Huelen campanas en la ruta del agua en los Cernícalos
Si llueve mucho, como pasó hace unas semanas, es fácil ver correr el agua por los barrancos de Gran Canaria. Pero luego hay otros cauces, eso sí, muy pocos, que no dependen tanto del cielo para mojar sus caideros. Uno de esos es el de los Cernícalos, entre Telde y Valsequillo, donde, por cierto, ya huelen las campanas naranjas de la flor de Canarias, la del bicácaro. No se las pierda. Telde
Es tan endémica de Canarias que bien merece estudiarse en clase, y eso es justo lo que hacía esta semana un grupo de escolares del colegio Enrique de Ossó, de Las Medianías, en Telde. Cambiaron pupitre, pizarra y tablet por saos, caideros y helechos. Y como tarea del día les tocó dibujar y pintar la flor del bicácaro, de naranja a roja y con forma de campana, la flor más emblemática de Gran Canaria, por mucho que algunos se empeñen en colar en las postales a la estrelitzia. Su nombre científico la delata, Canarina canariensis. Más canaria, imposible. Lleva a las islas por nombre y apellido.
Ahora que la gente anda buscando escorrentías por Gran Canaria, las que quedan de la última temporada de lluvias, ha de saber que en el barranco de los Cernícalos, al atractivo permanente del agua, que corre todo el año, puede sumarle la explosión de colores y olores que la primavera regala al paseante que opte por adentrarse por este húmedo y umbrío bosque de laurisilva. Es verdad que la flor del bicácaro se hace notar, pero compite con el amarillo de las alegres trebolinas, el azul de los tajinastes, el verde claro de tabaibas que parecen árboles o el blanco oloroso de las retamas blancas, otra de las joyas botánicas canarias que estos días hacen de los Cernícalos un jardín.
Tanto atractivo natural ha convertido al tramo de este barranco que discurre entre Cazadores y Los Arenales en destino de turistas. No hay día que no le lleguen excursiones desde los hoteles del sur. Alemanes, polacos, ingleses... Los guías aseguran que salen encantados. Es cierto que vienen de la Europa de los bosques, pero perciben este como diferente, desordenado, quizás más antiguo, como de otra época, alfombrado por helechos y salpicado por árboles-araña, como de varias cabezas, que es la pinta que da el sao canario al ojo virgen de un niño.
Con todo, el centro de las miradas es el agua, y con ella, los caideros. En los Cernícalos los hay a pares. Lo habitual es que los senderistas se conformen con el que tiene dos niveles. Es la meta de la mayoría de las rutas del agua en este barranco. Pero hay más. Al menos dos. Llegue a donde llegue, camine, vea, sienta, huela y respete. Que el paisaje es de todos.
De dos galerías artificiales
El agua que alimenta la rica biodiversidad natural del barranco de los Cernícalos procede de dos galerías artificiales, la del Blanquizal y la de Los Guinderos, excavadas tierra adentro por la Heredad de Aguas del Valle de los Nueve para sacar de las entrañas de Gran Canaria el agua con la que regar sus cultivos. Gracias a eso este barranco alberga el mayor bosque de saos en galería de la isla. Los Cernícalos mide 12 kilómetros, pero su esplendor se concentra en su tramo alto, entre Cazadores y Los Arenales.
Naturaleza. A la izquierda, caidero en dos niveles que suele marcar el final del camino de muchas de las rutas que se organizan por el barranco de los Cernícalos. El sendero a partir de ahí se hace algo más difícil. Arriba, a la izquierda, flor del bicácaro. Normalmente se la ve boca abajo, de ahí que recuerde a una campana. A la derecha, trebolinas amarillas, muy presentes en el cauce. Abajo, izquierda, un senderista sortea el arroyo que mantiene húmedo este paraje durante todo el año. A la derecha, primer plano de un tajinaste azul.