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Mikel Labastida
Jueves, 2 de noviembre 2017
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A estas alturas no hay nadie en este mundo (ni en los de los alrededores) que no conozca el fenómeno 'Stranger Things'. Estrenada en julio de 2016 por Netflix, la serie desató la locura de la audiencia. De los más jóvenes, que no tardaron en empatizar con los protagonistas de la historia; y de los adultos, a quienes les entró un ataque de nostalgia al ver a aquellos muchachos vivir cientos de trepidantes aventuras. Cualquiera que viviese en los años 80 y fuese un poco sensible terminaría rendido ante una producción plagada de homenajes y guiños. Y eso que a los ejecutivos de todas las cadenas por las que rondó el guión original les echaba atrás la idea de una serie para adultos protagonizada por niños.
La segunda temporada usa el mismo recurso nostálgico. Es reincidente. Fácil resulta captar el tributo a películas como 'Terminator', 'Mad Max', 'Los Cazafantasmas', 'Poltergeist', 'Aliens' o 'Gremlins'. Imposible no retrotraerse al pasado y suspirar al ver el local de los recreativos, los videojuegos o la fiesta de disfraces. Uno de los nuevos protagonistas es clavado al Rob Lowe de 'St. Elmo's Fire'. Y la banda sonora regala temas de The Police, Bon Jovi o The Clash. Imposible que la combinación no funcione con semejantes ingredientes. ¿Alguien da más?
'Stranger Things 2' da más de lo mismo que dio en su primera temporada. Pero sigue funcionando. ¿Para qué variar lo que marcha bien? Esa ha sido, al parecer la idea, de los guionistas, los hermanos Duffer, que de la noche a la mañana lograron un enorme éxito gracias a haber creado un producto para toda la familia con los mimbres con los que se construían los productos cinematográficos más taquilleros de los años 80, como 'ET' o 'Los Goonies'. Es indisimulado que estos son los referentes.
El camino para conectar con la audiencia no fue sencillo. Los creadores se toparon con más de 15 noes. Ninguna gran cadena veía que aquella historia fuese a tener recorrido. Hasta que Netflix se cruzó por su camino y acertó en el momento de estrenarla. La producción se convirtió, casi sin promoción y gracias al boca-oreja, en el pelotazo del verano pasado. Posiblemente influyó que en el cine tampoco se estrenase ninguna cinta relevante durante los meses estivales.
La historia original: un chaval de 12 años desaparece misteriosamente después de haber estado jugando con sus amigos a un juego de rol, 'Dragones y mazmorras'. Su madre y sus amigos emprenderán su búsqueda, que les deparará hallazgos y sorpresas que nunca creerían que vivirían. La segunda tanda de capítulos retoma a aquellos personajes varios meses después y se dedica a contar qué ha sucedido y, sobre todo, las consecuencias de los acontecimientos que sufrieron.
Así descubriremos cómo Will sufre secuelas de los experimentos a los que fue sometido, aunque nos costará entender cuál es su situación. A su lado, su madre (Winona Ryder, menos histriónica en esta ocasión) busca lograr la estabilidad en el hogar y por ello vive preocupada por controlar lo que hace su hijo pequeño y ha comenzado una relación con un antiguo compañero de instituto. Mike sigue pendiente del regreso de Eleven, la niña que iluminó a la pandilla hace más de un año y que después desapareció. ¿Qué ocurrió con ella? También se sabe en estos episodios. Y, ¡oh sorpresa!, no ha estado tan lejos de sus amigos. Esta vez nos encontraremos con una muchacha menos angelical y con mucha ira acumulada dentro. Luego están Dustin y Lucas, empeñados en hacer una vida de lo más normal, ajenos a los problemas de los de su alrededor. A ellos se va a unir Max, una particular muchacha que llega al pueblo y a la que le cuesta relacionarse con los demás. Por otro lado están Nancy y Steve, que han tomado posiciones contrapuestas sobre todo lo sucedido meses atrás. Él prefiere borrarlo y actuar como si no hubiera ocurrido. Y ella lo tiene muy presente, sobre todo, por la desaparición de su mejor amiga, Barb, a la que se empeñará en encontrar.
Estas son las tramas principales de una segunda temporada, en la que de nuevo lo paranormal campa a sus anchas y en las que los experimentos ilegales continúan con un peso importante. El guión, a la vista está, ha optado por un rumbo continuista y ha preferido arriesgar lo mínimo. ¿Es un acierto esto? Depende de cómo se mire. La fórmula salió bien el año pasado y la serie al ser breve (8 capítulos en 2016, esta vez se ha añadido uno más) no acusó desgaste. Lo más seguro era plantear una continuación convencional. El problema con esta decisión es que se pierde el efecto sorpresa y al espectador le puede invadir la sensación de esto ya lo he visto. Y a más de uno le ha sucedido algo así. También es verdad que la ficción de Netflix había conseguido lo imposible: que durante meses no se dejase de hablar de ella. Y mantener ese 'hype' es imposible sin encontrarse tarde o temprano con un buen número de detractores.
'Stranger Things', por otra parte, nunca pretendió ser una obra de arte ni una propuesta rupturista. No estaba en su ánimo ser 'The Leftovers', 'Mad Men' o 'Breaking Bad'. Esta jugaba en otra liga, en la del entretenimiento y en esa no ha tenido competidor.
Sea como sea la segunda temporada de 'Stranger Things' nada tiene que desmerecer a la primera. Mantiene el espíritu, renueva el interés por los personajes principales y engancha. La aparición de un nuevo monstruo confiere más espectacularidad a la trama y le lleva por terrenos más cercanos al terror. ¿Habrá tercera temporada? No cabe duda. Habrá que ver cuánto puede durar la gallina de los huevos de oro sin salir ilesa.
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