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La gran lección de la crisis sanitaria es la de «hacer caso a los expertos»

La gran lección de la crisis sanitaria es la de «hacer caso a los expertos»

«Por una vez los científicos nos hemos sentido valorados». Es la opinión del matrimonio formado por Isabel Bandín Matos y Carlos Pereira Dopazo. Ambos, da igual si habla uno u otro porque en todo concuerdan, piensan que la gran lección de la crisis sanitaria es la de hacer caso a los expertos. No en vano, hace años, -apostillan-, que existe el aviso de que pandemias de las características de la actual eran una posibilidad muy real.

Ana Martínez / Efe / Santiago de Compostela

Jueves, 1 de enero 1970

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Los dos son investigadores en el campo de la virología animal y profesores de Virología en la Universidad de Santiago (USC). Él, en la entrevista conjunta con Efe, se dirige a la clase política para que invierta más en investigación y recuerda que hacerlo «es invertir en predicción» y que es imprescindible «saber qué va a venir en el futuro». Ella añade que, dentro del campo de las enfermedades infecciosas, las víricas son las grandes desconocidas. Pone dos ejemplos muy ilustrativos. El primero, que hasta hace muy poco tiempo, cuando mencionaba que daba clases de Virología o que trabajaba con virus, le decían: «¿Y eso qué es?, ¿realmente es importante?».

El otro: «Muchas personas tienen la sensación de que cuando van al médico y les dicen que es algo vírico se debe a que no saben lo que es».

Pues bien, razona, «ahora se está viendo que los virus existen» y que hay «muchísimos que desconocemos».

Carlos e Isabel creen improbable, «pero no imposible», que el SARS-CoV-2, causante de la Covid-19, estuviese circulando entre la población mundial antes de la pandemia pero no tienen tan claro que un ancestro de este pequeñísimo agente infeccioso no lo hiciese: «No podemos decir que no».

La teoría más aceptada en la actualidad, abundan, es que el patógeno saltó de un animal al ser humano en un momento anterior al comienzo de la epidemia en Wuhan, «bien como el virus causante de la enfermedad que conocemos o bien como un ancestro que fue adaptando su maquinaria para mejorar su capacidad de infección en una nueva especie; si ese posible ancestro estuvo mucho o poco tiempo en circulación es algo que queda por descubrir».

Que después se produjo una dispersión, en principio por poblaciones próximas y a continuación por otras más alejadas, es, en cambio, y concuerdan en ello, «algo fácil de demostrar» con las curvas epidémicas locales asociadas a movimientos globales, los eventos deportivos y reivindicativos, y las masificaciones puntuales.

Los virus, concretan estos expertos en epidemiología animal, por ser parásitos intracelulares obligados dependen para existir de la supervivencia de sus hospedadores y por ende tienden a adaptarse para llegar a un equilibrio en el que ambos, virus y hospedador, sobrevivan.

Cuando un virus infecta una nueva especie, como es el caso, «encuentra una población naïf para él en la que puede provocar estragos en una primera oleada». Sin embargo, a medida que circula entre los individuos de esa población comienza a diversificarse, de modo que aparecen muchas variantes; y, de ellas, las que tendrán más éxito serán las que logren «no matar» al hospedador.

Por eso, es esperable, estiman, que una segunda oleada de la infección sea menos virulenta y eso, convienen, «es lo que podría estar ocurriendo» ya. Sea como fuere, precisan, para saberlo con seguridad son necesarios estudios genéticos que se irán publicando en los próximos meses.

Epidemiológicamente la adaptación y, en consecuencia, la reducción de la virulencia es una pauta que tiende a repetirse cuando un virus infecta a un nuevo hospedador y siempre que circule «un tiempo suficiente» entre la población.

¿Nuestro sistema inmune puede obligar a un virus a ir en la buena dirección? Contestan: en el caso de un individuo adulto sano el sistema inmunitario debería limitar la capacidad de replicación y dispersión del mismo en el organismo.

Si eso se traslada a la inmunidad de grupo, ocurre lo siguiente: una población que por haber tenido contacto previo con el virus tiene un porcentaje de al menos el 50% de seropositivos, es una población que en términos generales tendrá una mejor capacidad de respuesta ante segundas oleadas.

No obstante, bien es cierto que en ocasiones puede ocurrir que el sistema inmunitario de algún hospedador sea «su peor aliado» y esto es lo que sucede con una «puesta inflamatoria exacerbada» que provoca un agravamiento de la patología.

Son muchas las cuestiones que están sobre la mesa e Isabel y Carlos tienen la impresión, y en ello inciden, de que la población ha sabido lo importante que es buscar fuentes muy fiables.

Esperan que ese cambio de paradigma perdure en el tiempo y que quede clara «la importancia de valorar la formación y la investigación».

La mejor lección que la ciudadanía debe extraer de lo que está ocurriendo es, aseguran uno y otro, que hay que tener muy en cuenta las advertencias de los que saben.

No es casualidad, concluyen, que diversos estudiosos llevasen años alertando «de que pandemias de este tipo podían ocurrir, de que no estábamos preparados y de que debíamos tomar medidas de respuesta».

«SARS, MERS, Ébola, Zika... fueron avisos que nos despertaron, pero volvimos a quedar dormidos como sociedad; es decir, nuestros políticos, una vez pasado el susto, decidieron que no merecía la pena invertir en investigación».

«Esperamos sinceramente», y se despiden con la misma sintonía demostrada en cada aspecto a tratar, «que nos hagan más caso a partir de ahora y que la inversión en investigación se incremente»

«Pero no sólo en investigación en clínica humana; de hecho, nosotros llevamos años avisando de que episodios semejantes a este Covid-19 pueden ocurrir en el ámbito animal porque hemos comprobado la presencia de virus muy variados en poblaciones de animales en la naturaleza». Es un apercibimiento.

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