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Basta echar un vistazo a su biografía para comprender por qué María Neira, directora de Salud Pública y Medio Ambiente de la Organización Mundial de la Salud (OMS) sólo tiene una forma de hacer las cosas: «mostrando pasión» por lo que hace. No parece haber escogido el camino más cómodo. Desde su oficina en Ginebra forma parte del reducido grupo que comanda la batalla contra la Covid-19, la mayor crisis sanitaria que ha enfrentado el mundo en el último siglo y cuyas consecuencias económicas y sociales están dando un vuelco al sistema y dejando al descubierto sus debilidades. El desafío es abrumador, más aún cuando enfrente tienes a todo un presidente de los Estados Unidos que niega el cambio climático, amenaza con retirar la financiación a la OMS o resta importancia al uso de las mascarillas. Declaraciones como éstas alientan, define ella, una «histeria colectiva absurda», cuya última manifestación son los movimientos negacionistas, sus teorías conspiranoicas y el absoluto desprecio por la ciencia.
María Purificación Neira González (Langreo, 1962) asegura haber llegado donde lo ha hecho «con ganas y suerte» y, aunque rompe una lanza por la igualdad entre géneros, niega haberse sentido discriminada, «tal vez porque en la ONU existen muchos mecanismos para evitarlo». Su trayectoria desde que de niña recorría arriba y abajo el paseo de la Felguera, o jugaba frente al taller de máquinas de escribir que regentaba su padre, es la prueba evidente. Ella misma cuenta que su interés por la medicina despertó temprano, aunque de no haber prosperado esa vocación «habría hecho teatro». Tablas no le faltan.
Estudió Medicina y Cirugía en la Universidad de Oviedo y su primer destino fue en el Hospital de Silicosis de la cuenca del Nalón, recogiendo esputos de los mineros enfermos para analizarlos. Allí, en medio de ese paisaje contaminado, el río que bajaba negro y un cielo plúmbeo donde anidaban brochazos de humo, fue donde María empezó a desarrollar su preocupación por el medio ambiente. Marchó a París, donde en apenas tres años se especializó en Endocrinología y Enfermedades Metabólicas primero y en Nutrición después. En su camino se cruzó entonces Ginebra para zambullirse en la preparación de emergencias y el manejo de crisis. ¿Premonitorio, no?
Con apenas 29 años, Neira se adentró en un camino, el de la cooperación internacional, que también seguiría Fernando Simón. Honduras, Salvador y Nicaragua fueron su teatro de operaciones durante dos años de la mano de Médicos Sin Fronteras, un escenario donde no faltaron encontronazos con la guerrilla. De allí saltó a África para combatir el sida, el ébola o el cólera en Ruanda, en Mozambique, en Congo. ¿Cómo llega alguien bregado en el trabajo de campo a las más altas instancias de la salud mundial? «Cuando quieres hacer algo más, la bata blanca se queda pequeña», ha resumido ella sin aspavientos.
Para cuando fue nombrada presidenta de la Agencia Española de Seguridad Alimentaria, ya había trabajado para la OMS en Ginebra en la prevención de enfermedades infecciosas, a donde volvió convertida en directora del que es su puesto desde hace 15 años. Allí reside con su marido, el arquitecto Salvatore Ippolito, vinculado desde hace años a ACNUR, y su hijo.
A Faustino Blanco, secretario general de Sanidad, su paisana le tiene conquistado. «Trabajar con ella es muy fácil: entusiasta, profesional, gran comunicadora... Además, tiene un profundo conocimiento de los temas sanitarios y nunca habla a humo de pajas. Si la hubiera visto dirigiéndose a la Asamblea General de la OMS en Ginebra, lo entendería. Es una líder total, consigue centrar la atención haciendo siempre una exhibición de tacto». Lo corrobora Marcelo Palacios, presidente de la Sociedad Internacional de Bioética. «Tiene una formación muy sólida, madurez, solvencia... Si el buen juicio imperara, no me extrañaría que algún día se convierta en directora general de la OMS».
Elegancia, saber estar... cualidades que en su caso parecen no entrar en contradicción con su proximidad. Así al menos la recuerda Florentino Martínez, para quien «la hija de Alfonso» es «lo más sencillo que te puedas imaginar. Bastan dos minutos para darte la impresión de que la conoces de toda la vida». La patria chica siempre ha sido importante para María, a quien el título de 'langreana en el mundo' o su elección como pregonera de las fiestas del Pote en Santa Bárbara -el pueblo de las vacaciones- le hacen estremecer, por no hablar del premio Príncipe de Asturias de la Cooperación que recibió en 2009.
Aún así no debe ser fácil verla comiendo un cachopo o unos escalopines al Cabrales. Esta experta nutricionista repudia la carne -sólo pescado y jamón de vez en cuando- y se confiesa incondicional de las ensaladas y las legumbres. Benditas fabes. La falta de agua, el derroche de comida, la contaminación del aire, la dificultad para hacer llegar la energía hasta el último rincón son consecuencia de las desigualdades. En su escala de valores, la pandemia guarda relación con lo que le estamos haciendo al planeta. Su militancia es total en cuanto al «valor de la prevención y la higiene para combatir las enfermedades endémicas», pondera la científica valenciana Pilar Mateo.
Quienes han coincidido con ella en ese coso ávido de estocadas que es la actualidad destacan también su cautela, no en vano cada vez que abre la boca es la OMS quien habla por ella. Los ataques lanzados contra Fernando Simón y su imputación por denegación de auxilio le parecen algo «doloroso», reivindica una figura sometida a «una presión y una responsabilidad históricas» y arremete contra quienes pretenden tener todas las respuestas en diferido. «Es como disparar una bala y dibujar luego una diana alrededor del agujero», ha dicho en este sentido. Ella también sabe lo que es la soledad de quien decide. Quizá porque el éxito tiene cien padres y el fracaso es huérfano.
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