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Chelo Tuya
Gijón
Miércoles, 11 de diciembre 2024, 11:05
Tiene once años. Los últimos seis, más de la mitad de su vida, los ha pasado en el hogar materno. Primero, con su madre y sus abuelos maternos. Luego, con su madre, su nueva pareja y el bebé de ambos. Durante todo ese tiempo, sólo ... ha visto a su padre un fin de semana cada quince días, así como en cortos periodos vacacionales. Una transición que siempre se hizo a través de un punto de encuentro.
Porque su padre fue condenado en 2018 por violencia de género contra su madre. Hubo muchas señales de los malos tratos, pero la más pública, la que hizo que llegara la denuncia, fue cuando su padre, ante testigos, agarró del pelo a su madre para sacarla a la fuerza del coche en el que estaba y darle una paliza.
Con esa denuncia llegó el divorcio, la orden de alejamiento y la custodia para su madre. Desde ese momento, la vida del crío tuvo como eje a su madre y a sus abuelos maternos. Se fue a vivir a 65 kilómetros de su localidad natal, donde ha estado escolarizado y tiene a sus amigos y compañeros de un equipo deportivo en el que juega. Así fue su vida hasta el domingo.
El pasado día 8, por decisión judicial, el crío tuvo que irse a vivir con su padre. Un fallo que llega después de que a finales de octubre la madre del crío se suicidara. «Tenía espondilitis anquilosante, pero lo que la consumió fue la guerra constante con su ex pareja». Así lo explica el abogado de la familia materna del menor, Jonathan Fernández Redruello, quien considera «inconcebible» todo lo que está ocurriendo con este caso.
Porque, pese a que la ley no permite ahora las visitas a los padres con condena por maltrato, en el caso de este menor se siguieron produciendo. Y ahora, tras el fallecimiento de su madre, ve como su entorno salta por los aires «en contra de su voluntad, porque al menor se le preguntó si quería» irse con su padre. Y, según consta en el acta judicial, lo que él narró ante la jueza fue «que vivía con su madre y con su hermano, al que quiere», así como a sus abuelos maternos, que suplen a su madre cuando ella está trabajando.
Que cuando le tocaba ir a casa de su padre cumpliendo el régimen de visitas, iban a casa de sus abuelos paternos «donde sólo salía para pasear el perro». En esas estancias quincenales, su padre le decía «que su madre era una borracha y una puta» y que su hermano, con el que el menor confiesa que le gusta mucho jugar, «no es tu hermano».
En todo el documento, el menor deja claro que «no quiere ver a su padre más que una vez cada quince días» o, dicho de otro modo, que «le basta con verle una vez». El abogado de la familia lamenta no sólo que no se haya tenido en cuenta la opinión del menor, «sino que tampoco se haya tenido en cuenta que ha sido presentada una denuncia por violencia doméstica del padre contra el menor» ni que, tampoco, «se haya comprobado si el padre reside en la misma ciudad en la que vivía el niño y si puede seguir escolarizado en su colegio».
Mientras prepara el recurso contra la decisión, el letrado da cuenta de la angustia de la familia materna. «Desde el domingo no saben nada de él», afirma.
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