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El arquitecto Juan Herreros, en su estudio de Madrid. josé ramón ladra
«La singularidad arquitectónica debe asociarse a un sueño colectivo»

«La singularidad arquitectónica debe asociarse a un sueño colectivo»

Juan Herreros Arquitecto. «En las colmenas de viviendas la calidad de vida es muy deficiente, pero las unifamiliares son un exceso de individualismo», dice este catedrático y arquitecto, que acaba de inaugurar el museo Munch en Oslo

Sábado, 18 de diciembre 2021, 23:14

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Juan Herreros (El Escorial, 1958) es catedrático de la Escuela de Arquitectura de Madrid y también imparte clases en Columbia (Nueva York). Con anterioridad lo hizo en Chicago, Princeton y Lausana. Dirige el Estudio Herreros, que entre otros trabajos ha creado el Museo Munch de Oslo, inaugurado el pasado octubre. Dicho de otra manera, es una de las grandes figuras de la arquitectura actual. Crítico con lo que se ha llamado 'arquitectura espectáculo', preocupado por que sus obras sintonicen con su entorno y abanderado de la colaboración con especialistas de otras disciplinas, Herreros no ha perdido un ápice de la jovialidad de sus años juveniles. De entonces conserva también la mirada franca y un idealismo que pasa por entender que en su trabajo ha de haber más compromiso que arte.

- Acaba de inaugurar un museo en Oslo. En este momento, ¿España exporta o importa más proyectos arquitectónicos?

- Importa nombres de arquitectos muy centrados en el espectáculo y exporta proyectos de estudios más pequeños y comprometidos con su trabajo y ejecutados por sus titulares. Veo una obsesión aquí por implicar a los diez grandes en proyectos de relevancia, y nosotros competimos con ellos fuera de aquí. Para hacer el museo Munch en Oslo, gané a seis premios Pritzker.

- Algunas grandes avenidas de ciudades españolas parecen casi parques temáticos de arquitectura. ¿Tiene eso sentido?

- No soy muy contrario a la singularidad. Si alguien tiene la posibilidad de levantar un edificio importante es lógico que lo busque. El problema es cuando no tiene un fundamento conceptual, no está incardinado en el modelo de ciudad y es puro espectáculo que la gente percibe como anecdótico. La singularidad debe asociarse a un sueño colectivo: es lo que pasó con la Ópera de Sidney y la imagen de modernidad que la ciudad buscaba o en su momento la torre Eiffel de París.

- ¿Y esos edificios o puentes, o estructuras, de un mismo arquitecto que se encuentran casi idénticos en distintas ciudades?

- Por eso no me gusta el adjetivo 'internacional', porque me suena a venta de algo que ya saben hacer en un contexto diferente, de forma ajena a la realidad de cada lugar. Me gusta un pensamiento global, pero basado en una realidad local. Creo que las oficinas medias y pequeñas se esfuerzan por entender la cultura local y eso da como resultado una arquitectura que devuelve una imagen de la ciudad misma.

La profesión

- Pero parece que a veces se busca tener un edificio así, muy parecido a otro famoso.

- La pieza ya conocida que se ve en varias ciudades produce una sensación de extrañamiento. Antes hablábamos de singularidad: si se produce en exceso termina por generar cierta homogeneidad. Por eso defiendo a arquitectos globales que despliegan esa sensibilidad por los lugares en los que trabajan.

Recién inaugurado. Museo Munch, de Oslo, su última gran obra.
Recién inaugurado. Museo Munch, de Oslo, su última gran obra. EFE

- En estas mismas páginas decía hace unos meses su colega Oscar Tusquets que la arquitectura ya no es la profesión maravillosa que él conoció. ¿Lo ve así también?

- La profesión no es lo que era, en efecto, pero no quiero describir el cambio desde la nostalgia. Nuestra disciplina está ahora limitada por normativas, algunas cruciales, relativas a aspectos como la sostenibilidad y otros muchos más. Aquel arquitecto de antes es una figura romántica. El de hoy trabaja con muchos colaboradores y no produce desde el aislamiento de su genialidad. A mí ahora me parece que la profesión es más interesante. Las coordenadas tecnológicas y sociales de la arquitectura son otras.

- ¿Qué cambios son los más notables desde que usted comenzó a trabajar, en la primera mitad de los ochenta?

- Empecé en un momento muy especial, con un país que había salido de una dictadura y en el que tantas cosas estaban por hacer. Ese afán de participar en la construcción de algo así es irrepetible por el optimismo que había y que invitaba a la acción. También existía entonces la oportunidad de ser muy experimental. Cuando la gente joven disfruta de algo así desarrolla muy pronto grandes carreras. Se vio con la exposición que dedicó el MoMA en 2005 a la arquitectura española, algo que no había hecho en décadas.

- ¿Y hoy?

- Hay otro país en construcción y es preciso enfrentarse al cambio climático, la reducción de las desigualdades, la integración de realidades diferentes. El momento actual nos presenta una situación novedosa, con una gran tarea colectiva, también para la arquitectura.

- ¿La buena arquitectura cuánto tiene de ciencia y tecnología y cuánto de arte?

- La buena es la que está anclada en el momento presente y sus coordenadas. Tiene que dialogar con la tecnología y las corrientes de pensamiento, y ahí está el arte, y ser sensible a lo social. La arquitectura responde hoy a más cuestiones que nunca. Es creativa, pero no le añade nada ser considerada un arte. El arte tiene una capacidad de acción inmediata; la arquitectura es muy lenta, salvo las obras muy pequeñas. Prefiero sustituir arte por compromiso en cuanto a sus cualidades.

Una visión nueva

«Entre las cualidades de la arquitectura actual, prefiero sustituir el arte por el compromiso»

Obsolescencia programada

«La aberración contemporánea es el derribo. Es muy criticable tirar edificios para hacer otros»

- ¿La arquitectura actual también tiene programada su propia obsolescencia? Ahí están esos rascacielos en Asia que se derriban para hacer otros más altos.

- La aberración contemporánea es el derribo. Es muy criticable tirar edificios para hacer otros y lo es que la ciudad crezca como una mancha de aceite. Eso va contra la sostenibilidad.

- ¿Qué se puede hacer, entonces?

- En vez de tirar, deberíamos reacondicionar y transformar, hibridar esos edificios de alguna forma, sin generar escombros y sin borrar la Historia.

- Su último gran trabajo es un museo. ¿Qué papel deben jugar los museos en el futuro?

- El museo como institución está en un momento crítico. Ha exagerado su papel de atractivo turístico, en parte por su capacidad para transformar el entorno. Pero hoy todos miran hacia la ciudad en la que están, con su historia, su modelo y su ciudadanía. El ideal sería que aumentara el número de visitantes locales porque ofreciera actividades insertas en la vida cotidiana. La ciudad es el sustento de la misión de los museos, estos deben ofrecerle un autodescubrimiento, una redefinición de los deseos colectivos de la ciudadanía.

- Miremos un momento hacia los edificios residenciales. ¿La pandemia va a cambiarlos o es algo coyuntural?

- Ya se están dando esos cambios. El mercado residencial se rige por la oferta y la demanda, y la gente pide ventilación, espacios para trabajar en casa... Algunas ciudades ya están cambiando la normativa. Además estamos descubriendo cosas como de Perogrullo: nos preguntamos por qué no utilizamos las cubiertas de los edificios, que no tienen uso alguno y podían ser huertos urbanos, gimnasios, barbacoas... Podrían tener usos específicos en un momento en que hemos vuelto a descubrir el sentido de lo que es una comunidad de vecinos. Nos están pidiendo cosas nuevas.

- ¿Cómo cuáles?

- Está cambiando el concepto de calidad: hace veinte años la calidad estaba en la ubicación, el tamaño y la espectacularidad de la parte que veían las visitas. Que el salón fuera grande aunque luego las habitaciones quedaran muy pequeñas. Hoy se da mucho valor a la luz natural, la protección acústica o la eficacia energética. Antes se trataba de cómo la gente se presentaba a través de su piso y ahora se trata de que la vivienda sea acogedora.

El equilibrio

- Entre las urbanizaciones de casas unifamiliares, insostenibles energéticamente, y las grandes colmenas, insostenibles sicológicamente, ¿dónde está el punto de equilibrio?

- En la ciudad peatonal, en el modelo de los quince minutos, con presencia de la naturaleza, donde se comparten más cosas y existe una sensación de pertenencia a la misma ciudad. En esas colmenas enormes la calidad de vida es muy deficiente. Y las viviendas unifamiliares son un exceso de individualismo en el cada uno antepone lo suyo a todo lo demás, y encima resultan insostenibles. Mi batalla es contra este modelo por su exacerbado individualismo, y soy consciente de que la pandemia lo ha favorecido.

Grandes pinacotecas

«El museo como institución está hoy en un momento crítico»

Modelos clonados

«La pieza ya conocida que se ve en varias ciudades produce sensación de extrañamiento»

- Deme algún ejemplo de ciudad que represente un modelo de habitabilidad en todos los sentidos.

- Muchas ciudades españolas, y fragmentos de ciudades, responden a eso. La dimensión ideal no pasa de 600.000 habitantes ni queda por debajo de 300.000 porque entonces algunas infraestructuras, sobre todo culturales, serán más débiles. Aunque también hay ciudades muy habitables por encima o por debajo de esa población. En esa dimensión, por ejemplo, apenas hace falta coche. Claro que yo vivo en Madrid y tampoco lo tengo.

- Suele hablar de la necesidad de escuchar a las ciudades cuando se está trabajando en un proyecto. ¿Cómo se hace? ¿Cómo lo hicieron en Oslo?

- Se hace con la ayuda de especialistas con los que se debe trabajar en equipo, con gente muy técnica y otra muy teórica. En Oslo hablamos con colectivos, asociaciones, partidos políticos, instituciones... así conseguimos que se implicaran quienes querían decir algo. Y hay que reaccionar con diálogo. También hay que ir a los medios de comunicación y a otros foros de debate a explicar y escuchar.

- Cuando diseña un proyecto, ¿da más importancia al exterior, que toda la ciudad verá, o al interior, que solo unos pocos podrán disfrutar?

- No existe realmente esa separación pero es cierto que a veces tienes que reequilibrar los capítulos del gasto. Hay dos responsabilidades: una la funcional de los interiores, que hay que asociar a una experiencia vital; y otra, la fachada, que es de todos, de la ciudad en su conjunto. Todo proyecto debe buscar un equilibrio entre exigencias muy distintas y no todo se puede hacer al cien por cien. Ningún buen arquitecto está más preocupado por una cosa que por otra.

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