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El transporte público gratis no es tan buena idea

El transporte público gratis no es tan buena idea

Incluso el ecologismo cuestiona la medida tomada por Luxemburgo.

Isabel Ibáñez

Jueves, 16 de julio 2020, 09:46

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Transporte público gratis. A primera vista, desde luego que parece una buena idea, todo lo que sea fomentar algo que beneficia al medio ambiente, a nuestra salud al suponer verter menos contaminación al aire que respiramos, a aliviar los atascos que sufrimos en nuestras carreteras y además a nuestros bolsillos... Bienvenida sea.

Es una medida en marcha desde este sábado en Luxemburgo, que se ha convertido en el primer país del mundo en ponerla en funcionamiento con sus trenes, tranvías y autobuses. Precisamente con esos argumentos: reducir la congestión en su red viaria, rebajar la polución, luchar contra el cambio climático (más de la mitad de las emisiones de efecto invernadero allí provienen del transporte) y respaldar a los ciudadanos con rentas más bajas.

Con estas premisas, realizar la llamada periodística de rigor a una organización ecologista con mucha experiencia en este tema, Greenpeace, parece ser un mero trámite para añadir un testimonio que ensalce la decisión del pequeño reino europeo... Pero no. Adrián Fenández, ingeniero de Obras Públicas especializado en Transporte, y responsable de la campaña de Movilidad de Greenpeace España dice esto: «En Greenpeace Luxemburgo se congratulan de la medida, aunque creen que debe ir acompañada de otras, pero la organización aquí en España lo tiene muy claro: no nos parece en absoluto una propuesta adecuada. Las apariencias engañan».

El experto enmarca esta decisión de Luxemburgo en el catálogo de medidas oportunistas pero sin fondo, «que no cambian nada o casi nada la realidad»: «Podría parecer que hacer gratis el transporte público es una medida para incentivar su uso, pero hay que tener en cuenta que el ciudadano, cuando decide qué medio de transporte utiliza, lo que más valora es la comodidad, la rapidez y la seguridad. Si es gratis pero tarda mucho o te deja lejos o no funciona en el horario que necesitas... sigues usando el coche. Y el precio no es disuasorio».

En la reciente encuesta de movilidad de Madrid, preguntaron a los ciudadanos por qué no usaban el transporte público y solo el 2% dijo no utilizarlo porque le pareciera caro, frente a porcentajes del 30% o el 40% que dijeron no cogerlo porque tardaba más o era menos cómodo. «El autobús, el tren, el tranvía... siempre es más barato, sea gratis o no, que el coche; con lo que te cuesta el seguro te pagas los viajes en metro un año».

El experto recuerda que Tallín (Estonia) dio este paso en 2016 para sus residentes, y ya se han visto los resultados; los viajeros en sus medios públicos solo crecieron un 3%. «No existe un solo ejemplo claro que demuestre que la medida es efectiva». Añade que casos como el de Luxemburgo son difícilmente extrapolables a otras realidades, como la nuestra: «Aquel es un país muy pequeño –600.000 habitantes (26.000 más que Málaga y 75.000 menos que Zaragoza), y 214.000 personas llegan a diario desde los países vecinos para trabajar allí, provocando grandes atascos–, con un transporte público poco desarrollado, poca oferta y residual, que supone solo un 2% si lo comparamos con Madrid o Barcelona».

Muy subvencionado

Además, señala el especialista en transporte, «y esto es muy importante, este servicio ya estaba muy subvencionado allí, al usuario le costaba muy poco, pagaba en torno al 10% del billete, 4 euros por viajar todo el día en un país con rentas elevadas, y el resto lo sufragaba la administración vía impuestos, así que pasar de pagar el 90% al 100% les cuesta muy poco. Ya era gratis para mayores, jóvenes y gente sin recursos». Supondrá sumar 41 millones de euros más al año a una partida de 491 millones.

Sin embargo, pensemos en nuestro país. Las administraciones pagan en torno al 50% y el viajero el otro 50% aproximadamente, «con lo que pasar de un estado al otro supondría hacer un enorme agujero en nuestros presupuestos, duplicar las partidas –asegura el experto–. Un agujero que, además, no merece la pena. Por ejemplo, implantar esta propuesta en Madrid supondría que las arcas públicas, o sea nosotros, tendrían que poner entre 800 y 1.000 millones de euros más al año».

En cuanto a la gratuidad pensando en los que menos tienen, Fernández considera que entonces la solución es «promocionar los títulos o bonos más baratos o gratis para las rentas más bajas, esa gente que ni siquiera tiene coche propio. El que menos tenga que no pague, porque al que tiene un Mercedes qué más le da que el bus sea gratis o tener que desembolsar 86 céntimos». En su opinión, la subvención de los billetes debe ser progresiva.

Para colmo de males, el experto ecologista añade que la medida eliminaría peatones de nuestras calles, algo negativo para la salud que aporta una buena caminata, ya que como es gratis, si el autobús pasa justo cuando lo necesitas para qué te vas a dar la panzada a andar, si no cobran.

Entonces... ¿Cuál es la solución? «Hay que mejorar el transporte público, por supuesto, y promocionarlo, que sea accesible para todos, rápido, que haya un buen carril bus, competitivo, con buenas frecuencias. Gratis para los que de verdad necesitan que lo sea... Pero desde luego poner más restricciones al coche en las ciudades, reducir los aparcamientos en favor de aceras más anchas, promover el ir a pie, porque ahora las ciudades están dominadas por los automóviles». Según las propias estimaciones del Gobierno luxemburgués, incluyendo las muchas inversiones que tienen previstas para modernizar el transporte público, prevén que el 65% de los que viajan diariamente sigan usando el coche en 2025. Pero en 2017 era el 73%. Poco margen de mejora.

Joseba Barandiaran, del Colegio Vasco de Economistas, advierte que implantar la gratuidad del transporte público en nuestras ciudades no es una medida que pueda tomarse de hoy para mañana. «Evidentemente es una cuestión de voluntad, si se quiere, se hace. Pero no es tan fácil como decir: ‘Como lo ha hecho Luxemburgo, nosotros también’ porque ni el tamaño de aquel país ni sus finanzas son comparables con las de España». Así que habría que hacer números, muchos: «No sé cuánto costaría, pero seguro que mucho. Y hay que prever cómo financiarlo: ¿subiendo el IVA a la gasolina?».

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