Dos Españas

Nadie dejó de ver nunca a Tip y Coll por su ideología. En un país donde uno de sus cómicos más admirados, Miguel Gila, sobrevivió a un pelotón de fusilamiento franquista, el humor servía para hermanar. Como aseveraba Miguel Mihura, que militó en Falange, «el humor es una sonrisa bien educada, una risa que ha ido a colegio de pago».

Una cosa es que el humor, como los yogures, tenga fecha de caducidad. De pronto, Eugenio sigue haciendo tanta gracia como en los 80 y 90 pero, ay, los chistes de mariquitas y gangosos de los casetes de Arévalo se han quedado viejos. Porque nosotros hemos cambiado.

La polarización del país, azuzada por el veneno de las redes sociales, también ha llegado a los programas de entretenimiento. Hay que elegir entre Pablo Motos y David Broncano, entre el altavoz de los fachas y el lacayo de Pedro Sánchez, entre la caspa 'boomer' y el caos 'millennial'. Y no es solo cuestión de gustos: uno de los dos debe morir, ser eliminado de la parrilla.

De la política convertida en espectáculo de tertulias nada bueno puede salir. Pero dividir al país con el mando a distancia en el que para muchos españoles es su único rato de asueto resulta demencial. Miguel Gila sostenía que el humor era «el espejo en el que se refleja lo estúpido del ser humano». Dejemos que unos se rían con las hormigas de trapo y otros con un bombo sobre el escenario.