Montse Buch
Un verano a la última ·
Es la inseparable preparadora de 'Paco', que es el loro más veterano de Loro Parque, en Tenerife, un trabajo en el que lleva 35 años pero del que no se aburreAlos 17 años, Montse Buch (Barcelona, 1967) hizo un trato con sus padres: estudiaría contabilidad por las tardes y ellos, a cambio, le firmarían la ... autorización para trabajar en el delfinario. Cumplió y, en cuanto tuvo el título en sus manos, lo metió al cajón y 'voló' a Tenerife para trabajar en el Loro Parque. Abierto desde 1972, es una de las atracciones turísticas de la isla. Montse atiende la entrevista y, junto a ella, 'Paco', que es casi una institución allí pese a que comparte protagonismo con 4.000 loros, no pierde ripio.
– Dice que 'Paco' es muy famoso. ¿Nos lo presenta?
– Tiene 15 años, un plumaje precioso verde, azul y rojo y es muy dicharachero. Como habla mucho e imita las voces muy bien, la gente se ríe un montón. De hecho, muchos vienen al Loro Parque y preguntan por él.
– ¡Uy, un loro adolescente! ¿Los animales también tienen una adolescencia complicada?
– Ja, ja. No, piensa que a los 8 años más o menos ya pueden empezar a criar. De hecho, a esa edad los solemos retirar de los espectáculos para que tengan descendencia. Pero 'Paco', que se ha quedado con nosotros porque se lo pasa pipa, estará hasta que él quiera.
– Hablar, habla. Pero, ¿sabrá avisar cuando se canse de entretener a los turistas?
– Con las aves entrenamos a menudo vuelos al exterior, que es algo muy osado porque podrían perfectamente echar a volar y no volver. Así que casi cada día pueden elegir entre irse o quedarse. A veces se pierden y cuando vamos a buscarlas y nos ven vuelan hacia nosotros y nos dicen: 'buenos días, mi amooooor', que es lo que nos escuchan decirles todas las jornadas. Hay uno que cada tarde, cuando nos vamos nos despide con un 'adiooooos' así muy largo. Nosotros nos vamos sin decirle nada pero él se da cuenta y se adelanta. Aunque tengan un cerebro pequeñito son más inteligentes de lo que nos creemos. Tanto que son capaces de distinguir el saludo de la mañana y la despedida de la tarde sin que les digamos nada.
– ¡Qué educados! ¿Lo está también el público?
– Por desgracia, no. Es una pelea diaria. La gente quiere tocar a los loros, cueste lo que cueste. En un momento del espectáculo, las aves vuelan sobre las cabezas de los asistentes. Les pedimos que no se muevan, pero siempre hay alguien que levanta la mano para intentar tocar a los pájaros cuando pasan cerca, lo que les asusta y provoca que en el vuelo de vuelta ya no se acerquen tanto.
– Cuando usted empezó a trabajar no había móviles. Eso habrá sido también un antes y un después, ¿no?
– Sí, absolutamente. Cuando pasas con el animal cerca del público se quieren hacer un selfie. Cada día escuchamos no sé cuántas veces: '¿puedo tocarlo?'. No, no se puede. Imaginemos que vamos con nuestro bebé. Cualquiera entendería que nos molestara que desconocidos intentaran acercarse a tocarlo. Pues ese respeto hay que tenerlo también con los animales. Yo tengo dos hijos y cuando de pequeños les traía a ver los loros nunca les dejé tocarlos porque no se debe hacer si no te conocen. Quienes trabajamos en esto somos más prudentes. ¡Pero la gente intenta tocar hasta a los delfines!
– ¿La educación, en este aspecto, va por 'barrios'?
– Sí, hay diferencias, claro. Me llaman la atención los alemanes. Son más respetuosos, se nota que allí la cultura respecto a los animales es otra.
Los 'amigables' delfines
– Usted empezó precisamente con los delfines. Les tenemos por animales adorables.
– Y lo son. Las aves son las grandes desconocidas.
– Parecen menos 'amigables'. Se habrá llevado más de un picotazo.
– Sí, siempre hay pequeños sustos. Las aves no tienen esa buena fama de los delfines ni se dan a la gente con la entrega con la que lo hace un perro. Cuesta más hacerse con ellas, pero la conexión que tenemos es tremenda. Lo que siente una persona que llega a casa después de trabajar y sale su perro a recibirle es lo que siento yo con los loros.
– ¿A dónde escaparía usted para 'desconectar' si tuviera alas como ellos?
– Volaría a Costa Rica, me encantaría ver a ciertos animales en su lugar de origen.
– De allí y más lejos vuelan para visitarles a ustedes. ¿No satura un trabajo en el que se trata con turistas a diario, como si el año fuese un interminable verano?
– No, a mí me encanta. Pero es cierto que cuando llego a casa por la tarde necesito un poco de silencio, nada de radio o música alta. Aunque llevo 35 años aquí y no me he arrepentido ni un solo día.
– ¿Ha conseguido transmitir a sus hijos esa pasión por los animales?
– Les encantan y el mayor ha elegido Biología, pero les tira mucho más todo lo que tenga que ver con el deporte.
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