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Se llama Hillary y este viernes dormía relajada en su capazo, ajena a la expectación que ha generado su particular venida al mundo, en la madrugada del martes al miércoles pasado, en plena calle y asistida por cuatro policías locales de Santa Lucía de Tirajana. Esa vivencia les ha marcado un poco a todos, que ayer volvieron a verse en una visita que los agentes quisieron hacerles en su casa familiar, en Vecindario, donde ya se restablecen del parto, y del susto, la niña, la madre, Isabella González, y la abuela Marina Gil.
Acudieron dos de los cuatro agentes que intervinieron aquella noche, Eduardo García, que fue el encargado de coger a la bebé en brazos nada más vino al mundo y de limpiarle las vías nasales para que respirase, y Floro Vega, el jefe de servicio. Con ellos también estaban los policías Sergio Hidalgo y Carlos Suárez, pero ayer no pudieron ir. A la visita les acompañó el edil del área, Francisco García. Les llevaron algunos regalos a título personal y una camisa de la mascota de la policía, Gofiote.
«Fue muy valiente», le decía este viernes Isabella a Eduardo, al que en mitad del parto, su primer parto, exhausta, hubo un momento en que le agarró fuerte de un tobillo. Tampoco se acuerda mucho. Solo que se pasó todo el tiempo mirando perdida a un lado y que cuando nació la niña no hacía sino pedir que se la salvaran. «Fue una experiencia única, muy bonita», añadía Eduardo. Para Floro, encima, era la primera vez que presenciaba un parto en directo. Tiene tres hijos y no pudo estar en ninguno de los tres.
Aquella noche Isabella había estado en el Materno, pero la mandaron otra vez a casa. Le faltaba. Pero no tanto. A las 3.00 de la madrugada se puso de parto. «Me habían dicho que me iba a doler tanto que no pensé que ya estuviera lista». Se percató porque se tocó y estaba sangrando. Hillary ya venía en camino y no dio tiempo a nada. Solo a llamar al 1-1-2 y al cuñado de Marina, para que las llevara en el coche aunque fuera al centro comarcal de Urgencias de Doctoral. Tampoco dio tiempo. Bajó las escaleras y en lo que esperaba el coche quedó tendida sobre la acera. Allí se quedó y allí nació Hillary.
Cuando llegó la Policía Local Isabella estaba en la esquina de las calles Domingo Doreste y Espronceda, de parto, con Hillary asomando ya su cabecita y con su abuela Marina muy, muy nerviosa. «Fue todo muy rápido, yo soy una llorona, pero ni grité ni lloré», cuenta Isabella, de apenas 22 años.
La niña pesó 2.800 gramos y midió 47 centímetros. Ella y su madre están en perfecto estado de salud. Son de Colombia y ahora esperan a que Hillary venga con un pan bajo el brazo y les salga algún trabajo. Por lo pronto, Hillary les ha llenado de alegría.
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