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I. Cortés
Sábado, 23 de diciembre 2023, 20:42
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Difícilmente Hugh Laurie encontrará otro personaje a la altura del sarcástico Gregory House, el doctor al que estuvo poniendo su voz y su rostro desde 2004 hasta 2012 en la serie que llevaba su nombre. Ambientada en el ficticio Hospital Universitario Princeton-Plainsboro, el personaje en realidad estaba inspirado en el detective Sherlock Holmes y a lo largo de esta estupenda ficción procedimental, los guiños hacia la obra de Arthur Conan Doyle no dejaban de trufar cada historia acerca de este sabueso, con muy malas pulgas, de las enfermedades infecciosas: desde el evidente parecido de su apellido hasta la presencia del doctor Watson -en este caso, su amigo Wilson-, pasando por que House vive en el 221 B de Baker Street como el propio Holmes y se atiborra de vicodina -el investigador de finales del siglo XIX era adicto a la cocaína-.
Sin bata, desgarbado, con barba de cinco días y una característica cojera -ojo, que el actor acabó con dolores en la espalda y en las piernas por caminar de forma forzada e incómoda- que le hacía parecer más un paciente que un médico, el doctor ya dejaba claro en el piloto de la serie que él se había hecho médico para tratar enfermedades y no para tratar con los pacientes, que a su juicio, eran «el inconveniente de la profesión». Fiel a su «todo el mundo miente», a House, implacable y obsesivo, solo le estimulaba resolver los enigmas y puzles detrás de los síntomas. Lo hacía, a menudo, con métodos poco ortodoxos -no dudaba en pedir a sus colegas que allanaran las casas de los pacientes para buscar pistas-, pero siempre desde una racionalidad incondicional, y no tenía problemas en utilizar al equipo de jóvenes médicos que tuteleaba o a su amigo Wilson para salirse con la suya en el eterno enfrentamiento con Lisa Caddy, la gerente del hospital, con la que luego tuvo una relación real e irreal.
Dado el carácter complicado y lo atípico de su comportamiento, el conflicto del equipo con House era permanente. Un equipo que fue variando a lo largo de las ocho temporadas y los 177 episodios que duró la ficción y que Cuddy utilizaba en ocasiones para poner entre las cuerdas al doctor en un particular juego de tronos que avivó algunas de las tramas más longevas de la ficción, junto con la de la adicción.
Amargado, sarcástico, cínico, misántropo, narcisista, cascarrabias y sin filtros, en pocas ocasiones House se acercaba a ver a los pacientes. Su vena más hiriente iba en aumento con el paso de los episodios y las temporadas hasta tal punto que uno podía imaginarse a los guionistas de carcajada en carcajada imaginando qué burrada diría ahora el doctor. Multitud de webs en internet recopilan algunas de sus frases más célebres: desde el «no, es que soy yonki», que responde a un paciente en el primer episodio que le le pregunta si toma píldoras para la pierna hasta el «al menos mueren con ritmo», que espeta a un médico voluntario que asegura que un niño muere en el mundo cada 5 segundos, o el «los niños se acostumbran al oxígeno y luego no hay quien se lo quite» que le suelta a una madre que no quiere darle ventolín a su hijo porque considera que es muy joven para un medicamento tan fuerte. Pese a su carácter procedimental, lo cierto es que la serie, creada por David Shore y producida por Bryan Singer, con el paso del tiempo sí supo ahondar con mayor profundidad en la personalidad del doctor.
Laurie ganó varios premios por su interpretación, incluidos dos Globo de oro al mejor actor en series dramáticas y estuvo nominado a los Emmy en 2005, 2007, 2008, 2009 y 2010.
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