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De cuarentena en Ecuador: «El paraíso se ha convertido en un infierno»

De cuarentena en Ecuador: «El paraíso se ha convertido en un infierno»

Rosendo Yanes destaca que la única seguridad para controlar la pandemia en el país es «no salir de casa», pero mucha gente «no se lo puede permitir». Celso Lázaro tira de coraje para reivindicar «seguir siempre ‘palante’, aunque la cosa no pinte bien»

Antonio Vacas / ahora.plus

Jueves, 1 de enero 1970

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Rosendo Yanes es ya veterano, con 72 años cargados de experiencias de todos los colores, pero jamás imaginó ver los estragos que la pandemia del Covid-19 podía causar en el Ecuador, su país de acogida: «Un paraíso convertido en un infierno». La reflexión de este canario, plantado en la mitad del mundo desde hace una década, conecta con las dantescas imágenes difundidas a principios de mes sobre los efectos del coronavirus en Guayaquil, donde centenares de cadáveres abandonados en calles, domicilios y exteriores de los hospitales retrataban un colapso sanitario de proporciones bíblicas, mientras el Gobierno repartía cajas de cartón a falta de ataúdes.

Y a pesar de la hecatombe, este tinerfeño nacido en Vilaflor, divorciado y solo, intenta dominar su preocupación desde la tranquilidad, de ahí que insista desde su confinamiento en la importancia «de guardar la calma, tomar todas las precauciones y quedarse en casa» como remedio contra la infección. Juega a su favor el hecho de vivir en Santo Domingo, población de unos 300.000 habitantes que por el momento anota un bajo índice de afectados, a 300 kilómetros del epicentro vírico en Guayaquil (75% de los positivos y fallecidos del país). En su casa, con terraza y un huerto amplio, Rosendo mantiene en lo posible las costumbres previas al estado de emergencia, esto es, «salir poco y dedicarme a cuidar los naranjos y guanábanos con mis dos perros y mi gato». Una pensión suficiente le aporta buenas cartas con las que superar la crisis y compensa también el hecho de ser parte del grupo de riesgo por edad.

En una tesitura similar está Celso Lázaro. Coincide con Rosendo en la necesidad de ser «meticuloso con la higiene y salir lo imprescindible»; también en ser originario de Tenerife, en su caso del barrio lagunero de Taco. Reside desde 2016 en la ciudad costera de Esmeraldas, cerca de la frontera colombiana, a 465 kilómetros de la zona roja. Desde allí, con los 57 años que cumplirá en cuarentena, observa a rajatabla el cumplimiento de las restricciones. Abandona su domicilio «solo para comprar lo justo, porque toca ahorra», siempre equipado de guantes y mascarillas, se descalza al llegar de vuelta y lava la ropa que llevó puesta después de una ducha. Con eso, «ánimo, fortuna y el buen clima de Esmeraldas» confía en «superar la prueba».

Ambos emigrantes han seguido con atención las noticias que llegan desde España sobre el coronavirus. El contacto con familias y conocidos en Canarias –a seis horas y 7.300 kilómetros- es un lazo importante en este tiempo, pero ninguno se ha planteado volver. «Mis dos hijos mayores viven en Tenerife y lo están llevando relativamente bien», apunta Rosendo, sobre esas llamadas para darse ánimos. «El varón todavía mantiene su trabajo y la mujer está desempleada, convaleciente de una enfermedad». Evoca su infancia «en el municipio más alto de España» para subrayar que «el vínculo con los orígenes nunca se pierde» y que siempre se siente «muy orgulloso de ser español». Celso tira más de patria chica al referirse «a su tierra» y al coraje que, dice, caracteriza a los canarios: «siempre ‘palante’, aunque la cosa no pinte bien». Sabe de la evolución de la epidemia en España y de la cifra de muertos, sobre todo en Madrid, a través de su hijo y del puñado de amigos que mantiene en las islas. «Ya pasó lo peor», subraya, por lo que le cuentan y atiende en las noticias.

En Ecuador, mientras tanto, el estado de emergencia incluye toque de queda nacional desde las 14.00 a las 05.00 horas. Fuera de ese horario solo es posible abandonar el domicilio para acudir al trabajo en una serie de actividades permitidas y la compra de alimentos (una persona por hogar), con una periodicidad máxima de dos días a la semana, según un calendario fijado por la última numeración de la cédula de identidad o de la matrícula del vehículo. Celso explica que los días comienzan cuando las sirenas anuncian el fin del toque de queda. «Si hay que comprar conviene organizarse pronto porque las tiendas dejan de atender a las doce, para cerrar a la una y llegar a las casas a tiempo antes de las dos». Los controles policiales y militares se intensifican por días, incluyendo vigilancia aérea con helicópteros;no cumplir con las normas implica sanciones económicas y a la tercera vez pueden derivar en prisión.

En cuanto a la eficacia de esas medidas, admite que no se cumplen igual en todo el país ni a todo el mundo con la misma medida, con mucho menos rigor que en España. «Son situaciones económicas y culturales diferentes», recalca Celso, pero reconoce una conciencia y preocupación creciente de sus vecinos para cumplirlas. «Cada vez hay menos gente en la calle, no solo porque te multan, y ya casi es general que la gente se proteja la boca con lo que sea si no hay mascarillas y eviten las aglomeraciones». En cualquier caso, se consideran unos privilegiados frente a la mayoría de ecuatorianos que «no se lo pueden permitir» y viven al día en la calle de trabajos precarios. «Si no salen para vender o hacer algo se mueren de hambre antes que del virus, y también sus familias», entiende Rosendo como la principal dificultad para controlar la transmisión. Esa es la realidad de una urbe como Guayaquil, con casi tres millones de habitantes, muchos de ellos hacinados en barrios humildes donde el Covid-19 se ha cebado con especial inquina.

Es así que Rosendo y Celso comparten la desconfianza generalsobre la capacidad de respuesta de un sistema sanitario desbordado y con pocas camas en caso de contagio; el sacrificio del personal médico suma solo en la provincia del Guayas la mitad de los positivos del país y decenas de muertos, y las farmacias ya no disponen ni de paracetamol. Este panorama explica que cada vez más gente deposite su esperanza en las «infusiones, las plantas medicinales y el poder de Dios». Subraya Rosendo que hay un sentir por el cual si te ingresan «es una lotería con muy pocos boletos ganadores».

La arribada del coronavirus al Ecuador se produjo en un contexto de grave crisis política y económica, con la popularidad del presidente, Lenin Moreno, bajo mínimos, un aparato público desmantelado y un presupuesto sanitario reducido a la tercera parte en los dos últimos años. Con los primeros positivos se generaron más dudas sobre la capacidad para controlar la situación: el presidente anda refugiado desde entonces, supuestamente, en Galápagos; la ministra de Salud renunció por la escasez de recursos aun con la declaración de emergencia y la demora en el pago de salarios públicos, mientras se abonaban 320 millones de dólares para saldar deuda externa; proclamas optimistas de las autoridades desmentidas por los reclamos de equipamiento desde los hospitales, o el desajuste estadístico en la cifra de afectados, son algunos hitos que desacreditaron todavía más al Gobierno. Todo ello ha derivado en un sálvese quien pueda por parte de algunos alcaldes y autoridades comunales, aplicando restricciones y controles unilaterales en sus jurisdicciones sin tener competencias. Un ejemplo palmario fue la prohibición de aterrizaje a un vuelo humanitario de Iberia en el aeropuerto de Guayaquil el pasado 18 de marzo por obra y gracia de su alcaldesa, Cynthia Viteri, a la vez que anunciaba su positivo por coronavirus.

Impotencia y desatención

Impotencia es el sentimiento que invade a Jenny Aguirre cuando repasa la situación del Ecuador con la extensión del COVID-19 y las dificultades al momento de ayudar a mitigar la crisis. Aguirre es natural de Loja, en el sur del Ecuador, y reside en Tenerife con su familia desde hace 20 años, cuando el país suramericano entró en suspensión de pagos y obligó a millones de ecuatorianos a emigrar para ganarse la vida. Es secretaria de la Asociación Atahualpa, una organización que realiza actividades de formación y apoyo a la comunidad ecuatoriana. Los efectos de la pandemia en el Ecuador, con saturación de hospitales, falta de recursos y abandono de cadáveres «nos preocupa mucho a todos, por las familias que tenemos allá y por la suerte de los compatriotas».

La información que maneja Jenny sobre la evolución de la crisis constata que «hay necesidad de recursos de todo tipo, no solo sanitarios, sino también de alimentos», con mucha población obligada a confinarse en sus casas sin sustento ni mecanismos asistenciales que estén operativos. Reconoce que la paralización económica en España derivada de la cuarentena está afectando muy fuerte también al colectivo ecuatoriano, pero lamenta la «desatención de los servicios consulares y de la Embajada del Ecuador» en el momento de habilitar algún mecanismo para recaudar y trasladar fondos, «por poco que fuera». Dice que la inseguridad y las restricciones imposibilitan en la práctica los envíos de particulares, por lo que reclama la implicación de las autoridades ecuatorianas.

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