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MARÍA DEL BUSTO ABRISQUETA
Vidas simétricas en el «cruce de caminos» de Mondragón

Vidas simétricas en el «cruce de caminos» de Mondragón

Madina y Sémper reviven el pasado en el que los padres que festejan el asesinato de Carrero «acabaron llorando» por Miguel Ángel Blanco

Sábado, 2 de octubre 2021

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'Todos los futuros perdidos' no habría sido posible sin la sintonía de sus protagonistas, cómplices en la resistencia contra el terrorismo de ETA desde una procedencia ideológica dispar. No habría sido posible sin la amistad que ha ido labrándose con el paso de los años, casi sin querer, pese a que las peripecias vitales de uno y otro parecían condenadas a enlazarse desde su nacimiento distante apenas un puñado de horas: Sémper vino al mundo el 10 de enero de 1976 y Madina, al día siguiente. Es la suya la generación con padres que salen de la dictadura confiados en la construcción de la democracia, pero que ha tenido que esperar a tener hijos propios para ver una Euskadi en paz y libertad. Son los herederos de aquellos progenitores que, en no pocos casos, festejan el asesinato de Carrero Blanco y que más de dos décadas después «llorarán» por el secuestro y ejecución a manos de ETA de Miguel Ángel Blanco. Madina y Sémper coinciden por primera vez, siendo adolescentes, en un campamento de verano de la UGT antes de que ambos se adentren en la escena política mediatizada por la violencia.

Los dos crecen en un paisaje existencial parejo -el Bilbao industrial y el Irun fronterizo- y ambos traspasan en su juventud el umbral de la amenaza al afiliarse a los socialistas y a los populares vascos. Y ahora, una década después del final del tormento etarra, uno y otro residen en Madrid trabajando en la empresa privada lejos de la política que, literalmente, casi les cuesta la vida. Madina acabó yéndose tras perder el pulso por el liderazgo del PSOE con Pedro Sánchez. Sémper, incómodo en el tránsito de su partido después de la 'era Rajoy'.

La invitación editorial a hacer memoria en el décimo aniversario del fin de ETA reúne esas dos trayectorias anudadas en el «cruce de caminos» de Mondragón. Cruce físico pero también emocional. Un lugar dramáticamente marcado por la violencia sobre el que pesa -ahí están los actos por Henri Parot, el etarra de los 39 asesinatos- la huella de un pasado que aún sangra.

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