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FERNANDO FUEYO
El enterramiento humano más antiguo de África

El enterramiento humano más antiguo de África

Un niño de 3 años fue protagonista de un ritual de despedida en una cueva de Kenia hace 78.000 años

LUIS aLFONSO gÁMEZ

Miércoles, 5 de mayo 2021, 18:07

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Pasó hace 78.000 años en Kenia. Un niño de 3 años murió, y sus familiares lo enterraron a la entrada de una cueva. Cavaron una fosa, depositaron el cuerpo tumbado de lado en posición casi fetal, apoyaron su cabeza sobre una almohada, lo arroparon y lo cubrieron con tierra. Allí permaneció el pequeño hasta que en 2017 unos arqueólogos sacaron a la luz un bloque de tierra con sus huesos. Nadie sabía que estaba dentro; sólo se sospechaba que el bloque de sedimento podía contener restos humanos. El niño hizo entonces un viaje con el que jamás pudo soñar. Casi 6.200 kilómetros. Desde Nairobi hasta Burgos, donde investigadores del Centro Nacional de Investigación sobre la Evolución Humana (CENIEH) le rescataron del olvido.

Mtoto –'niño' en suajili– protagoniza esta semana la portada de la revista 'Nature'. Su enterramiento es el más antiguo de nuestra especie, 'Homo sapiens', descubierto en África. «Siempre pensamos en África como la cuna de la modernidad biológica y cultural, el lugar donde se originó todo lo que nos caracteriza. Curiosamente, allí las evidencias de enterramientos son muy escasas y a menudo ambiguas. Comparativamente, tenemos más e incluso más tempranas en Eurasia, tanto de 'Homo sapiens' como de neandertales», indica la paleoantropóloga María Martinón Torres, directora del CENIEH y una de las autoras de la investigación.

Una pequeña fosa

El cuerpo de Mtoto fue enterrado en la cueva de Panga ya Saidi, donde en 2010 empezó a excavar un grupo de arqueólogos del Instituto Max Planck para la Ciencia de la Historia Humana (MPPI-SHH) y los Museos Nacionales de Kenia (NMK). «Cuando visitamos por primera vez Panga ya Saidi, supimos que era especial», dice Nicole Bovin, investigadora principal y arqueóloga del MPPI-SHH. Se trata de «un yacimiento clave en la costa este de África, con un registro extraordinario de 78.000 años de actividades culturales, tecnológicas y simbólicas». Los primeros fragmentos de hueso del niño se encontraron en la campaña de 2013, pero no fue hasta 2017 cuando se descubrió su fosa.

A tres metros de profundidad, había una pequeña cavidad circular rellena de sedimento de diferente color al de ese nivel y con una acumulación de huesos tan frágiles que, «cada vez que intentaban recuperar uno, se desintegraba», rememora Martinón Torres. «En ese momento, no estábamos seguros de lo que habíamos encontrado. Los huesos eran demasiado delicados para estudiarlos sobre el terreno», coincide el arqueólogo Emmanuel Ndiema, de los NMK.

Dada la fragilidad de los restos, los investigadores recortaron el bloque de sedimento, lo estabilizaron con escayola y lo trasladaron a los laboratorios del NMK, donde tampoco consiguieron extraer huesos de la tierra sin que se deshicieran. «Allí salieron a la superficie dos dientes, que sospecharon que eran humanos. Yo se lo confirmé», recuerda Martinón Torres, quien ofreció el personal y los laboratorios del CENIEH para intentar excavar el bloque de sedimento.

Todavía embutido en la tierra, Mtoto despegó en 2018 de Kenia con rumbo a Burgos. «Me traje al niño en el colo [en el regazo], que diríamos en mi tierra. Dentro de un contenedor, en cabina y en el regazo. ¡A un niño hay que llevarlo en brazos, no de cualquier manera!», dice la científica orensana. Durante más de un año, Pilar Fernández Colón, responsable del Laboratorio de Conservación y Restauración del CENIEH, excavó la pieza con sus «manos milagrosas» y la dividió en trozos para escanearlos y ver qué había dentro. «Gracias a las técnicas de imagen, lo excavamos virtualmente. Lo sacamos del bloque sin tocarlo físicamente ni ponerlo en peligro».

Con almohada y arropado

El bloque contenía el esqueleto de un niño de entre 2,5 y 3 años, acostado en posición fetal sobre el lado derecho. «Teníamos el cráneo, la cara, la articulación de la mandíbula y, en su sitio, algunos dientes cuya raíz aún no se había formado», explica Martinón Torres. El esqueleto tenía todos los huesos en su sitio. «Los pequeños desplazamientos que hay se pueden explicar dentro del curso normal de descomposición de un cuerpo. Tenemos la columna, vértebra con vértebra; las costillas con las vértebras; el brazo izquierdo con su escápula...». Todo apunta a que el niño fue enterrado en el lugar donde se encontró y poco después de morir.

Dos rotaciones de huesos –una de la cabeza respecto a la columna y otra de una clavícula y las dos primeras costillas, «giradas unos 90º»– indican que fue, además, objeto de cuidados especiales. «La posición del cráneo se suele dar cuando ha estado apoyado sobre un soporte perecedero. Cuando esa almohada se pudre porque es orgánica, la cabeza gira. Y lo mismo pasa con el giro de la clavícula y las dos primeras costillas. Se da en enterramientos en que los que la tierra ha sido densamente apretada o se ha envuelto el cuerpo con un sudario o mortaja de pieles, hojas o plantas que luego se han descompuesto».

Que Mtoto descansara sobre una almohada y cubierto por un sudario en la parte superior del cuerpo –«lo que también contribuyó a que se conservara mejor que la inferior»– revela que su comunidad no se deshizo de él sin más, como pudieron hacer los humanos de la Sima de los Huesos de Atapuerca hace medio millón de años. Se trata de una de las evidencias más antiguas de un comportamiento tan humano como el cuidado de los muertos. Datado por luminiscencia hace 78.000 años, además de ser el enterramiento humano más antiguo de África, es el primero en el que se documenta el uso de una almohada y un sudario.

«Estamos hablando de un momento superhumano, de la despedida de un niño por una comunidad que sintió su pérdida», afirma la directora del CENIEH. Cuando acabaron su investigación, Pilar Fernández Colón y María Martinón Torres llevaron al pequeño «de vuelta a su casa, a Kenia. Mtoto está ahora con otros fósiles emblemáticos africanos: el niño de Turkana, el Cascanueces, los 'Paranthropus'...».

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