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El cine como propaganda turística

El cine como propaganda turística

La llegada del primer cinematógrafo a Canarias fue acogida con gran expectación en las islas, pero lo más curioso es que desde ese momento se pensó que aquel «aparato para rodar» iba a servir para «tomar vistas de los más bellos lugares para promocionar» a Canarias «en el exterior». Hasta hace pocos años el cine rodado en Canarias no tuvo otra finalidad que la propagandística.

Rosa Rodríguez y Santa Cruz de Tenerife

Jueves, 1 de enero 1970

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Ni las autoridades canarias ni los estamentos económicos pensaron nunca en el cine como una industria de la que las islas se pudieran beneficiar pese a que cuentan con unas condiciones excepcionales para la filmación. De hecho, no ha sido hasta hace unos pocos años que las instituciones regionales e insulares han visto en los rodajes cinematográficos un filón económico y promocional de primer orden y que ya da sus frutos.

Desde que el primer cinematógrafo llegó a Canarias, en los albores del siglo XX, el cine se vio como «un instrumento magnífico para mostrar las bellezas de Canarias», asegura Enrique Ramírez Guedes, profesor de Historia del Cine en la ULL, que cuenta la anécdota de una reseña en la prensa tinerfeña del año 1909 en la que se daba cuenta de que alguien había comprado un «aparato para rodar» y la apuesta era, dice, utilizarlo para «tomar vistas de los más bellos lugares de Tenerife para la promoción de la isla en el exterior».

Desde los años veinte, la obsesión de las instituciones fue la de mostrar una imagen paradisiaca de Canarias y el cine, asegura Ramírez Guedes, fue un «magnífico instrumento», que usó como «vehículo para atraer turistas y no como una industria». Así, el cine que se rodaba en Canarias se limitaba a temas de «asunto regional» en los que el paisaje, «el bonito, porque el supuestamente feo se ocultaba», el folclore y el costumbrismo eran los ingredientes principales de todo rodaje cuya única finalidad era «la propaganda turística».

Esto ocurría en casi todas las producciones nacionales y en la mayoría de las extranjeras, porque en algunas las islas eran «un simple decorado que la mayoría de las veces simulaba otros lugares».

Entre 1896 y 1970 se rodaron en Canarias 757 producciones nacionales y extranjeras y en buena parte de ellas, según Guedes «no solo se exaltaban las maravillas» de las islas, sino que se hacía una «falsificación de la historia». Lo grave, dice, es que la propia sociedad canaria promocionaba «una cultura regional, basada en tipismos y tradiciones inventadas para afianzar una identidad atractiva que sirviera al reclamo turístico».

El cine, asegura Enrique Ramírez Guedes en el artículo La imagen de Canarias y el cine. Una mitificación interesada que publica la Revista de Historia Canaria en su último número, se convirtió en el mejor medio de promoción turística «para una sociedad que comenzaba a obsesionarse por explotar las islas con este fin». Guedes describe como producciones como el documental La riqueza agrícola de las Islas Canarias (1934), arriba a la izq., de la Dirección General de Agricultura, El reflejo del Alma (1956), centro y abajo izq., o Alma Canaria (1947), abajo dcha., muestran las bellezas y el falso tipismo de las islas. Otras producciones, como La Habanera (Douglas Sirk, 1937), Tenerife solo es reconocible porque aparece el Teide. Arriba a la dcha., fotograma de Teneriffe (Yves Allegret, 1932), una de las escasas películas en las que se muestra la realidad social de las islas.

Explica Ramírez Guedes en su artículo que Canarias se ha identificado históricamente con un paraíso en el que se vive de manera feliz y sin esfuerzo, donde la naturaleza fértil y el clima benigno. Esa idea, alimentada desde los primeros textos en los que se alude a las islas, es la que las instituciones han tratado de comercializar como imagen de Canarias desde finales del siglo XIX, asegura. Posteriormente, dice, «se ha impuesto como leitmotiv para la industria cinematográfica en las islas, más preocupada por la explotación turística del cine que por sus posibilidades industriales».

A esa creación iconográfica de las islas que se plasma en la literatura, la pintura, la fotografía y luego en el cine se le añaden tradiciones inventadas como las romerías y bailes de magos, tan «tradicionales» en Tenerife, que surgieron en 1900 después de que Diego Crosa propusiera a una sociedad recreativa santacrucera, una fiesta titulada «Cabalgata semiguanchesca». En Gran Canaria es Néstor de la Torre quien más se esfuerza en adecuar «el país» al atractivo exótico que los turistas esperan hallar, diseñando un traje típico, para usarlo en las manifestaciones folclóricas, y creando establecimientos como el Pueblo Canario o el Parador de la Cruz de Tejeda para dar rienda suelta a ese «falso tipismo» que se lleva al cine y se proyecta en salas y posteriormente en las televisiones de España y Europa.

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