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Otras caras de la primera fila contra el virus

Otras caras de la primera fila contra el virus

Una trabajadora de El Salto del Negro, un policía autonómico, una educadora de un centro de menores, un cartero,... Siete personas cuentan a CANARIAS7 cómo es tener que trabajar estos días.

Jueves, 1 de enero 1970

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Pese al estado de alarma y la obligatoriedad de confinamiento por la crisis sanitaria, muchos y muchas profesionales tienen que salir de casa cada día para hacer su trabajo. No están sujetos a la disciplina militar, ni la sociedad podría exigirles una heroicidad apelando a la moral. Como el resto, tienen miedo a contagiarse, pero especialmente a contagiar a los suyos. Tienen hijos y también padres y madres mayores. En su caso, no pueden hacer teletrabajo, como quien firma esta información, un reportaje hecho a través del teléfono y el WhatsApp desde el salón de mi casa, abrigada (o eso creo) del virus.

Higinio Jiménez es agente de la Policía Autonómica. Hablamos por teléfono y asegura que entre los compañeros hay «incertidumbre». Cómo no. Si de normal no saben a qué se pueden enfrentar, estos días el «enemigo» es invisible. Se preocupa por los suyos, su mujer también tienen que trabajar y tienen tres niños que dejan con los abuelos aún sabiendo que corren riesgo. Muchos compañeros se han infectado, por eso intentan extremar las medidas de protección. También en la cocina de El Salto de El Negro. Laura Rodríguez es la jefa de cocina de la prisión en la que quienes están más expuestos son los presos. Su forma de seguir siendo una heroína frente a la pandemia es «no pensar» y centrarse en su trabajo.

Las plantillas sanitarias se quejan de la falta de materiales de protección, equipamiento que tampoco llega o lo hace a cuentagotas a otros lugares como las oficinas de Correos, donde trabaja Ángel Cabanillas.

Ya no hay que firmar cuando te llega un paquete, pero para que llegue, son los carteros y carteras quienes van de casa en casa esquivando el confinamiento. «Es que piden hasta una carcasa de móvil. ¿De verdad que es urgente?» se pregunta Ángel.

En general la población sigue las recomendaciones, pero Higinio sabe bien que la solidaridad va por barrios. «Es que hay gente que pasea al perro a cinco kilómetros de dónde vive», se queja.

Laura Saz trabaja como educadora en un centro de menores dependiente del Cabildo. Son chicos y chicas de distintas edades que estos días hay que tener mas entretenidos que nunca. Sin colegio, sin actividades, sobrellevar el confinamiento se hace más difícil. Hay que guardar la «distancia social», claro, «¿pero cómo lo haces con un niño?», se pregunta Laura, que reconoce que siempre se escapa algún abrazo.

Rosa María Pinto y Pablo León no son médica o enfermero, pero la primera trabaja en el Negrín y el segundo en el hospital de la Candelaria. Administrativa y cocinero, puestos necesarios para que funcione una maquinaria que está en la primera fila contra el virus, como ellos mismos. Rosa dice que ella y sus compañeras siempre se han sentido «desprotegidas», el último eslabón. Y ahora más. Las cámaras buscan batas blancas y las mascarillas y olvidan que alguien tiene que recibir a los pacientes y que en los sótanos un equipo prepara la comida. Lo cuentan en un mensaje de WhatsApp, red por la que también envían su foto mostrando sus caras, porque ellos, también, luchan contra el coronavirus, aunque, hoy, como ayer, parezcan invisibles.

Ángel Cabanillas / Trabajador de Correos

Para Ángel Cabanillas la sensación en su sector es la de «ir a la guerra sin fusil». Son conscientes de que tienen que seguir trabajando pese al estado de alarma, pero como en otras áreas laborales que se consideran esenciales, creen que no han estado lo suficientemente equipados como para evitar el miedo al contagio y a contagiar a los suyos. Ahora están más divididos por turnos para coincidir menos, pero salir a la calle ya es un riesgo. Por eso en su casa también dejan toda la ropa y pertenencias a la entrada. También le preocupa tener compañeros mayores y él mismo es vulnerable. «Pero si ellos vienen, yo también», asegura.

Laura Rodríguez / Jefa de cocina en El Salto del Negro.

Laura Rodríguez acude cada día a su trabajo en la cocina de El Salto de El Negro. Junto a ella trabajan internos que al principio estaban preocupados porque el personal no llevaba mascarillas. «Entre la población de reclusos hay muchos inmunodeprimidos, con patologías graves», y habían oído que un trabajador que vino de Madrid había dado positivo, aunque no llegó a incorporarse. Laura prefiere «no pensar», así coge su coche cada día. «Procuramos guardas las medidas de distanciamiento social para evitar un posible contagio», señala, «pero quién sabe. Por eso prefiero no pensar».

Rosa María Pinto / Administrativa en el Hospital Doctor Negrín

Rosa María Pinto se hizo la foto desde lejos para que también salieran sus compañeras porque habla en nombre de las administrativas de admisión del Hospital Doctor Negrín. «Desde siempre, pero sobre todo en estas circunstancias en la que nos encontramos, nos hemos sentido bastante desprotegidas por parte de la administración. Todas no estamos en las mismas condiciones laborales, pero las que trabajamos directamente con pacientes no disponemos de ninguna protección para poder evitar contagios», lamenta. Pese a ello, ahí están cada día para que el hospital pueda seguir funcionando.

Laura Saz / Educadora en un Centro de Menores

Trabajar con menores que, además, están confinados no resulta fácil. En el caso de Laura Saz atiende a un grupo de siete chicos y chicas de entre 7 y 18 años. Las medidas de distanciamiento social son clave para luchar contra la pandemia, sin embargo, dice Laura «¿cómo no les vas a abrazar aunque sea al final del día?». Sus rutinas se han roto, ya no van a clase y no están en un entorno familiar. «Es que les peinas, recoges sus lápices de colores... el distanciamiento no es posible» porque, a su juicio, aumentaría el ambiente de crispación que puede darse en una situación como la actual.

Higinio Jiménez / Agente de la Policía Autonómica.

El trabajo de los y las agentes de policía cambia todos los días para adaptarse a las nuevas órdenes como consecuencia de la crisis sanitaria y el estado de alarma. Esa sensación de «todo es cambiante» afecta al personal. «Nosotros estamos en la calle» y ese «incertidumbre» afecta porque cambian horarios, cambian rutinas. También de puertas para adentro la situación afecta. Higinio está casado y su mujer sale igual que él a trabajar. Tiene dos hijos y al no haber escuela los deja con los abuelos. «Tenemos medidas estrictas, los zapatos fuera de casa, la ropa,... Por nosotros da igual, pero me preocupan ellos».

Pablo León / Cocinero en el Hospital de La Candelaria

Pablo León trabaja en la cocina del Hospital de La candelaria, en Tenerife. Este cocinero reconoce que la crisis sanitaria crea «tensión y estrés» porque todo el mundo es consciente de «de lo que pasa y del nivel de los contagios». Aún así, se echan la manta a la cabeza. «Trabajamos con ganas y con toda la profesionalidad posible», reconoce con orgullo uno de os profesionales que no puede cumplir con el confinamiento generalizado. Eso sí, León pide «medios» para que el virus remita y acabe la pandemia e insiste en un mensaje reiterado a la población en general: «Quédate en casa».

Basilio Hernández / Presidente de la Asociación Guaxayra

El reparto de comida en el barrio de Jinámar no para durante el confinamiento. Fieles a su cita, lunes, miércoles y viernes Basilio Hernández y su grupo de voluntarios ordenan los paquetes y los entregan. La gente ha aprendido a hacer cola con distanciamiento. «Ahora entran de uno en uno, y nosotros nos hemos hecho nuestras mascarillas y EPIs, hasta con pañales», dice Basilio. También se las han hecho los vecinos, los mismos que tienen que ir a buscar su lote de alimentos para sobrevivir. «Si nos contagiamos qué vamos a hacer, esto no se puede parar», afirma Basilio al otro lado del teléfono.

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