'I love LA': el TikTok o la nueva tragedia contemporánea
La serie de HBO puede desconcertar (y desconcierta) por su retrato de una generación que parece ir a la deriva, pero encuentra su valor en la ambivalencia y en los destellos de humanidad
Tras ver el primer capítulo de 'I Love LA' (HBO Max), uno podría pensar, como diría Rosa Belmonte, que es una serie anticonceptiva. Sus protagonistas, ... jóvenes cercanos a los 30, se muestran superficiales, egocéntricos y obsesionados por los horóscopos, el karma, los vínculos virtuales y la validación en redes sociales. En su universo, lo que no se comparte en TikTok no existe. Por eso, para quienes quedamos fuera de ese mundo por aquello de la edad, la serie nos hace pensar que si esta es la generación que tiene que pagar nuestras pensiones, es muy probable que tengamos que seguir trabajando cumplidos los 70.
Pasado el impulso inicial de abandonar la serie, una sigue viéndola por prurito profesional. Es entonces cuando, poco a poco, se descubre cierta ironía, cierta gracia que convierte los melodramas digitales en episodios más o menos divertidos, y la urticaria que producen los personajes comienza a calmarse a medida que se van conociendo. Pero, vistos los tres episodios emitidos, lo que todavía no queda claro es si la intención es satírica o si, por el contrario, se celebra la vida 'millennial', porque Rachel Sennott —creadora y protagonista— se mueve en la ambigüedad. Y quizá sea en esa ambigüedad donde resida el encanto de la serie.
Sennott, la nueva revelación de la comedia norteamericana que ya dejó huella en 'Shiva Baby' y 'El club de las luchadoras' ('Bottoms'), interpreta a Maia, una agente de 'influencers'. Su rutina junto a Dylan (Josh Hutcherson) se desestabiliza cuando reaparece en su vida una antigua amiga, la imprevisible Tallulah (Odessa A'zion), 'influencer' neoyorquina inestable y carismática cuya energía arrolladora arrastra a Maia hacia el caos. En torno a ellas orbitan Charlie (Jordan Firstman), el amigo ácido que tiene sus propios problemas, y Alani, que parece no tener ninguno porque es una 'nepobaby'. Lo mejor es que está interpretada por True Whitaker, hija de Forest Whitaker, que aquí juega a la autoconciencia.
La serie puede desconcertar (y desconcierta) por su retrato de una generación que parece ir a la deriva, pero encuentra su valor en la ambivalencia y en los destellos de humanidad que asoman bajo esa espesa e insoportable capa de superficialidad propia de niños caprichosos. El logro de 'I Love LA' es que, entre la parodia y la empatía, consigue que el espectador se pregunte si la comedia sobre 'influencers' no es, en realidad, una nueva forma de tragedia contemporánea. Mientras, María Pombo sigue sin leer ni un libro que no tenga fotos. Y bien grandes.
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