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Tres de los chicos alojados en el Puerto Calma posan delante de un mural que pintaron entre todos. Subsaharianos y magrebíes conviven en armonía, como si fueran una familia. Arcadio suárez
 Mamá África, refugio para continuar el gran viaje

Mamá África, refugio para continuar el gran viaje

Solidaridad. Una pareja costea el alojamiento en su complejo hotelero de Mogán a 50 migrantes que el sistema de acogida dejó en la calle. Les ayudan a seguir su camino

Viernes, 7 de mayo 2021

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Mamadou (es nombre ficticio) tiene solo 16 años y una firme determinación. Quiere estudiar hasta los 18 y empezar a trabajar cuanto antes. Su horizonte es su familia. Arriesgó su vida en una patera desde Senegal con el sueño de ayudarla. Lleva aquí siete meses y no se lo han puesto fácil. Estuvo en un centro de menores en Gáldar, pero se salió. «No era bueno, había mucha violencia», aclara. Se vio en la calle, durmiendo en la playa, en Las Canteras. Sin presente, sin futuro. Hasta que alguien le puso en contacto con un hotel en Mogán, el Puerto Calma, en Puerto Rico, el hotel de los migrantes que están en tierra de nadie. Allí le recibieron hace tres semanas y convive con otros 49 africanos excluidos del sistema de acogida. No les da cobijo el Estado, ni una ong, sino la solidaridad y el compromiso de una pareja, la que forman los empresarios Unn Tove Saetran Lucock y Calvin Lucock. Sufragan de su bolsillo todos los gastos. ¿Por qué? «Primero porque podemos, y segundo, porque queremos».

De no ser por ellos estas personas estarían en la calle. Sin techo, sin comida y sin agua. Aquí tienen su último refugio. En realidad, hace ya tiempo que el Puerto Calma ejerce funciones de acogida. No en vano, fue uno de los 11 establecimientos hoteleros de Mogán que, desde el principio, desde septiembre de 2020, se prestaron a alojar a migrantes cuando el Gobierno central, desbordado, buscó alternativas al campamento que improvisó en el muelle de Arguineguín. Durante esos meses este matrimonio puso a su disposición el hotel. Financiaba el Estado y gestionaba Cruz Roja, pero Unn Tove y Calvin no se limitaron a dejar usar sus instalaciones. Se implicaron como anfitriones. Crearon un clima de convivencia hasta el punto de que se formó una gran y muy diversa familia. A Unn Tove la llamaban Mamá África. Así fue hasta que Madrid empezó a desalojar los hoteles. A este, en concreto, le tocó el 26 de febrero. Ese día la ong dejó el Puerto Calma y antes de ella habían salido ya todos los migrantes que estuvieron allí acogidos. De forma paulatina, el Estado los había ido trasladando a otros hoteles, al campamento de El Sebadal, en Gran Canaria, o al de Las Raíces, en Tenerife.

Calvin y Unn Tove, junto a un mural que les dedicaron los chicos. Aparecen las banderas de sus países, Reino Unido y Noruega, dentro del continente africano.
Calvin y Unn Tove, junto a un mural que les dedicaron los chicos. Aparecen las banderas de sus países, Reino Unido y Noruega, dentro del continente africano. arcadio suárez

Pero no todos se fueron. Los hubo que decidieron dejar antes el hotel por temor a que ese traslado fuera la antesala de su expulsión de España. No era así, no ha sido así, pero no se fiaban. «Teníamos muchos chicos que estaban preocupados. No querían ir a los campamentos porque les habían contado que había peleas y mala comida», explica Calvin Lucock. Además, había otro dato que les echaba para atrás. La ausencia de sus consulados en Tenerife. «Si se van, pensaban ellos, tenían pocas posibilidades de seguir con el viaje que querían, hacia Europa». Unn Tove y Calvin sabían, pues, que estaban en la calle, conocían sus razones y sentían que no podían dejarlos abandonados. «Cruz Roja salió a las cuatro y a las cinco ya teníamos 18 chicos aquí», apunta Lucock.

Acaban de crear la Fundación Canaria Mamá África para ayudar a integrar a los migrantes

Llegaron a un compromiso con ellos. «Les explicamos la situación, que somos personas individuales, no una fundación, ni tenemos recursos del Gobierno, pero que se podían quedar con nosotros», les dijo él. Se corrió la voz y a los 10 días les llegaron otros 11 senegaleses que estaban en la calle. Escondidos. Huían de los traslados. Después les trajeron a seis menores que dormían en Las Alcaravaneras. Y así empezó esta nueva aventura del Puerto Calma, una ONU mixta, mitad africana, mitad europea, donde entre anfitriones, trabajadores y alojados conviven ocho nacionalidades. Entre los migrantes los hay de Gambia, Senegal, Marruecos, Sierra Leona y Mauritania. Unn Tove es noruega, Calvin, inglés, y los empleados, una docena, son españoles, entre vigilantes de seguridad, limpiadoras y cocineros.

En todo caso, el plan es que todos colaboran, todos ponen de su parte. «Y responden», advierte Lucock. Además, añade Saetran, reciben clases de inglés y de español por una voluntaria. Y otros, los que quieren, practican deporte. Unos están yendo a correr con un colectivo de Arguineguín, y otros, como Sulaiman, entrenan incluso en un equipo de balonmano de Vecindario. Mientras tanto, la familia y los trabajadores se reparten la tarea para ayudarles a resolver su situación legal. Se turnan para llevarlos a los consulados o les asisten con el papeleo para solicitar la protección internacional.

Entre los que ya salieron están los amigos de Mamadou. Llegaron en la misma patera y, sin embargo, él no ha podido aún dar el salto a la Gran España. Así se refiere a la península. Hace tres semanas que llegó al hotel, y se encuentra a gusto. Le tratan bien, come bien, duerme bien. Pero no es lo que busca. «Quiero ir a un centro de menores y estudiar inglés o español». Entiende algo de castellano, pero solo habla francés y sabe que el idioma es un pasaporte para la integración, la llave para poder luego trabajar y, finalmente, enviar dinero a su familia. Su objetivo.

Mamadou tiene claro que Puerto Calma es solo un refugio de paso para continuar su gran viaje, y eso lo saben también muy bien Unn Tove y Calvin, que, una vez zanjada esta misión solidaria de ahora y todos estos chicos logren coger rumbo, se han puesto como objetivo tejer una red de recursos que facilite la integración de estas personas en Canarias. «Van a seguir viniendo, en pateras y cayucos, en lo que sea, hay que buscar soluciones que funcionen, porque un campamento tampoco es la solución», advierte Lucock. «Siendo realistas, las únicas soluciones pasan por la integración o por la expulsión, nunca la calle, y nosotros nos vamos a dedicar a facilitarles la integración». Ya han dado el primer paso. Acaban de constituir el instrumento, la Fundación Canaria Mamá África. Ahora confían en conseguir recursos para empezar a trabajar. «Toda mi vida he intentado ayudar a los demás, pero nunca me iba a imaginar que me iba a pasar tantas horas, días, semanas o meses para entender la situación de cada uno de estos chicos», confiesa. «Cuando hablas con ellos te das cuenta de que en Europa no sabemos de verdad lo que es la pobreza». Podían optar por mirar para otro lado o por ayudar. Ellos han elegido ayudar.

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