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Lo que no veremos

Lo que no veremos

«Nosotros somos felices sabiendo que estamos dejando esa belleza para los que vengan luego, y así creo que tenemos que actuar a partir de ahora en las islas»

Jueves, 1 de enero 1970

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Hace unos días, el diplomático palmero Moisés Morera Martín escribía un artículo en el que planteaba muchas de las cuestiones que se deberían abordar en Canarias si queremos que Canarias tenga alguna posibilidad de reinventarse en el futuro. Daba muchas claves, con datos y con propuestas factibles, pero, sobre todo, insistía en que, por vez primera, Canarias debería emprender proyectos que no lleguemos a ver los que ahora mismo vivimos en estas islas mortalmente heridas económicamente por la Covid-19.

A lo largo de nuestra historia siempre hemos improvisado monocultivos que, cíclicamente, han derivado en grandes crisis económicas y sociales. El último de esos monocultivos ha sido el turismo entendido como una suma de visitantes que conllevaba una dependencia absoluta de empresas alejadas de las islas, un castillo de naipes, tan vulnerable y delicado, que ya antes de la llegada de este malhadado virus estaba empezando a fenecer con la quiebra de grandes touroperadores y la huida de compañías aéreas de bajo coste que nos dejaban con los complejos vacíos de la noche a la mañana; pero nunca tan vacíos como los tenemos ahora y como los tendremos durante los próximos meses.

La consecuencia de esa parálisis va a ser casi apocalíptica, y es necesario un esfuerzo conjunto para que el hambre y la miseria no llegue a miles de familias que ahora carecen de futuro. Primero tendremos que resolver esa urgencia social, y luego comenzar a trabajar en esos proyectos a muy largo plazo que no nos dejen otra vez a la deriva cuando sople un viento desconocido o se quiebren los cimientos del sistema. Moisés Morera también hablaba de la educación como único camino para esa siembra necesaria. Cuando leí ese artículo, me acordé inmediatamente de los muchos artículos que publicó en prensa Angélica Castellano Suárez, la directora que colocó a El Museo Canario en la senda del siglo XXI quitándole toda esa naftalina y ese aticismo que lo alejaba del espíritu con el que lo impulsó Gregorio Chil y Naranjo; pero Angélica, Chiqui Castellano, justamente llegó al Museo tras su exitoso paso como gerente del Centro Atlántico de Pensamiento Estratégico (CATPE), una entidad en la que se trabajaba auspiciando la sociedad del conocimiento, la creatividad y la diversificación empresarial y educativa para que las islas contaran con ese músculo fuerte y necesario de la formación que nos permitiera navegar en las aguas turbulentas que ya se avecinaban. Chiqui escribiría hoy un artículo parecido al de Moisés Morera, aunque ya digo que todo lo que escribió y planteó en su momento tuvo esa mirada de economista formada y con una admirable capacidad para analizar y promover lo que al final acaba repercutiendo positivamente en el futuro del lugar en el que vives.

Justamente estos días, el bosque de árboles que plantamos en Guayedra para homenajearla después de su muerte ha crecido de una forma casi milagrosa, pero para ello ha contado con el cuidado del personal del Redondo de Guayedra y con ese aire más limpio y respirable tras nuestro parón y la bajada de los niveles de contaminación en el planeta. Esos árboles, que hemos ido regando y cuidando desde que eran esquejes, no los veremos nosotros cuando formen parte de un gran bosque en el que se sentaran a descansar y a disfrutar del canto de los pájaros quienes vivan en Canarias dentro de setenta años. Nosotros somos felices sabiendo que estamos dejando esa belleza para los que vengan luego, y así creo que tenemos que actuar a partir de ahora en las islas, pensando en nuestros hijos y cambiando ese destino fracasado de jugarnos todo a una sola carta a la desesperada todo el tiempo.

El clima que tenemos, las condiciones de cada isla, la formación de sus habitantes y nuestra atávica capacidad de lucha en las peores circunstancias pueden hacer posible ese milagro. Ahora entendemos mejor a nuestros antepasados, a los que vinieron a las islas buscando una nueva vida y, sobre todo, a los que tuvieron que embarcarse hacia Cuba o Venezuela cuando aquí se cerraban todas las posibilidades de futuro. Hemos vuelto a tener esa sensación de vulnerabilidad cuando desde los aeropuertos y los puertos ya no llega ese maná que iba sumando millones de visitantes a cada isla. También nos sentimos de nuevo aislados, a merced de nuestro propio destino, lejos de todo y de todos, en mitad del Atlántico. Tendremos que sacrificarnos. Hemos de ser solidarios con quienes se han quedado sin nada, y ya luego, poco a poco, y apretando bien los dientes para no venirnos abajo, comenzar a andar sabiendo, por fin, hacia dónde dirigir nuestros pasos. Es necesaria la creatividad, el esfuerzo y la perseverancia, y a todo ello solo se llega desde la educación, no hay más caminos, ni más milagros.

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