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Retrato de Tomaso Albinoni en versión 'pop art'.
El Adagio de Albinoni, una joya barroca que ni es barroca, ni es de Albinoni
¿Sabías que...?

El Adagio de Albinoni, una joya barroca que ni es barroca, ni es de Albinoni

Un repaso a la historia de una de las piezas más conocidas del siglo... ejem... XX

Sábado, 18 de septiembre 2021

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De Camilo Sesto a Yngwie Malmsteen

Todo el mundo ha escuchado alguna vez el Adagio de Albinoni. De hecho, habrá bastado mencionarlo para que muchos lectores se hayan puesto a tararear mentalmente (o quizá de manera audible, que hay gente muy impetuosa) su famosa melodía, esas líneas descendentes de melancolía casi devastadora. Existen tantas versiones de esta pieza, y ha sido empleada en tantas bandas sonoras, que escapar de ella resulta prácticamente imposible: fuera del mundo clásico, la han interpretado desde Rosa López hasta el guitarrista heavy Yngwie Malmsteen, pasando por Camilo Sesto, Dyango, Nana Mouskouri o The Doors, y en el cine nos acomete desde escenas de 'Flashdance' o 'Gallipoli', por citar dos largometrajes de ambiente y tono muy diferentes. Se trata de una obra tan conocida y tan sobreexplotada que, para los más exigentes, su capacidad para emocionar está ya agotada y reducida a un tópico pasteloso, pero a la mayoría de los oyentes les sigue induciendo un respetuoso silencio y cierta congoja de ánimo. Podríamos decir, en fin, que hablamos de una de las composiciones más famosas del siglo XVIII, si no fuese por ese pequeño detalle de que ni pertenece realmente al periodo barroco, ni la escribió Tomaso Albinoni. Vamos, que lo único cierto es que se interpreta con 'tempo' de adagio.

El archivo bombardeado

Hace setenta años, absolutamente nadie había escuchado el Adagio, por la sencilla razón de que no existía. Lo publicó en 1958 el reputado musicólogo Remo Giazotto, biógrafo de Albinoni y catalogador de su obra, que lo identificó como un arreglo propio a partir de un brevísimo esbozo manuscrito que había encontrado entre los papeles del compositor veneciano. Según aclaró, se trataba de unos cuantos compases que formaban parte de una sonata datada en torno a 1708. Nadie pudo examinar jamás ese legendario fragmento, aparecido supuestamente entre los fondos del músico barroco, que se conservaban en la Biblioteca del Estado de Sajonia, en Dresde, y habían acabado destrozados por los bombardeos de la Segunda Guerra Mundial. ¿Existió alguna vez aquel germen no apócrifo del Adagio? El propio Giazotto se acabó atribuyendo en exclusiva el crédito de la pieza (que sigue sujeta a un rentabilísimo 'copyright', dado que su autor falleció en 1998), pero también es verdad que su última ayudante aseguró que, al organizar el archivo del musicólogo, vio una transcripción del famoso fragmento con el sello de la biblioteca alemana. En cualquier caso, ni siquiera así habría duda de que la práctica totalidad de la composición se debe a Giazotto y viene a ser, por tanto, un pastiche neobarroco confeccionado en el siglo XX.

Triste destino para el pobre Tomaso

El Adagio suscita unas cuantas preguntas que mueven a reflexión. ¿Habría tenido el mismo éxito la pieza si se hubiese presentado desde el principio como el Adagio de Giazotto? Y, sobre todo, ¿por qué el musicólogo no compuso más si, como parece demostrar el caso, tenía aptitudes sobradas para ello? Desde otro punto de vista, también resulta un poco triste reparar en el injusto destino de Albinoni, tan famoso en su tiempo (firmó más de medio centenar de óperas y fue admirado por el mismísimo Bach) y reducido hoy a equívoco 'one hit wonder', como autor de un único éxito que ni siquiera le pertenece.

«El nombre cambia, el valor permanece»

El omnipresente Adagio no está solo, ni mucho menos, en el universo de las obras atribuidas falsamente a un compositor famoso. En ese negociado destacan, por ejemplo, los hermanos franceses Henri y Marius Casadesus, de origen catalán y miembros de una insigne y caudalosa dinastía de músicos, que fueron los autores reales de piezas 'redescubiertas' de Mozart, Haendel y varios miembros de la familia Bach. O el violinista austriaco-estadounidense Fritz Kreisler, que asignó creaciones suyas a figuras como Vivaldi, Couperin o Boccherini. En 1935, con ocasión de su 60º cumpleaños, un crítico le preguntó en broma si no las habría compuesto todas él, y Kreisler reveló inesperadamente que, en efecto, eran suyas. «No debería importar quién haya escrito las obras en tanto gusten a la gente –argumentó–. El nombre cambia, el valor permanece».

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