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Un fetiche acapara la atención en una calle de Benín, donde el vudú y la hechicería todavía juegan un papel importante en la sociedad. SERGIO GARCÍA
Los presidentes de la tribu

Los presidentes de la tribu

Hierbas y oraciones contra la pandemia. La muerte del dirigente africano John Magufuli ilustra la confusión de algunos líderes que se antojan dirigentes modernos pero viven anclados en prácticas ancestrales como la hechicería

gerardo elorriaga

Sábado, 10 de abril 2021

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La terapia de vapor con infusiones de hierbas no salvó a John Magufuli. La covid-19 parece haberse vengado del presidente tanzano, que había proclamado su victoria sobre la pandemia con recursos de herboristería y oraciones. El dirigente falleció el pasado 17 de marzo, sin que se diera cuenta de la enfermedad que padecía. La oposición del país africano denunció que el jefe de Estado se hallaba en la UCI de un hospital indio, mientras que la tesis oficial lo situaba en su despacho, sano y salvo, y trabajando a pleno rendimiento. Las sospechas, sin embargo, se confirmaron.

La postura negacionista de Magufuli no fue una decisión personal sin trascendencia social. La contumacia del político ha afectado a sus 58 millones de compatriotas. La esfera pública y privada de algunos presidentes africanos se entremezcla; su función política se extiende arbitrariamente al ámbito de la salud, confundiendo la gestión de un Estado moderno con la ancestral práctica de hechiceros o 'sangomas'.

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La opinión del presidente tanzano puede parecer extraña, pero responde a esa mixtura nada casual entre un hombre del siglo XXI y el líder anclado en tradiciones atávicas en las que el curandero es una figura esencial. Matemático y químico, su negación del mal 'extranjero' estaba envuelta en cierta aureola nacionalista y en la determinación por combatir «fuerzas ocultas», las mismas en las que cree buena parte de la población indígena. En marzo del pasado año, el dirigente aseguró que el mal no había llegado al país y, posteriormente lo identificó con el diablo y solicitó el rezo para ponerle freno. A finales de abril, la Administración dejó de publicar datos sobre la incidencia local y en junio, Magufuli declaró que se había acabado con el coronavirus «por la intercesión divina».

Ni mascarillas ni vacunas

La posición suicida del gobierno no se limitó a la confianza en esta salvaguarda celestial. No se implanta el uso de mascarillas y tampoco se gestiona la compra de vacunas. La retórica presidencial se volvió aún más arriesgada cuando, incluso, negó la validez de los inyectables y dio rienda suelta a rencores coloniales. El estadista llegó a afirmar que eran «peligrosas» y que «si el hombre blanco fue capaz de elaborarlas, también tendría para combatir el sida, la tuberculosis, la malaria o el cáncer». Magufuli se había convertido en un hechicero reivindicativo, pero también en el jefe de la tribu que combatía al extranjero opresor llegado del norte.

El tanzano John Magufuli, furibundo negacionista.
El tanzano John Magufuli, furibundo negacionista. AP

La estrategia no se antoja tan descabellada en un territorio en el que aún se asesina a mujeres acusadas de brujería y se mata a individuos albinos para utilizar partes de su cuerpo en ceremonias rituales. La medicina moderna es, a menudo, un servicio lejano y caro, mientras que un hechizo puede resultar más accesible y barato. La actitud del jefe del ejecutivo tanzano no implica tampoco una excentricidad singular. Desde hace un año, su homólogo malgache Andry Rajoelina promociona internacionalmente un brebaje denominado 'Covid Organics' que, según proclama, previene y cura la enfermedad sin que esta aseveración tenga respaldo científico alguno.

La falta de apoyo de la Organización Mundial de la Salud a este recurso ha sido recibida con victimismo. El presidente de la mayor isla africana aduce que la institución planetaria se resiste a respaldar esta solución «porque proviene de un país pobre». Como en el caso del régimen de Dodoma, Madagascar se resiste a aprobar las vacunas, a pesar de que su población sufre la incidencia de la agresiva variante sudafricana.

Este populismo de raíces ancestrales proporciona adhesiones masivas y esconde, frecuentemente, posturas arbitrarias y autoritarias. A Magufuli, conocido como el 'Bulldozer' por su afán constructor, se le achaca el arresto de candidatos de la oposición, amaño de comicios y el bloqueo de redes sociales en tiempos electorales. Tundu Lissu, rival político responsable de una investigación que probaba el saqueo de fondos públicos por altos cargos gubernamentales, fue detenido seis veces en 2017 acusado de insultar al presidente. En setiembre del mismo año, resultó herido en un intento de asesinato que aún no ha sido esclarecido.

Las autoridades contemporáneas con base tribal son casi una pauta. La mayoría de los gobernantes se valen de fidelidades étnicas para sustentarse en el poder y sus vínculos clientelistas consolidan su victoria en las urnas. El presidente congoleño Joseph-Désiré Mobutu es el caso más extremo de esa conversión del dirigente en una suerte de jefe comunitario con poderes que se extienden más allá del mandato político. El dirigente cambió su nombre por el Mobutu Sese Seko Nkuku Wa Za Banga, es decir, 'el guerrero todopoderoso que, debido a su resistencia y voluntad inflexible, va a ir de conquista en conquista, dejando el fuego a su paso'.

Mesianismo

El iluminado jerarca, siempre tocado con un sombrero de piel de leopardo, hablaba de 'autenticidad' y no de tribalismo, que condenaba, pero lo cierto es que su empeño remitía a ese simbolismo en el culto al jefe único y sumo hacedor. Su tiranía, apoyada por Occidente, sumió en la miseria al país más rico del continente. Mobutu también es el ejemplo de la cleptocracia, la facultad para confundir la Hacienda Pública con los fondos propios. El presidente llegó a contar con 26 residencias en el país y una fortuna estimada en torno a los 8.500 millones de euros.

Los perfiles que asocian poder temporal y capacidad sanadora, ascendiente tribal y cierto mesianismo, son diversos, pero Yahya Jammeh es uno de los ejemplos preclaros de esta deriva. Este teniente lideró un golpe de Estado en 1994 contra el gobierno democrático de Gambia, su país, y se ratificó en la poltrona gracias a una victoria en las elecciones presidenciales celebradas dos años después.

La metamorfosis del antiguo militar en hechicero de élite fue sorprendente. Vestido permanentemente con una túnica blanca, el dirigente se reveló como una autoridad médica capaz de sanar el sida, la hipertensión, el asma y la infertilidad con remedios herbales. También impuso un código de vestimenta, prohibiendo la ropa interior femenina y los pantalones vaqueros por su influencia en la reducción de la natalidad.

La competencia profesional fue erradicada. Según Amnistía Internacional, a lo largo de sus más de dos décadas en el poder, unas 1.000 personas fueron detenidas por los cuerpos de seguridad y obligadas a tomar bebedizos de indeterminada composición. Fue derrotado en las urnas en 2017 y optó por exiliarse contraviniendo la aspiración de gobernar «durante mil millones de años con el apoyo de Alá» y, mientras tanto, degollar a todos los homosexuales indígenas «sin que ningún blanco pueda impedirlo».

El milagro de Jacob Zuma, ex presidente de Sudáfrica, no tiene nada que ver con sus métodos curativos, sino con su capacidad para dirigir la máxima potencia africana careciendo de una educación formal y resistir a una ofensiva judicial sin precedentes en el mundo. El dirigente que bailaba danzas autóctonas con taparrabos en sus mítines llegó a afirmar públicamente que la mejor manera de evitar el VIH era duchándose tras mantener relaciones sexuales. Los medios de comunicación tomaron a chanza el consejo, aunque resulta extremadamente irresponsable en un país en el que el 19% de la población adulta se halla afectada. Ahora bien, su relevancia como 'sangoma' o hechicero no admite réplica. El ex dirigente debe gozar de virtudes extraordinarias si ha evitado su encarcelamiento tras ser acusado de más de 700 cargos de corrupción.

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