Que no falten bombonas en Corralejo

La gente está encerrada dentro de casa y, como no hay casi nada abierto, preocupa quedarse sin lo esencial para pasar el día a día, por ejemplo, sin la bombona de gas entre los que no tienen vitrocerámica o entre quienes aún usan termos de gas para calentar el agua de la ducha. Bajar a la cafetería para comerse un bocadillo o salir a cenar fuera no es una opción durante estos días en los que la sensación de irrealidad parece haberse apoderado de todos.

De esta situación dan buena cuenta Daniel Ortega y Carlos Estévez, de la empresa Vicente Estévez González SA, mientras reparten casa por casa las bombonas de Disa en Corralejo. Reconocen que, en estos primeros días de cuarentena, en algunos momentos han llegado a verse «desbordados» de tantos pedidos, si bien se lo están tomando con buena disposición. «Todo es un poco extraño durante estos días, pero intentamos ayudar en la medida de lo posible y siempre de acuerdo a las normas de higiene que nos han ido dando. Llevamos las bombonas hasta el portal de las casas y otros vienen hasta la gasolinera a buscarlas», explica Daniel Ortega.

Con respecto a esas medidas de seguridad, «las normas ahora son mucho más estrictas, no podemos estar mucha gente junta, siempre vamos con guantes e intentamos mantener el menor contacto posible con la gente y con el dinero», añade Daniel, quien reconoce que los primeros días se notó «la psicosis de la gente comprando y comprando», pero que, ahora, «parece que la cosa se ha estabilizado un poco». Carlos Estévez, por su parte, explica que trabajar bajo las circunstancias actuales se hace «un poco raro y aburrido», pero «lo vamos llevando lo mejor posible, siempre lavándonos las manos e intentando lavar todo muy bien».

Corralejo no parece Corralejo durante estos días. Aunque los controles policiales no abundan, todos los negocios están cerrados y el bullicio ha desaparecido de las calles. Pese a todo, se ve a alguna que otra pareja de turistas caminando por la avenida Nuestra Señora del Carmen, aunque nadie les dice nada. En las puertas de algunos hoteles, arrastrando sus maletas, los últimos turistas se disponen a coger los últimos vuelos para regresar antes de tiempo a sus países.

Por la plaza Patricio Calero aparece Carmen, cartera en Corralejo, que sigue de buzón en buzón al pie del cañón. No tiene miedo, porque «no soy miedosa», pero entiende que la situación es «preocupante». Lo sabe porque tiene un hermano que es médico en Barcelona: «Están haciendo turnos de 8, 12 y 24 horas y las mascarillas se las dan a cuentagotas». Con respecto a su trabajo, explica que solo les han dado guantes, «pero no mascarillas». Por otra parte, insta a los ciudadanos a tener una actitud más solidaria hacia los trabajadores de Correos y, en este sentido, a que no hagan envíos mientras dure el estado de alarma a no ser que se trate de algo urgente. «Tiene sentido que mandes un telegrama urgente, pero no un paquete con un disfraz de carnavales», dice.

Con el pan debajo del brazo regresa a casa Antonio González, que pasa la cuarentena en casa con su mujer y los niños. «Sobre todo mi mujer está llevando mal esta situación, porque trabaja en una agencia de viajes y ahora la pararon», explica Antonio, que, como todo el mundo, espera que la vida vuelva a la normalidad lo antes posible.

Aunque está casi todo cerrado, hay gente en las calles de Corralejo, sobre todo por el Hiperdino. Cerca del supermercado y con mascarilla camina Rispoli Michela, de nacionalidad italiana, quien se queja de que hayan tantas viandantes: «Yo estoy fuera por una cosa importante, no tenía opción, y me doy cuenta de que hay demasiada gente por la calle sin razón, sin ninguna protección, ni mascarillas ni guantes, como si no estuviera pasando nada».