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Trabajar en un centro de salud canario en estos días no es fácil. Los administrativos se enfrentan a largas colas, los celadores se afanan en intentar que no se cuelen pacientes con síntomas de covid o incluso personas que acuden a las instalaciones para conocer el resultado de sus test, los médicos pasan el doble de consultas sin apenas tiempo de un respiro y las enfermeras exploran el don de la ubicuidad para hacer pruebas de covid y vacunar en el centro de salud y a domicilio, además de cumplir con sus funciones habituales.
La sexta ola de la pandemia, con alrededor de 140.000 contagios en los dos últimos meses, ha impactado contra las débiles estructuras de Atención Primaria en Canarias, poniendo a los sanitarios contra las cuerdas y dificultando el acceso de los enfermos a la principal entrada al sistema sanitario, con esperas de entre una y dos semanas para ser atendidos por sus médicos de familia.
«Veníamos de una Atención Primaria bastante pobre en recursos, en medios, en sustituciones... Sin un recambio generacional que aún no se ha preparado, sin contratos de fijeza, con mucha temporalidad a nivel nacional. Hay una compañera que lleva 18 años en el centro en situación de interinidad. Con esa mala base, la pandemia nos ha destrozado, porque encima prometen cosas que no llegan», explica el médico de familia del centro de salud de Santa María de Guía, Juan Antonio García Pastor.
Y es que el tsunami de contagios ha supuesto una sobrecarga de trabajo que ha obligado al personal de estos centros a dar lo máximo para cubrir la demanda más inmediata. «Llevo años de profesión y nunca había vivido una situación como esta que nos viene, en cierta medida, grande a todos, tanto a los profesionales de la salud como a la población», explica la enfermera del centro de salud de Guía, María José García Delgado, que recalca que hay pacientes que no han entendido lo que está pasando en los centros de salud pero recuerda que población y sanitarios están en el mismo barco.
Así y todo, pese a la saturación, todas las consultas agendadas se atienden. «En un turno doble -explica García Pastor- llego a 85 pacientes. En general, en un turno simple, entre 50 y 55 personas», un volumen que duplica lo razonable para prestar una atención óptima. «Todo lo que está apuntado se atiende. El acceso de los pacientes al sistema de salud es lo más afectado. Si me pides hora a mí, tengo una espera de 14 días para una consulta presencial. Si es para una consulta telefónica, de diez días», lamenta el médico.
Los pacientes de la doctora Elena Pérez, del centro de salud de Maspalomas, tienen que esperar alrededor de una semana por una consulta. «Hay centros de salud que superan las dos semanas de demora. Las listas de espera son importantes. Veníamos arrastrando un déficit grave y no se han sacado de las consultas las tareas administrativas. Seguimos atendiendo consultas forzadas para tramitar peticiones de transporte sanitario no urgente o tareas administrativas derivadas del nivel hospitalario. Hay gente que pierde su cita con los especialistas por estar en aislamiento y hay que reprogramarlas. Son citas forzadas para papeleo», explica la médica.
La demanda de sacar la burocracia de las consultas no es nueva, lo que resulta aún más desmoralizador. «Los compañeros estamos agotados y frustrados. Vemos cómo pasan las olas y la situación no cambia. Estamos pidiendo cosas que no son difíciles. La situación es la misma una y otra vez. Van poniendo pequeños parches que no funcionan y no resuelven nada», afirma Pérez sobre el hartazgo instalado en un personal que ve cómo los problemas se enquistan.
Las jornadas laborales de los médicos se han convertido en tour de force administrativo. «Tenemos mucho papeleo porque estamos tramitando muchas bajas laborales, que es un problema conocido. Hacemos muchas consultas telefónicas y poco trabajo con los crónicos. A diario vemos mucho agudo, mucho covid y mucho papeleo», cuenta García Pastor para resumir el efecto que está causando en el ejercicio diario de la medicina una pandemia que nunca nadie imaginó que llegara tan lejos. «Esto era inimaginable. Parece una película de ciencia ficción. No se esperó nunca», sostiene el médico.
«Las jornadas son totalmente diferentes a las que teníamos años atrás», confirma la enfermera García Delgado. «Ahora tenemos horas para atender a los pacientes con problemas respiratorios. Ahí estás a expensas de que entren pacientes con criterio de patologías respiratorias compatibles con la covid. Hay que hacerles una prueba de antígenos si es una patología leve o derivarlo a las agendas que están fuera del centro para hacerles las pruebas de antígenos o PCR. Además, si viene gente por cualquier otra cosa, hay que verlos en la unidad de atención general y también tenemos otras horas de vacunación», relata sobre su día a día la enfermera.
Una de las tareas más duras es el triaje de los pacientes en la puerta del centro de salud. Por allí pasan todos los pacientes, desde quienes acuden a la consulta con su médico de familia a personas que presentan síntomas compatibles con la covid y no saben qué deben hacer. Generalmente son auxiliares de enfermería quienes ocupan esta delicada posición. «En esta pandemia está teniendo un papel fundamental el resto de las categorías profesionales, no solo médicos y enfermería», subraya Pérez que menciona los malos ratos que viven en la puerta los celadores y auxiliares de enfermería que se enfrentan a diario a situaciones desagradables con personas enfadadas y nerviosas que, en ocasiones, son positivas o podrían serlo. «Hay pacientes que llevan tiempo esperando para que les solucionen un asunto o van al centro de salud porque el número 900 está colapsado y nadie les contesta. Están enfadados porque la atención no está siendo óptima», relata Pérez con tono compresivo. «También el personal administrativo está totalmente desbordado, con largas colas de pacientes», señala sobre la sobrecarga de los centros de salud.
Los médicos, sin embargo, están menos expuestos a la indignación de los pacientes, sobre todo en los centros de salud de zonas rurales. «Nuestra relación con la comunidad y los pacientes es otra. No somos nuevos. Sabemos su historia. Conocemos a las familias. Sabemos dónde viven. Entramos en sus casas. Con nosotros no ha habido malentendidos. Es verdad que hay cosas que les disgustan, pero de forma esporádica», reconoce García Pastor.
El miedo que sienten las personas mayores a acudir al centro de salud preocupa a los médicos de familia porque esta reticencia repercute en sus dolencias. «Estamos perdiendo el seguimiento de patologías crónicas que necesitan que vigilemos que todo vaya bien. Estas actuaciones previenen el empeoramiento y que los pacientes terminen en urgencias», lamenta Pérez.
La eficiencia de la Atención Primaria se ha visto tan comprometida desde mediados de diciembre que el Servicio Canario de Salud ha puesto en marcha un equipo de 45 médicos, ajenos a los centros de salud, que tramita bajas laborales automatizadas para los positivos asintomáticos o leves de menos de 45 años y para facilitar el aislamiento de las personas no vacunadas que han tenido contacto estrecho con un diagnosticado. Por lo pronto, en los primeros días de funcionamiento, se han tramitado 12.000 bajas por esta vía. Sin embargo, el virus sigue en la calle y, pese a que la incidencia está bajando, son muchas las personas que quedan fuera de las estadísticas de los contagios por haber constatado su infección mediante un autotest, lo que les obliga a pedir la incapacidad temporal.
Estas bajas tienen una duración de siete días desde el inicio de los síntomas, el plazo estipulado por el Ministerio de Sanidad para dar por finalizada la cuarentena de un positivo a menos que los síntomas continúen o se agraven. Sin embargo, no está claro que la variante ómicron se ajuste bien a este protocolo. «El personal sanitario infectado tiene que presentar un test de antígenos negativo para incorporarse al trabajo y está siendo positivo pasado el periodo de aislamiento», indica García Pastor que sostiene que este protocolo de aislamiento se ajustaba mejor a la infectividad de la variante delta.
A la sobrecarga y la preocupación que arrastran se añade el mismo hartazgo pandémico que sufre el resto de la población. «Es rara la conversación en la que no salga el tema. Quiero hablar de otras cosas. No doy para más. A veces, en casa, mi hijo me dice, ¿me hago un antígenos que tengo tos? Y me dan ganas de no sé qué... Es una especie de agotamiento por estar en esto tanto tiempo», explica García Delgado, que recuerda que la enfermería se ha situado en la primera línea de la epidemia haciendo pruebas diagnósticas y vacunando.
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