Borrar
Vea la portada de CANARIAS7 de este viernes 5 de diciembre de 2025
Imagen de archivo de varias embarcaciones en el puerto de La Restinga, en El Hierro. Efe

Una menor migrante cuenta su experiencia en un centro: «Lo pasé muy mal, era una cárcel»

Nour –nombre ficticio para preservar su identidad– es una joven de 17 años que ha vivido un auténtico calvario en algunos de los recursos de las islas

Sara Toj

Las Palmas de Gran Canaria

Sábado, 20 de septiembre 2025

La vida de Nour –nombre ficticio para preservar su identidad– no ha sido fácil, no es la que se espera o la que se presupone que debería ser para una joven de su edad. Hace cinco años, cuando tenía 12, dejó atrás su tierra natal, el Sáhara Occidental, y llegó a Canarias después de sobrevivir a una travesía de seis días en el mar en una patera en la que no había ni agua ni comida. Tras superar la ruta canaria de la migración, que cada año desde que se abriera, hace 30 años, deja miles de muertes y sueños en el mar, tomó tierra firme con el deseo de conseguir todo lo que algún día anheló. Sin embargo, no siempre las cosas suceden como se espera, por lo que se dio de bruces con una realidad desagradable, injusta, y que nadie quiere vivir.

Como cada menor migrante que llega al archipiélago sin la compañía de un familiar, Nour fue acogida por un centro de menores de las islas. Estuvo en cuarentena porque llegó en pleno 2020, con la crisis sanitaria por la pandemia a raíz de la covid, y luego fue derivada a otro recurso, donde empezaron, según relata, «los peores años» de su vida en Canarias.

«Recuerdo que lo pasé muy mal», cuenta al otro lado del teléfono. Su percepción de aquellos años es mala, ya que el recurso, dice, «parecía una cárcel». Las normas eran muy estrictas para ella, ya que si llegaba tarde porque perdía la guagua en alguna de las salidas del centro la castigaban «una semana sin poder salir». Pero el mayor recuerdo amargo que se lleva de ese lugar, que ahora observa desde la lejanía, es el trato que recibió por parte de algunos de los educadores.

La joven relata que en la planta baja del centro había un baño en el que la encerraban si actuaba en contra de las normas. Allí podía estar encerrada durante «dos o tres semanas». Por eso, cada vez que salía a la calle «tenía miedo» al regresar, y tampoco se lo contaba a nadie por las consecuencias que pudiera sufrir. También pudo ver como a algunos de los chicos que residían en el centro les pegaban debajo del agua fría para que no tuvieran marcas: «Me daba muchísima pena».

Además, la chica denuncia que algunos de los trabajadores no salvaguardaban su intimidad, llegando a transmitir al resto de compañeros algunas de las situaciones que le tocaban vivir. «No eran nada profesionales, se reían de mí con el resto de los chicos del centro», relata. «No me llevaba mal con los compañeros, tenía más problemas con los educadores del centro», confiesa con frustración al recordar aquel tiempo.

Otro de los problemas que tuvo que solventar fue el acceso a la educación, ya que no pudo comenzar las clases en el instituto cuando llegó a las islas desde el principio.

Ante las vejaciones y los malos tratos, la joven solicitó un cambio de centro, si bien, el sitio en el que le reubicaron estaba muy alejado del lugar donde tenía que ir a clase y en el que tenía a algunas amigas que ya había hecho durante su tiempo en las islas.

Finalmente, la volvieron a ubicar en un centro cercano a donde estaba todo lo que, en una tierra que no es la suya, conocía.

«Yo vine aquí buscando mi libertad, dejé mi tierra para vivir un poco mi vida, para que no me obligaran a casarme con mi primo, por ejemplo», comenta la joven, «Sea donde sea las mujeres estamos maltratadas, y eso es lo que me da más pena», reflexiona.

La joven no puede evitar que se le escapen las lágrimas al otro lado del teléfono al recordar uno de los castigos que sufrió en otro de los centros en los que estuvo de manera momentánea. Según cuenta, uno de los educadores intentó ahogarla con el grifo de una de las duchas: «Me lo puso en la cara, y solo podía pensar en que me iba a morir». En su mente se reproduce la cara de una cuidadora, que también estaba presente, y que no podía hacer nada ante la mirada de socorro de la chica.

Precisamente, en este lugar, la joven cuenta que intentaron quitarle un anillo que le había regalado su madre. «Yo no quería soltarlo, y lo que hicieron fue tirarme al suelo y me pisaron la mano para que yo se los diera, pero no lo hice», relata Nour.

Después de estos episodios, la menor –que en diciembre cumple 18 años– pidió que la llevaran a la Policía para denunciar la situación. «No me llevaron nunca. Pude hablar con el psicólogo, y él llamó al dueño de la empresa y me sacaron del último centro en el que estuve», cuenta la chica. A partir de ahí, su vida dio un giro, y la pudieron llevar a un recurso donde pudo sentir que estaba protegida. «Cuando te sientes mal te llevan al médico, te tratan súper bien», remarca la joven con entusiasmo.

Los sueños que un día proyectó parecen construirse poco a poco. Aunque reconoce que, tras todo lo vivido, hay veces en las que se siente mal, ahora puede respirar más tranquila. Siempre se comunica con su familia, la que dejó en su país, y quiere estudiar, sobre todo, idiomas.

Esta funcionalidad es exclusiva para registrados.

Reporta un error en esta noticia

* Campos obligatorios

canarias7 Una menor migrante cuenta su experiencia en un centro: «Lo pasé muy mal, era una cárcel»

Una menor migrante cuenta su experiencia en un centro: «Lo pasé muy mal, era una cárcel»