Secciones
Servicios
Destacamos
Necesitas ser registrado para acceder a esta funcionalidad.
Opciones para compartir
Mayte Carrasco no ha estado más asustada en su vida. Corría el año 2012 y se había propuesto entrar de manera clandestina en la ciudad siria de Homs, sitiada por las tropas de Bashar al-Ásad. Le acompañaban Roberto Fraile, Alessio Romenzi y un guerrillero rebelde que les mostraba el camino. «Entramos por las cloacas, tres kilómetros chapoteando en la mierda hasta que salimos a la superficie. La gente nos acogió en sus casas, agradecidos porque alguien se acercara hasta allí para contar su historia. Las bombas no dejaban de caer y los tiros llegaban de todas partes. Aguantamos tres días, nosotros solos y la BBC. 'De menuda nos hemos librado', pensé cuando dejamos aquello atrás. 24 horas más tarde mataban a Marie Colvin en la misma casa donde nos habíamos refugiado nosotros».
Nueve años después, Mayte es madre de una niña y rueda documentales. Aún pasa miedo, pero ahora es por su pareja, Marcel Mettelsiefen -a quien conoció en Kabul y con quien dirige la productora The Big Story Films-, «que sigue yendo a sitios chungos como hacía yo». Roberto, su cámara en Siria, ha muerto esta semana. Lo ha hecho en Burkina Faso, asesinado por una facción local de al Qaeda mientras rodaba en compañía de David Beriáin un reportaje sobre la caza furtiva en este rincón de África donde el peligro es una constante y aguarda siempre agazapado. Los dos periodistas habían desafiado a la muerte en incontables ocasiones, desde Sudamérica a Oriente Medio, hasta que, como dice Mayte, se han gastado «todos los billetes de esta lotería».
La historia de Roberto y David es la de 'la tribu', como se conoce a ese heterogéneo grupo de enviados especiales a zonas de conflicto, que suma ya doce bajas desde 1980. Nombres como Miguel Gil, que antes de morir en Sierra Leona viajó en una moto de trial y sin un duro en el bolsillo desde su Barcelona natal hasta Sarajevo para cumplir un sueño; o Juantxu Rodríguez, abatido por una bala en Panamá; o José Couso, reventado por un proyectil americano cuando cubría la guerra de Irak. Pertrechados unos con un bloc de notas; otros con una cámara Z1, el ordenador y un software de edición de vídeos. Todos con una curiosidad insaciable, sin otro deseo que recorrer el mundo y contar historias.
Un oficio mitificado en películas y libros, que no atraviesa su mejor momento y donde el perfil del informador está «condicionado por el deterioro financiero de los medios de comunicación y la consiguiente reducción de plantillas», explica Alfonso Armada, presidente de Reporteros Sin Fronteras-España. Una situación que lleva a los medios a cubrir conflictos como los de Yemen, Libia o Afganistán con reporteros 'freelance', «que asumen más riesgos por menos dinero». Las empresas se vuelven más cautelosas y en un panorama como el actual -«donde los periodistas son a menudo moneda de cambio y valen lo que vale su pasaporte», desliza con amargura Carrasco- no arriesgan sus plantillas.
Es paradójico, añade Armada, que en un mundo interconectado tengamos cada vez menos miradas propias en los lugares de conflicto. «Porque no nos engañemos, hay cosas que no se cuentan igual por teléfono, y si queremos conocer su auténtica dimensión, hay que mancharse las botas de barro, llamar a una puerta y ver y oler lo que hay detrás». Y, sin embargo, hay aspectos en los que se ha avanzado, a veces incluso a costa de retrocesos. Armada no sabe lo que hubiera dado por tener un teléfono móvil en Sarajevo, donde resultaba tan difícil transmitir. «Ahora es inconcebible porque la conexión es permanente, a veces hasta cada hora, lo que es una perversión en sí mismo porque falta reflexión».
Ricardo García Vilanova, Karlos Zurutuza, Javier Espinosa... Los reporteros en zonas de conflicto son en cierto modo una familia, «más pequeña de lo que pensamos, lo que pasa es que siempre nos movemos los mismos», resume Mikel Ayestaran, corresponsal de este periódico en Oriente Medio, que hace seis años cambió la comodidad de la redacción por la guerra en Siria. «Notaba que ese mundo idílico se había convertido en una camisa de fuerza, que llevaba dentro un Dr. Jekyll y un Mr. Hyde», explica de camino a la única tienda de Jerusalén donde venden 'rioja', después de despedir a sus dos amigos con un artículo escrito con las tripas. «Me voy a beber una botella a la salud de los dos».
Cuántas veces ha pensado Ayestaran «quién me habrá dicho a mí que me meta en este jardín». Cuántas, como dice Armada, que la exposición constante al dolor acaba formando parte de tu naturaleza y de tu propia memoria, hasta dejar huella. Y más cuando se tiene familia, esa mochila que se vuelve más pesada cuando haces de saltar trincheras tu modo de vida. «Cuando salgo por la puerta de casa siento que yo piloto la situación. La ansiedad me la crean los que dejo atrás, que he arrastrado por todo el mundo (en su caso esposa y dos hijos)». Las madres también entienden de esto. «¿Por que tienes que ir tú siempre», le repetía a David Beriáin la suya.
No se sienten cómodos con el término 'reportero de guerra'. Le ocurre, por ejemplo, a Marc Marginedas, corresponsal en Moscú de El Periódico de Catalunya, seis meses secuestrado por islamistas radicales y compañero de penurias de James Foley, asesinado poco después de que a él lo liberaran. «Yo soy periodista. Especialista en la Unión Soviética y el Mundo Árabe, que ha adquirido unas tácticas para moverse en situaciones de conflicto y tratar con gente que ha sufrido situaciones traumáticas. Punto. Todo lo demás sobra».
También a Emilio Morenatti, cámara de Associated Press que perdió un pie en Afganistán al explotar una bomba al paso del convoy militar en que se había incrustado y que cuando le preguntas por la cobertura de la que se siente más orgulloso te contesta, invariablemente, «la última». En su caso es la pandemia, una misión que aborda desde la misma perspectiva que cuando estaba destacado en el extranjero, «porque el enemigo está ahí, aunque no lo veas».
Como pregonaba Kapuściński, la de informador en zonas de conflicto no es profesión para cínicos. Marginedas ha visto tanto sufrimiento, «a tanta gente que lo ha perdido todo», que no se ve haciendo otra cosa que prestándoles su voz. Incluso cuando estaba cautivo de los yihadistas y resignado a que se le hubiera agotado la suerte, este catalán de mirada grave y barba poblada -sus colegas le llamaban 'el checheno' por todas las veces que le paraba la Policía confundiéndole- pensaba que había tenido la vida que deseaba «y eso me llenaba de paz y tranquilidad».
¿Sale uno indemne de experiencias así? Todos coinciden en que no. Marginedas ha sufrido estrés postraumático y estuvo un tiempo en tratamiento: «Volver a Barcelona dos días después de los combates y quedarme clavado en la calle, totalmente desorientado, sin saber llegar a la casa de mi mejor amiga y pensar sólo 'está todo tan limpio'». O Ayestaran, a quien un día el fuego cruzado sorprendió en una zona de Damasco que creía segura. Las fachadas llenas de impactos, los portales convertidos en morgues... y que tu compañero te ceda su chaleco antibalas y su casco. «Llévalo tú, a mí me han diagnosticado cáncer».
Saben lo que es batirse el cobre en tierra hostil. Saben también de autocensura, de relaciones ambiguas con el poder para no ser expulsados, de dilemas morales y de la precipitación que, antes o después, conduce a errores. Marginedas no cree en la cobertura de conflictos con 'riesgo 0'. «Si tomas ese camino, o eliges un bando para garantizar tu seguridad, te estás engañando a ti mismo y a tu audiencia». Aún así, sigue pensando que su trabajo es «fundamental» y que si las guerras no tuvieran testigos, el nivel de encarnizamiento de quienes toman parte en ellas sería mayor. «Es importante que cuando pasen unos años nadie pueda decir 'es que no lo sabía'. No, perdona, lo sabías pero decidiste mirar a otra parte».
Armada conoce muy bien el proceso que separa el entusiasmo temerario de la práctica responsable. Aventura. Curiosidad. Compromiso. Después de años en Balcanes, en Ruanda o en Sudán, las ha vivido de todos los colores. Sabe como pocos lo que es la adrenalina, ese chute adictivo de sentirte al límite y sin el que la vida parece carecer de sentido. «He visto a reporteros en Sarajevo hacer carreras por la Avenida de los Francotiradores, sólo por dar un plus de excitación al hecho de estar allí». Mayte Carrasco lo corrobora: «Siempre he dicho que a este oficio no hay que echarle huevos, sino cabeza. Es así»
«'Por favor, ten miedo', me dijo un día un joven al que entrevisté y es el mejor consejo que me han dado jamás -asegura Armada-. La suerte es un factor nada científico y forma parte de la naturaleza del mundo, pero el miedo es ese sexto sentido que ayuda a no correr riesgos innecesarios, aunque nada -ni siquiera la intuición- puede cubrir todos los ángulos desde donde llega el peligro. Ahí están para demostrarlo David y Roberto, «que preparaban sus viajes con meticulosidad y no descuidaban nada».
50 son los periodistas asesinados en 2020 mientras desempeñaban su trabajo, según el último informe anual de Reporteros Sin Fronteras publicado el pasado diciembre. De ellos, 49 eran profesionales locales.
Desde 1980, doce españoles han sido asesinados en zonas de conflicto Desde que Luis Espinar, periodista y sacerdote, fue torturado en un suburbio de La Paz (Bolivia), doce reporteros han muerto en zonas de conflicto. Le han seguido Juantxu Rodríguez (Panamá, 1989), Jordi Pujol Puente (Bosnia, 1992), Luis Valtueña (Ruanda, 1997), Miguel Gil Moreno (Sierra Leona, 2000), Julio Fuentes (Afganistán, 2001), José Luis Percebal (Marruecos, 2002), Julio Anguita Parrado (Irak, 2003), José Couso (Irak, 2003) y Ricardo Ortega (Haití, 2004). Cierran la lista David Beriáin y Roberto Fraile, muertos ambos en Burkina Faso esta semana.
Reporteros Sin Fronteras ha puesto a disposición de los profesionales que realizan su labor en zonas en conflicto una aplicación móvil destinada a protegerles. Se trata del 'Chaleco Digital', una herramienta desarrollada para «alertar a los periodistas que se adentren en áreas de riesgo, que lanza un SOS cuando les acecha un peligro real o que les permite compartir el itinerario de un viaje que entrañe la posibilidad de sufrir ataques o un secuestro», han informado desde la organización asistencial.
'Chaleco Digital', creado con el apoyo de TalentoMobile y el respaldo del Ministerio de Asuntos Exteriores, ya está disponible en GooglePlay para su descarga en dispositivos Android. Es la primera aplicación móvil desarrollada para la seguridad de los periodistas y está creada originalmente en español con idea de extender su uso en Hispanoamérica, una de las regiones del mundo donde estos profesionales son víctimas de más ataques. La iniciativa se suma a otras medidas de RSF como el préstamo gratuito de chalecos antibalas y cascos a reporteros freelance, la formación en seguridad digital y pólizas de seguro médico y accidente. Su presentación se iba a llevar a cabo esta semana en Madrid, pero la muerte de David y Roberto obligó a aplazar el acto hasta mediados de mayo.
Publicidad
Publicidad
Publicidad
Publicidad
Reporta un error en esta noticia
Comentar es una ventaja exclusiva para registrados
¿Ya eres registrado?
Inicia sesiónNecesitas ser suscriptor para poder votar.