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Mandela, un referente «necesario»

Mandela, un referente «necesario»

Antonio Lozano publica la novela juvenil ‘Nelson Mandela. El camino a la libertad’, con el sello Anaya. «Es fundamental que los jóvenes lo conozcan», asegura.

Jueves, 1 de enero 1970

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Es muy importante que los jóvenes conozcan a Nelson Mandela. Es de las pocas personas que realmente son importantes dentro de la historia. Su aportación fue trascendental. Es un referente y el mundo está necesitado de referentes como él», asegura el novelista y dramaturgo Antonio Lozano (Tánger, 1956), sobre el expresidente sudafricano y líder del movimiento que logró poner fin al Apartheid en ese país.

Su nueva novela, Nelson Mandela. El camino a la libertad (Anaya), que acaba de llegar a las librerías españolas, es un vehículo ideal para que los adolescentes y los adultos conozcan los orígenes de este mito universal de la lucha en favor de la libertad y la igualdad entre los individuos.

«Anaya se puso en contacto conmigo para que escribiese una biografía novelada de Mandela, destinada a unos lectores que tuvieran a partir de 14 años. Querían aprovechar también que este año se cumple el centenario de su nacimiento. Aunque no contaba con mucho tiempo, acepté la propuesta. Mandela siempre me ha interesado, pero les solicité un tiempo para poder documentarme y para ver cómo enfocaba el proyecto», explica Antonio Lozano en la capital grancanaria.

El proceso de documentación comenzó con la biografía de Mandela que ya figuraba en su biblioteca personal, que su hijo pequeño le había regalado en uno de sus cumpleaños y que no había leído. «También me fui a Casa África y me volví cargado de libros suyos y sobre su figura», señala. En aquel cargamento figuraban títulos como El África de Mandela, de Juanjo Olasagarre, y Conversaciones conmigo mismo, del propio Mandela, entre otros volúmenes a los que se sumó El factor humano, del periodista británico John Carlin, que Lozano ya había leído.

Finalizado el proceso de documentación, el autor de Harraga y El caso Sankara, entre otros libros, tuvo claro que uno de los grandes retos del proyecto era qué ficción crear para que el libro fuera atractivo, entretenido y no académico.

«Había que inventarse una historia, para lo que tenía que incluir a personajes de ficción junto con los reales. Esos personajes ficticios son los encargados de transmitir al lector cómo fue la vida y la lucha de Mandela. No se trataba de escribir una biografía», reconoce el escritor.

«La casilla de salida», apunta Antonio Lozano, la señaló el colombiano Nicolás Buenaventura, un habitual del Festival de Narración Oral Cuenta con Agüimes, localidad en la que reside Lozano.

«Me contó la historia de un amigo suyo, que durante toda su vida se arrepintió de no haber sido capaz de conocer mejor a su abuelo. Por esa razón, comenzó a investigar sobre su etnia y a estudiar Antropología», rememora.

Así nació Walter, el biznieto inventado de Madiba, alias con el que se llamaba al icono del siglo XX sobre el que se desarrolla esta novela. «Sipho, Thandiwe, el director del museo de Qunu, el pueblo en el que se creció Mandela, y los padres de Walter son los personajes ficticios de esta historia», apunta el escritor.

En esta ficción, Walter, ya cumplidos los 18 años, decide volver a Qunu, donde vive su abuela, con la que perdió todo contacto tras la muerte de su madre y por la pésima relación que ella mantenía con su progenitor. Busca recuperarla y a su vez conocer más detalles de aquel hombre mítico, sobre cuyas rodillas se sentaba cuando era un retaco y que murió cuando él apenas tenía 13 años.

Mediante la aventura vital de este estudiante, el lector conocerá los aspectos más destacados de la infancia y de la juventud de Mandela, las claves del Apartheid que imperó en Sudáfrica durante décadas, cómo se desarrolló la lucha contra este régimen, su caída, y el camino que aún queda por recorrer para alcanzar la igualdad racial.

«Para escribir una novela juvenil no me pongo en la piel de un adolescente»

n Nelson Mandela. El camino a la libertad (Anaya), de Antonio Lozano, es una novela juvenil y a su vez no lo es. La explicación de esta paradoja reside en la perspectiva desde la que afrontó su escritura. «Nunca me pongo en la piel de una adolescente para escribir una novela juvenil. Me llamo Suleimán se publicó como una novela para adolescentes, pero no creo que lo fuera. Esta nueva novela sobre Nelson Mandela va destinada a jóvenes de 14 años en adelante, pero creo que le resultará interesante y amena a los adultos», explica Antonio Lozano.

Mientras escribía los dos libros, Lozano no discriminó en la selección del vocabulario. «Si estoy escribiendo y utilizo una palabra que creo que un joven de 14 o 15 años no debe conocer, no la elimino. La incluyo, porque considero que es una oportunidad para que la descubra y la busque en el diccionario».

Por los valores que encarnó el expresidente Nelson Mandela, considera Antonio Lozano que este libro es un texto ideal «para que lo trabajen en clase» alumnos de «tercero y cuarto de la ESO, en asignaturas como Historia, Literatura y Filosofía, entre otras».

En este sentido, el autor de Preludio para una muerte y Donde mueren los ríos destaca la forma y las formas que impuso Nelson Mandela cuando accedió a la presidencia de su país, a pesar de sus largos años en la cárcel y todo el sufrimiento padecido por los negros.

«Decidió que no fuera un proceso de venganza. Apostó por la reconciliación y el perdón, a pesar de lo bestia que fue todo lo que sufrieron a manos de los blancos», apunta henchido de admiración.

Mandela tuvo que hacer frente a sectores críticos dentro de su propio partido, que no estaban dispuestos a perdonar después de tanto sufrimiento. Pero Madiba se decantó por los principios filosóficos que tenían en Desmond Tutu a uno de sus exponentes, denominados Ubuntu, que le dan mucha importancia al otro como reflejo de uno mismo. Para conocer sus entresijos, Antonio Lozano recurrió al libro Ubuntu. Sudáfrica. El triunfo de la concordia (Plataforma Editorial, 2010), de Albert Figueras.

Este novelista asistió la semana pasada al estreno en Mali de la versión escénica de Me llamo Suleimán. Nelson Mandela. El camino a la libertad también contará con un desembarco teatral. Julio Salvatierra trabaja ya en la adaptación que tiene previsto llevar a cabo con la compañía Teatro Meridional.

Adelantamos el primer capítulo

El viejo Sipho echó un vistazo a su reloj, sacó el pañuelo rojo que llevaba en el bolsillo del pantalón y se secó la frente. La tarde caía sobre Qunu como siempre lo hacía en verano, lenta y bochornosa, dejando en los cuerpos la huella húmeda de una nueva jornada de trabajo y calor.

Eran las tres y media de la tarde. Aún faltaba media hora para que el museo cerrara sus puertas. Como siempre, sería el último en salir, pero antes tendría que recorrer el edificio avisando a losvisitantes de que había llegado el momento de abandonarlo. Eso añadiría el habitual cuarto de hora adicional a su horario, y hasta ese momento no podría emprender el camino de regreso a casa, lo que le llevaría otros quince minutos más.

Generalmente, los turistas que visitaban el museo en grupo llegaban a primera hora de la mañana, o una hora antes del almuerzo. Iban siempre acompañados de un guía que les hablaba en idiomas que él no entendía, salvo cuando lo hacía en inglés o en xhosa.

El viejo Sipho conocía a todos los guías que pasaban por ahí, y con todos se llevaba bien. Nunca dejaban de recaudar entre los turistas una propina para él, que recogía algo avergonzado, pero también aliviado porque su sueldo no daba para llegar a fin de mes, y ese dinero extra le permitía, además, ayudar a sus tres hijos a desenvolverse en la lejana ciudad de Johannesburgo, donde vivían con sus familias.

Esa tarde, sin embargo, un grupo de españoles se había presentado a última hora y el guía le rogó que retrasara unos minutos el cierre del museo, a lo que él, según su costumbre, accedió.

Pero, como siempre que entraba uno de esos grupos, que más bien parecían rebaños humanos siguiendo obedientes a su pastor, le invadió una sensación de desasosiego, acompañada de una pregunta: ¿cómo en un paseo de apenas media hora podían esos hombres y mujeres —muchos de los cuales dedicaban más tiempo a sacar fotografías con sus móviles que a escuchar al hombre que intentaba instruirles— vislumbrar la dimensión humana, la inmensidad de la obra política, el portentoso caudal de enseñanzas que había derramado sobre el planeta la persona a la que iba dedicado el museo, Nelson Rolihlahla Mandela?

Sí, le era imposible evitar sentir un pellizco en algún lugar de su alma cuando eso ocurría; pensar que, de alguna manera, esas visitas masivas, rápidas e irreflexivas constituían un acto de profanación del templo que era, para él, el museo en el que se encontraban.

Al dar su acostumbrado paseo por el edificio para ahuyentar a los rezagados, vio que, aparte del grupo de extranjeros, solo quedaba en el edificio un joven que había entrado unas tres horas antes. Se sorprendió al verlo aún ahí. Rara vez un visitante se detenía durante tanto tiempo ante los objetos, fotografías o documentos expuestos, menos aún si se trataba de un joven que, le pareció al viejo Sipho, no alcanzaba los veinte años.

Cuando se acercó a él para anunciarle que había llegado el momento del cierre, el chico estaba en la sala de lectura, absorto en las páginas de un libro que, por ser el más consultado de la biblioteca, el guardián reconoció de inmediato: Un largo camino hacia la libertad, la autobiografía en la que el propio Mandela contaba de manera pormenorizada los momentos más importantes de su vida.

—Lo siento, chico, ha llegado el momento de cerrar. —El joven se sobresaltó al escuchar las palabras de Sipho, a quien no había visto llegar.

El lector le devolvió una mirada en que se confundían sorpresa y decepción. El guardián le había hablado en inglés, y en ese idioma le contestó el chico. Lo examinó con atención, como quien busca en un rostro algún recuerdo, alguna señal que le diera una pista sobre la persona a quien tiene delante.

—Gracias, hasta mañana —se limitó a decirle mientras cerraba el libro y se disponía a devolverlo a su puesto en la estantería.

Cuando estaba a punto de colocarlo, se volvió hacia el guardián:

—Supongo que no me lo puedo llevar, ¿verdad?

—¿Llevártelo? —se sorprendió el viejo.

—Quiero decir si tienen servicio de préstamo...

—No, no lo tenemos, lo siento. Pero aquí está a tu disposición para cuando quieras volver.

—Abren a las nueve, ¿verdad?

—En punto.

—Aquí estaré. Le deseo una buena tarde, señor.

Hasta 1992

El Apartheid, el régimen de segregación racial sudafricano estuvo en vigor hasta 1992. Nelson Mandela fue capital para la caída de un régimen que otorgaba el poder a la raza blanca y prohibía la mezcla, entre otras medidas.

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