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VIRGINIA CARRASCO
«Antes la gente iba a las iglesias, ahora ve ficción en televisión»
Manuel Gutiérrez Aragón | Cineasta y escritor

«Antes la gente iba a las iglesias, ahora ve ficción en televisión»

«El éxito es haber hecho una obra con la que estés de acuerdo», dice el director de 'Demonios en el jardín', que está convencido de que para hacer cine en el sentido clásico hay ahora más problemas que con Franco

Sábado, 7 de agosto 2021

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Director de cine, guionista, novelista. académico, Manuel Gutiérrez Aragón (Torrelavega, Cantabria, 1942) es una de las figuras de referencia de la cultura española en el último medio siglo. Filmó una veintena de películas, entre ellas 'Demonios en el jardín', 'La noche más hermosa', 'La mitad del cielo', 'Habla, mudita', 'Cosas que dejé en La Habana' y 'El caballero don Quijote', y se retiró con 'Todos estamos invitados' (2008). Apenas un año después ganó el premio Herralde, con el que recibió un gran espaldarazo para una carrera de novelista a la que ahora dedica la mayor parte de su tiempo. Hace bien poco ha publicado 'Rodaje' (Anagrama), en la que cuenta la historia de apenas unas pocas horas en la vida de un joven guionista, militante del PCE, que se cruza con Bardem y Berlanga mientras el país vive pendiente de la decisión de Franco sobre Julián Grimau.

-Un personaje de su última novela dice que la vida tiene fotogramas de más. ¿También lo piensa el autor?

-Al final, suelen faltar. Lo que ocurre es que en el cine ves los saltos de tiempo y lugar y la vida sería más fácil así, con amores a primera vista, por ejemplo. El montaje crea el tiempo en el cine, y en la vida es lo que hay en cada momento.

-Pero puede que hayan sobrado fotogramas durante la pandemia, al menos para quien no ha vivido un drama próximo.

-Durante las pestes que ha habido a lo largo de la Historia se han hecho muchas cosas y se han escrito muchas también. Piense en 'El decamerón'. Siempre se puede aprovechar el tiempo. Cervantes empezó el 'Quijote' en un calabozo. A mí alrededor veía tristeza durante el confinamiento, pero yo no tengo la sensación de que me hayan robado un año.

-Usted ha rodado películas que han tenido estupendas críticas, ha ganado premios, es académico... ¿Qué es el éxito?

-Borges decía que es un malentendido, aunque quizá lo decía por él. Cuando en los periódicos salen los hitos de una carrera rara vez recuerdan los fracasos. El éxito es que hayas hecho lo que has querido, haber construido una obra con la que estés de acuerdo. Yo he hecho las películas que quería y me retiré cuando no tenía tan claro que pudiera seguir haciéndolas. Visto desde fuera, no es tan evidente qué películas han ido bien y cuáles mal. En un trabajo creativo lo que importa además es que esté bien hecho.

-En su novela cuenta la peripecia de un joven guionista de cine que milita en el PCE en los sesenta. Es decir, como usted. Visto lo que ha sucedido luego, ¿qué juicio le merecen aquellos años?

-Es curioso: se empieza a hacer una historia de rifirrafes y navajazos en esa época. Pero el recuerdo que yo tengo de los 14 o 15 años de militancia clandestina es de una gran generosidad, porque desde luego no había oro de Moscú que pagara a nadie. Había solidaridad con quienes tenían parientes en la cárcel, abogados que actuaban casi gratis... Y una sociedad que confiaba en el porvenir. La cultura era salvífica, además. Ahora los creadores son considerados unos privilegiados por las subvenciones, cuando antes había una verdadera complicidad con el público. Y es curioso, la militancia de entonces era muy pacata.

-¿Por qué?

-La de los militantes era una sociedad biempensante. Estaba mal fumar porros, no se podía ligar con las parejas de quienes estaban en la cárcel. Los años sesenta fueron decisivos porque se cambió el punto de vista desde el que se examinaba todo, pero contemplados desde ahora serían pacatos, como decía. Por ejemplo, no se veía bien la homosexualidad. Claro que luego llegaron los americanos y con ellos vinieron nuevas costumbres y la modernidad.

-Ahora se lleva el revisionismo de todo: de esa lucha de finales del franquismo, de la Transición...

-En la Transición, por una vez ganamos los buenos, que es algo que en España no suele pasar. Desde el Compromiso de Caspe o el Abrazo de Vergara no había habido nada igual.

-Pero se acusa al PCE, en el que usted militaba, de hacer demasiadas cesiones incluso en lo simbólico.

-Recuerdo algo a propósito de eso. El Sábado de Gloria de 1977, el día de la legalización del PCE, nos invitaron a los militantes a una fiesta en un local de la calle General Moscardó (actual Edgar Neville). Por allí estaba Carrillo y al fondo de la sala, iluminada por un foco, estaba la bandera roja y amarilla. Nadie nos había avisado de eso.

Ficción a todas horas

-Durante el confinamiento extremo sobrevivimos gracias a las películas y sobre todo las series de TV. ¿Imaginó alguna vez que se daría un consumo así, masivo, de productos audiovisuales?

-La gente se entregó a las series y se ha quedado ahí, cierto. La ficción para TV salvó a muchos de la depresión y de matarse en el interior de los hogares. Es una metáfora pero es real. Sé el caso de una pareja que pasó el confinamiento en Denia, en un piso con maravillosas vistas al mar pero sin TV, y no lo soportaron.

-Hay algo peculiar en las series: el consumo intensivo de episodios. Imagino que no han sido producidas pensando en ello.

-Lo que es un acto cultural perfecto es una película de 90-100 minutos. En las series hay muchas subtramas. Hoy la ficción en TV se parece a las novelas decimonónicas, que también las tenían. Vale como entretenimiento, pero esa narrativa no me parece tan rica como la de una novela o una película.

-Las subtramas también están en el 'Quijote'.

-Y bien que criticaron a Cervantes por ello. De ahí que en la segunda parte ya no aparezcan apenas.

-¿Tenemos una sobredosis de ficción?

-Siempre ha habido sobredosis. Antes la gente iba a las iglesias, ahora ve ficción en la TV. No creo que haya que rasgarse las vestiduras por ello.

-Pero en el cine y en la literatura la etiqueta 'basado en hechos reales' goza de mucho prestigio. Y también la autoficción. De alguna forma, en su última novela el protagonista es alguien parecido a usted.

-Es cierto. Las etiquetas de 'basado en hechos reales' y 'autoficción' están ya en todo. A mí la autoficción no me gusta nada, aunque tiene razón en que 'Rodaje' casi lo es. Creo que lo importante es sobre todo la manera de contar.

-¿La realidad y la ficción son cada vez más difíciles de distinguir?

-Es que todo es ficción en cuanto hay un montaje y cortas y pegas escenas. Hasta los documentales lo son. Un reportaje sobre una guerra es ficción, aunque pensemos que es real. Todo lo que parte de un encuadre es una ficción porque hay cosas que quedan dentro y otras que escapan a ese encuadre, y eso lo elige quien dirige.

-¿Y en la literatura?

-También, aunque el enfoque es más omnicomprensivo.

-Con todo lo que está en las redes sociales, un guionista como el de su película habría escrito seis u ocho guiones. Todo está hoy a la vista.

-Es llamativo cómo en las redes sociales la gente cuenta decesos o cosas muy particulares, como que se ha vacunado. Esto es algo que caracteriza nuestra época: se difunde una desgracia familiar o el cumpleaños del gato. Todo tiene la misma extensión y la misma lectura: una banalización de la realidad. Cuando éramos marxistas decíamos que esto era por la acción del capitalismo. Hoy no sé a quién se lo atribuiríamos.

-Vivimos en la era del exhibicionismo. ¿Nos abrasamos por diez minutos de gloria?

-Nos abrasamos y lo hacemos en público por salir en la tele. El concepto de intimidad que las leyes quieren proteger la gente no lo valora. Hay quien piensa que el éxito, eso por lo que me preguntaba antes, es tener miles de seguidores en las redes sociales. La privacidad es un concepto burgués en vías de desaparición.

Autoridad intelectual

-Usted es académico de la Española y de Bellas Artes. Vivimos en un tiempo en que se cuestiona mucho la autoridad intelectual y de las academias en general. ¿Qué le parece?

-Que hay una evidente pérdida de rigor intelectual. Los errores de lenguaje suelen derivar de los errores de pensamiento. Y negar lo que dicen las fuentes de autoridad es muy reaccionario. Decir «ellos, ellas y elles» lo es.

-La Academia de Cine de EE UU solo premiará en breve a películas que sean representativas de razas y sexos, alejándose de lo binario. ¿Qué le parece?

-Una forma de censura. Las grandes obras están hechas de contradicciones. Si hay racismo, se cuenta, pero no se intenta borrar. Se criticó la censura en época de McCarthy y hay que criticarla ahora. La creatividad a veces es hiriente pero las leyes están para fijar unos límites y aplicarlas cuando se traspasan. Ahora, hacer una película poniendo diez gramos de negro, cinco de homosexual y otros tantos de trans es una perversión. Pero pasaremos por esto.

-¿La literatura es hoy el medio más libre?

-Hoy se puede filmar una película con muy pocos recursos y la cuelgas en internet. Los medios técnicos disponibles hacen que eso no sea tan costoso y puedes tener millones de espectadores. Pero yo me he pasado a la literatura porque tengo menos problemas.

-Y hablamos de producciones muy baratas, no de cine entendido de forma convencional.

-Esas fórmulas son más baratas que el cine en sentido clásico. Para esto último, ahora hay más problemas que con Franco: hay más censura económica y luego está toda esa gente que le da por ser censor. Antes eso no pasaba. En este momento sería difícil hacer 'El verdugo': no lo prohibiría censura política alguna pero se diría que es misógina, que no respeta a una víctima que casi ni sale. Habría tantas reservas morales... Desde luego sería más difícil hacer las películas de Saura y las mías.

-Y tendrían que hacer frente a las redes sociales.

-Pero eso es más llevadero. Yo lo que temía entonces era que me detuvieran y me torturaran. Desde luego, era peor una cárcel franquista que unos insultos en internet. Tampoco hay que exagerar.

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