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Banksy, el grafitero sin rostro, ahora armador humanitario

Banksy, el grafitero sin rostro, ahora armador humanitario

La pista del cotizado guerrillero anónimo del aerosol se acaba en Burriana, de donde partió el barco de rescate de inmigrantes que sufraga con su dinero para afear la indolencia de la UE

Iciar Ochoa de Olano

Sábado, 5 de septiembre 2020, 23:27

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Hasta 48 días y 47 noches pasó atracado en el puerto de Burriana el 'Louise Michel', el barco de 30 metros de eslora que Banksy ha puesto a patrullar por el mar con el combustible de su dinero para socorrer inmigrantes a merced de las olas y de las ONG. Sin embargo, ni en la cofradía de pescadores de este pueblo castellonense de 36.000 habitantes, ni en el restaurante El Morro, con vistas al astillero, ni tan siquiera en el Aloha, el único hotel de la zona, han visto, dado de comer o de dormir al enigmático, cotizado y escurridizo grafitero. «Si hubiera venido por aquí nos habríamos enterado. Más aún este verano, en que no hay un turista», coinciden en señalar a este periódico. La autoridad portuaria de la localidad, la misma que el pasado 26 de junio permitía el acceso al varadero para su reparación a una llamativa embarcación de color rosa, tampoco supo de la identidad de su armador hasta que los medios de comunicación se hacían eco de la publicación, hace unos días, de su último 'post' en Instagram: «Como muchas personas que han triunfado en el mundo del arte, me he comprado un yate para surcar el Mediterráneo», escribía con su habitual estilo escueto y sarcástico, antes de anunciar que ha destinado parte del dinero de una de sus millonarias subastas a un barco humanitario con el que quiere afear la indolencia de la Unión Europea ante las llamadas de auxilio de refugiados a la deriva.

Ha sido el último movimiento de ficha del anónimo guerrillero del aerosol, una sombra en la noche de las grandes ciudades que ha acabado convirtiéndose en uno de los nombres más cotizados del mundo del arte preservando sus mejores cualidades, la invisibilidad y la ubicuidad. Aunque en sus más de dos décadas de andanzas ha sido objeto de más avistamientos que los platillos volantes que sobrevolaban los campos de cereales tejanos de Forth Worth, allá por los años cincuenta, nadie puede ponerle cara, voz, ni apellidos sin temor a patinar. Blindado por el misterio, Banksy campa a sus anchas. Lo mismo para rociar su aerosol cáustico y tierno a la vez en Burriana, -su barco luce la mítica plantilla de la 'Niña con globo', reemplazado por un flotador de emergencia con forma de corazón-, que para llenar con sus célebres ratas enmascaradas el metro de Londres o colarse disfrazado en el Museo Brooklyn y colgar algunas de sus obras de manera clandestina. A estas alturas de la película, y después de hacer hablar a las paredes de medio planeta con el lenguaje de la creatividad y la subversión, pocos dudan de que detrás del enigmático hombre sin rostro hay un engrasado equipo de leales colaboradores, una cuidadosa planificación y una brillante estrategia de márketing.

Por ahora, Burriana entierra la última pista fiable de este esquivo artista, en torno al que se tejen un puñado de teorías. Una de las más repetidas sostiene que el autor del óleo que representó la Cámara de los Comunes británica repleta de chimpancés y que se vendió hace apenas un año en una subasta en Londres por la friolera de 11 millones de euros es Robert del Naja, fundador y líder de la banda Massive Attack.

El periodista Craig Williams enarboló en su día esta hipótesis tras comprobar cómo, en al menos una decena de veces, la aparición de sus grafitis en Melbourne, San Francisco, Nueva Orleans, Toronto o Boston coincidieron en el tiempo con una gira de ese grupo de trip hop por esas ciudades. Por su parte, Del Naja, apodado 3D, y grafitero antes que músico, siempre ha negado tal posibilidad, si bien admite ser amigo de Banksy.

El otro gran sospechoso es un practicante del 'street art' de Bristol, de 44 años, llamado Robin Gunningham, famoso, entre otras cosas, por su dentadura de oro. La Universidad Queen Mary de Londres defendió esta suposición después de que le tratara de estrechar el cerco. Para ello, científicos crearon un mapa con puntos calientes o lugares por los que el grafitero se movía de forma recurrente. Al comparar los datos obtenidos mediante ese rastreo geográfico con la escasa información pública disponible que hay sobre Banksy, comprobaron que varias direcciones relacionadas con Gunningham se repetían. Entre ellas un pub, un parque y un apartamento en Bristol.

Cócteles molotov y Picasso

De los inicios de su sibilina carrera en esa ciudad británica dataría 'The Mild Mild West', su primer mural a gran escala, en el que un oso de peluche lanza cócteles Molotov a tres antidisturbios. 'Trip-hopero' con sonrisa metálica o no, su estilo se ha ido sofisticando y politizando durante los años sin renunciar a cometer sonadas gamberradas. La más impactante la perpetró hace un par de años, cuando una de sus obras se autodestruyó justo después de haber sido vendida por 1,2 millones de euros en una subasta en Sotheby's. «La urgencia de destruir también es urgencia creativa», se regocijó en las redes parafraseando a Picasso.

«Después de tantos años seguimos sin saber si se ríe del arte, lo usa en su beneficio propio o en el de las causas sociales. Lo que es incuestionable es su extraordinaria capacidad para conceptualizar los grandes problemas del mundo», valora desde Huelva Manomatic, el nombre artístico de Adrián Pérez, uno de los artistas urbanos más considerados de España, un país en donde Banksy no ha dejado aún su huella. Los dos guardias civiles que aparecieron besándose en abril de 2018 en Canido, un barrio de la periferia de Ferrol, bien podían haber salido de sus espráis. Pero no lo hicieron. El esquivo artista se ocupó de desmentirlo. Ocho meses después, 70 de sus piezas se exponían por primera vez en Madrid bajo la sempiterna disyuntiva '¿Genio o vándalo?'.

Disruptivo y provocador, el ahora armador humanitario ha saltado en más ocasiones de las paredes para abrir en Belén el Hotel Walled Off, junto al muro de hormigón de ocho metros de alto construido por Israel para separar los territorios palestinos, o levantar Dismaland, la antítesis de Disneyland, cerca de Bristol. Estos días, su fragata, capitaneada por la activista alemana Pia Klemp, ha sacado de las garras del mar y de la indiferencia a 219 personas. Ninguno conocerá a Banksy, pero ya saben que pinta y mucho.

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