'Todas las de la ley': la serie que es un meme
Un grupo de abogadas, hartas del sexismo que sufren en la firma para la que trabajan, fundan un bufete destinado a llevar casos de mujeres
Comienzo a escribir este artículo sin saber con cuántas estrellas calificar 'Todas las de la ley' (Disney +). Vulgar, grotesca, superficial, sonrojante, histriónica, predecible y ridícula ... como es, en principio merecería solo una. Pero, si conseguimos ir más allá de todos esos adjetivos, nos daremos cuenta de que la clave del asunto es que esta serie no es una serie: es un meme. Y, desde ese ángulo, se merece una constelación entera.
Un grupo de abogadas, hartas del sexismo que sufren en la firma para la que trabajan, fundan un bufete destinado a llevar casos de mujeres. No, esta no es la historia de Cristina Almeida y sus compañeras de profesión, sino de Kim Kardashian y sus amigas: Naomi Watts, Glenn Close y Niecy Nash. Quitando a Kardashian, forman un trío extraordinario de actrices, pero su talento interpretativo es desaprovechado porque no tienen qué interpretar. Sus personajes no son mujeres, sino caricaturas de mujeres, o lo que Ryan Murphy entiende por señoras libres, riquísimas y empoderadas. Ricas y mamarrachas, ese es el nivel. Y ese es el tipo de jefaza que muestra la serie: Georgina Rodríguez disfrazada de abogada por Halloween.
Dentro del desquicie, la mejor en este negociado de excesos es Sarah Paulson. Interpreta a Carrington Lane, una villana archienemiga de Allura Grant (el personaje que interpreta, por decir algo, Kim Kardashian) cuya capacidad para soltar insultos enrevesados es mayor aún que la de Selina Meyer en 'VEEP'. Alrededor, orbitan Elizabeth Berkley, Jessica Simpson, Grace Gummer, Brooke Shields o Judith Light, y todas, abogadas y clientas, viven en el despiporre estilístico: los pelucones, las pestañas postizas, los brillos, los joyones y los modelazos te hacen preguntarte qué se pondrán estas señoras en Nochevieja si un martes cualquiera visten así. Pero, como para Ryan Murphy más es más, ahí no acaban los desparrames, y sitúa a las individuas en aviones privados, fiestas exclusivísimas, coches de lujo y mansiones con cocineros. Pornografía inmobiliaria y lujo obsceno.
Los hombres, por supuesto, son todos son malísimos, menos el novio de Naomi Watts y el marido de Glenn Close, y porque está moribundo. Pero el cliché reduccionista no solo afecta a los personajes de uno y otro sexo, sino también a los diálogos: van desde la frase de autoayuda de la 'influencer' de turno a la grosería más soez, y resultan absurdos, torpes, innecesariamente expositivos y carentes de una pizca de ingenio.
En 'Todas las de la ley' hay tanto de todo que acaba siendo la nada absoluta. Lo peor es que ni siquiera ese abigarramiento es divertido, sino que termina abrumando y aburriendo, incluso indignando: no es que intente ser una buena serie que yerra el tiro, sino que no ha habido ningún interés en que tuviera ni un ápice de calidad. Por eso, la serie hay que verla como un producto perfectamente adecuado para estos tiempos absurdos que vivimos: de cada gesto, de cada escena, de cada frase inane se pueden sacar memes que serán compartidos con fruición por los participantes de 'La isla de las tentaciones'. Es lo único que podría explicar que, a pesar de la unanimidad de la crítica a la hora de valorarla (han llegado a calificarla de «crimen contra la televisión»), ya haya prevista una segunda temporada. Y como una está aquí para hablar de series y no de memes, al final de este artículo he decidido ponerle una sola estrella. Mucho me parece.
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