mis colegas para asumir otra personalidad. En este viaje no tacharé a nadie, y espero que mis compañeros regresen a casa con buena salud. No obstante, si aparece algún cadáver con puñal en la espalda o restos de veneno en los labios, prometo mantenerles informados.
La ruta de seis días a todo tren arranca en Santiago de Compostela y se estira dentro de un gusano de acero color verde de 22 metros hasta Bilbao. Paso la noche anterior en el centro de peregrinaje. Me pregunto si la aventura se convertirá en camino espiritual alternativo. Hemos sido convocados en el Parador Nacional Reyes Católicos, así que al día siguiente arrastro maleta y cuerpo a través de los 31 grados que marca el termómetro en una ciudad poco acostumbrada a tal exceso. El sol es inclemente, nada piadoso para una urbe fundada sobre la misericordia. Al entrar a la Praza do Obradoiro la gente aplaude, sé que no es a mí, pero me lo tomo como un buen presagio para este viaje de novela. Algunos se arrodillan ante la catedral, otros se abrazan. Conmueve verlos.
Es el Día del Orgullo, hay banderas multicolores por todos lados (arcoíris, otra buena señal). Accedo al antiguo Hospital Real de peregrinos que Isabel y Fernando decidieron construir allá por el siglo XV en una Galicia asediada por bandoleros, con nobles y eclesiásticos enfrentados. Un cartel reza: «A su paso aplican justicia, derriban fortalezas y destinan a los señores díscolos a la conquista de Granada» (menudo genio). En una sala aguardan la jefa de expedición y dos de nuestras guías. La gente entra con timidez. Toca mayoría absoluta de norteamericanos, la única que no puede cantar aquello de 'Born in the USA' soy yo. Temo lo poco que hablaré en esta aventura -el inglés no es la mejor de mis aptitudes- pero tras cinco minutos ya sé de dónde viene cada uno: que si Florida, que si Nuevo Méjico, Michigan, Nueva York... Ellos conocen mi condición de periodista no plurilingüe. «Oh, very interesting!», exclaman sobre mi encargo.
Tras las presentaciones, salimos a conocer la 'city'. Suena la gaita, llueven fotos y el cielo sigue cian. Marchamos cual pelotón con auriculares tras nuestra cicerone. Durante el tiempo libre descubro las fiestas del barrio de San Pedro que se niega a morir, según informa una pancarta, una batucada proLGTBI+ y un bodorrio con lanzamiento de ramo incluido desde el balcón del Palacio de Raxoi. El ansia me puede, quiero subir ya al tren, contemplarlo con estos ojitos. Necesito sentirme Poirot, distinguirme por mi aguda capacidad de observación. Deambular por la escena del crimen. Pisar moqueta. Pero es hora de comer en el Parador Nacional (tampoco es mala alternativa), de saborear el primer banquete a base de productos locales, para conocer platos y vinos de la tierra. Tocará catar Albariño y a un Albariño se le saluda con un 'bos días', 'boas tardes' o 'boas noites' porque siempre es buen momento de que te lo presenten.
Con guantes blancos
No lo había comentado aún, pero el Costa Verde Express sale desde Ferrol. Hasta allí nos trasladan en un autobús que llevará al personal hasta zonas donde los carriles no llegan. Hablando de vías, discurriremos por una estrecha, de un metro de ancho. Cada coche es una historia de recuperación, un salvar vehículos cuya vida comercial se había agotado y transformarlos en lujo turístico. El Transcantábrico, primer nombre de nuestro anfitrión, arrancó en 1983, cuando en España no existían trenes de estas características. Fue Ferrocarriles de Vía Estrecha (Feve), quien convirtió al patito feo en cisne, una preciosidad inspirada en el famoso Orient Express a partir de viejos vagones fabricados por la empresa británica The Leeds Forges por encargo de la Compañía de Ferrocarriles Vascongados. Con trece coches, número de la suerte en este caso.
Contemplarlos en fila impresiona, como impresiona ver en fila a la tripulación que hará nuestra vida más fácil. Uniformada y con guantes blancos, recibe a una clientela 'very excited'. La de Michigan no quiere entrar primera, la elegante atmósfera apabulla. Yo cedo la posición «because I'm working'» y el resto de vacaciones, me parece lo más cortés, a pesar de las ganas por conquistar territorio, por entrar en las páginas de este relato en el que no hace falta falsificar mi identidad porque soy una de las protagonistas. El ingenio de metal muda en cálida madera por dentro, si la lista del pasaje incluyera al melindroso detective, ni siquiera él podría poner pegas. Tal vez los cuatro pasos exactos de ancho y de largo que concede la habitación no le servirían para extensos paseos reflexivos, pero quién quiere reflexionar cuando puede tomarse una copa de cava como bienvenida.
El brindis abre el camino hacia la suite gran lujo que muestra sofá, más tarde convertido en amplia cama. No falta lo indispensable para sentirse cómodo: neceser completo de regalo (qué mono), zapatillas (qué detalle) y un bombón cada noche sobre las sábanas que el personal se encarga de abrir (luxury total). Cuando el tren arranca, la gente aplaude, igual que aplaudían los peregrinos. Su objetivo era la catedral dedicada al santo y la divinidad, el nuestro este tren divino. Los primeros paisajes se suceden a través de las ventanillas como en una película. Pasan fotograma a fotograma. Bosques. Agua. Personas que saludan. Bosques. Agua... Es como viajar dentro de un escaparate magnífico, cambia la perspectiva sobre el mundo, entre sillones aterciopelados, elegantes cortinas, lámparas que alumbran la negrura de los túneles.
Al principio cuesta acostumbrarse al traqueteo, los coches mecen a los huéspedes que deambulan como beodos (nada que ver con la copa de cava). Me parto de risa ante mis idas y venidas. Arrancamos felices hacia Viveiro, donde pasaremos nuestra primera noche. Allí espera la guía de esta mañana y la Resurrection Fest, festival heavy que tiene al pueblo teñido de luto. Hombres y mujeres de negro observan curiosos al grupo que les observa curioso. Yo me iría a tomar una birra con los amantes del metal, pero hoy no toca. Hoy la música está en otra parte, la canción suena a historia. Dos datos me sorprenden. Uno: con el dinero de María Sarmiento fundaron aquí en 1597 uno de los primeros colegios seculares de Galicia. Dos: el cementerio con más gallegos se encuentra en La Habana, da una pista de cuántas personas debieron emigrar para ganarse la hogaza. La nuestra espera en el tren, propone deliciosa cena y Albariño ('boas noites'). Hay hambre de alimentos y de seguir camino. Como diría monsieur Poirot: «El secreto de un buen detective es escuchar… incluso lo que no se dice». Me aplicaré el consejo y les voy contando.
¡Una de pulpo a lagareiro!
Restaurante Dos Reis regala cocina creativa de base tradicional puesta al día, dentro de un comedor con arcadas de piedra en el hostal más antiguo del mundo. Lo más aplaudido: pulpo a lagareiro.
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