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BORJA CRESPO | MIKEL LABASTIDA
Miércoles, 12 de julio 2023, 13:57
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Hace unos días que HBO echó el cierre de 'The Idol', la controvertida nueva serie de Sam Levinson que entraba en el mundo de la música a través de una estrella pop emergente. Solo ha acumulado críticas y una posible segunda temporada está en el aire. Los redactores de Pantallas tratan de buscar los pros y los contras de una de las producciones del año.
Vengo aquí a defender un poco lo aparentemente indefendible, 'The Idol', una de las series más vapuleadas del momento, disponible en HBO Max. Lo nuevo de Sam Levinson, el creador de 'Euphoria', que aquí observamos como un espectáculo grotesco, a ratos desconcertante, puede verse como un exabrupto audiovisual sin sentido, pero el gargajo no es involuntario. Lo que cuenta no es agradable. Para nada. Puede ser la gracia de este retrato de una realidad sucia con un look totalmente opuesto. No hay ni un personaje simpático entre los roles principales. Gente ruin y miserable. De mala calidad. Abollada. Hay toxicidad emocional y manipulación psicológica. Es, por ello, incómoda. Se muestra tediosa y a la vez te atrapa en su delirio, con sus imperfecciones y un notable error de casting. Son disfrutables sus múltiples referencias inesperadas, poco habituales en el mainstream, su banda sonora mutante y su fascinante empaque visual, con guiños al giallo -música y estética- y al erotismo de los años 70 (tira de zoom sin cortarse). Puede chocar lo que representa y cómo, pero el que esto escribe ha sonreído pensando en paralelismos reales, algunos cercanos, en el mundo de la farándula. Es la nueva 'Showgirls', con Charles Manson y el horror el consumismo devorador imperante. Verhoeven meets Dario Argento (y ojalá John Waters). El negocio musical, con sus sombras, como decorado. Los instintos básicos como carnaza.
El contradictorio e inconexo quinto y último episodio de la serie más vilipendiada de la temporada es un espumarajo con sabor a mango y torreznos, una sucesión de secuencias que alimentan el sinsentido, con un punto y aparte poco creíble (la evolución de la relación tóxica no cuela y el 'the end' es odioso). El mal viaje hasta llegar a tan absurda conclusión, el puestón audiovisual, ha sido una bendita oda al desastre, una acumulación de WTFs, un vicio insano, un chute de bótox en la entrepierna, un tremendo zasca a la encallecida mirada del seriéfilo de pro. Camino de ser un juguete roto, Jocelyn, la protagonista de 'The Idol', cruce entre Miley Cyrus y Britney Spears, es lo mejor del pastel envenenado. La talentosa Lily Rose-Depp es un portento físico y dramático. Para hablar de algo chungo, a veces no queda otra que mostrarlo, y ahí se coloca frente a la cámara Abel Tesfaye, alias The Weeknd, sujetando el palo del gallinero, con el glamour de un zapato, encarnando a un risible corruptor de almas. El show business está lleno de pelagatos, de arribistas, engreídos y traidores, generalmente con más mala uva que buena educación. Las drogas están ahí, el sexo desbocado y los parásitos también. No hay celebridad sin palmeros. Los pelotas se reproducen por esporas en torno a una celebridad. Son vampiros psíquicos que buscan su trozo de bizcocho. Ratas peleando por un churro. Rémoras en busca de fama y dividendos. Escoria existencial que se agrupa como una manada de buitres, bailándole el agua a quien toque para salir en la foto. Hienas de risa congelada, dispuestas a bajarse lo pantalones con tal de figurar y entrar en la secta que corresponda. De sectas también va la cosa. De chicos malos traumatizados, danzando al son de un videoclip eterno que produce sentimientos encontrados. La sierra es la familia. Aquí, el micro.
Así es 'The Idol' y su atractivo cringe, reflejo de una sociedad en descomposición, sexista y atolondrada. El irregular casting empaña sus singulares virtudes. Cuando The Weeknd aparece en pantalla, el show languidece. Su rol es, por ahorrarnos unas líneas, asqueroso. Tiene que ser así, una pena que la interpretación del músico deje mucho que desear, pero ayuda a echar para atrás. Cuando irrumpe en escena la ficción deriva en un tributo post-millenial a '50 sombras de Grey'. Se antoja, de repente, un porno de Andrew Blake rodado con pasta por un cineasta caprichoso. Un BDSM de teletienda. Ahí está el quid de la cuestión para quien desee calentarse con esta hoguera de las vanidades que aporta algunos instante sádicos ridículos. El comienzo del cuarto capítulo de la serie es muy elocuente. Dos criadas de origen latino hablan en castellano en una pausa en su trabajo en la mansión millonaria de la protagonista. Están hartas de recoger «la mierda de los ricos». Restos de cocaína, vibradores king size, botellas de alcohol y lencería de todo menos fina. Sodoma y Gomorra. Una fiesta continua en una casoplón de Los Angeles donde Gran Hermano se da la mano con Operación Triunfo. Hay prácticas sexuales humillantes, gaslight y violencia de género. Los problemas de autoestima, la búsqueda del amor romántico que nos han vendido, produce monstruos. La manipulación emocional es señalada en una propuesta burda, para bien y para mal, que hurga sin filtros en el comportamiento humano de quien usa herramientas de dominación afectiva con tal de sentirse por encima de sus semejantes. La aprobación de los demás en la era digital es una lata. Da mucha guerra la fragilidad humana. El ego herido nutre el insomnio.«La enfermedad mental es una mina», afirma con sorna uno de los jerifaltes de la industria musical.
El chantaje es una moneda de cambio en 'The Idol', tan transgresora como un niño soltando palabrotas (el momento Got Talent en el desenlace es maravillosamente irritante). Todo empieza porque sale a la luz, viralizándose, una imagen en primer plano de Jocelyn con una corrida en la cara. Lejos de ser un cotilleo bochornoso para la cantante, a la superstar le llueven los followers y tan vergonzosa estampa, según los cánones del buen comportamiento, puede acabar siendo la portada de su próximo disco. Hábil metáfora de nuestro tiempo. Es una pena, hay que subrayarlo, no poder ver el resultado de la serie bajo la dirección de Amy Seimetz, responsable de la sugestiva 'She Dies Tomorrow'. La emergente realizadora llegó a rodar más de la mitad del material previsto, pero se le invitó a que abandonase el proyecto y el propio Levinson, más salido que el pico de una plancha, «regrabó» los episodios, un dato que no deja en buen lugar a la polémica producción. La mirada misógina está ahí, aunque Caperucita Roja acabe zampándose al lobo feroz. ¿Quién maneja a quién? Al tratar temas tan crudos con un fuste dispeso, todo puede ser lo contrario a lo que parece. Y viceversa. Por algo no deja indiferente. Ojo con tomársela demasiado en serio. Hay diálogos que así lo indican: «Kanye West parecía normal, hasta que empezó a adorar a Adolf Hitler». Viva la incertidumbre.
'The idol' intenta ser un montón de cosas pero no consigue ninguna. Quiere ser provocadora y solo provoca asombro y risas para mal. Pretende ser transgresora pero llega tardísimo para transgredir enseñando tetas o sexo con los ojos vendados. Aspira a ser innovadora en la puesta de escena pero apesta a videoclip barato con ínfulas de algo más. Busca la reivindicación pero el tufo machista que impera en cada minuto de metraje torpedea cualquier posible reclamación o repulsa. Ya hubo un 'Instinto básico' y a estas alturas no necesitábamos otro. Ya hubo un '50 sombras de Grey' y nadie había pedido uno nuevo. Ya hubo un 'Eyes wide shut' y ha encontrado mejores homenajes que los que pretende ofrecer esta serie. A 'The idol' se le notan las costuras y las pretensiones de lejos. Y lo que muestra no sorprende a nadie.
Venía precedida por las obras anteriores de su creador, Sam Levinson, la sublime 'Euphoria' y la estimable 'Assassination Nation' y contaba como principales reclamos con sus protagonistas, Lily-Rose Melody Depp, la hija de Johnny Depp, y con el cantante The Weeknd. Pero tampoco en esto ha estado demasiado atinado el creador, ninguno de ellos resulta demasiado creíble. Tampoco el material que tenían entre manos daba para grandes interpretaciones. No se les puede criticar que resulten grotescos en algunas escenas porque seguramente no había otra manera de abordarlas.
'The idol' pretende ser un retrato del lado más cruel de la fama, pero no cuenta nada sobre ese asunto que no hubiésemos visto antes. Sin ir más lejos tenemos todavía reciente 'Pam & Tommy', la producción en torno al vídeo íntimo de Pamela Anderson y Tommy Lee que se difundió en los años 90 y que sin ser una gran obra si sabe encontrar el tono intermedio entre la crítica y la mofa que exigía el tema. 'The idol' se toma demasiado en serio y no se lo merece.
También había intención de crítica al presentar la relación de la protagonista con su cuerpo y con el sexo, pero lo hace desde una mirada eminentemente masculina y con una pátina pornográfica que no ayuda a que entendamos el objetivo final. Se suceden unas cuantas secuencias que uno espera todo el rato que sean broma, que en algún momento descubran su pretensión cómica. Pero no, eso no ocurre. Repito, se toma demasiado en serio y eso es desconcertante. ¿De verdad alguien puede idear y escribir cuerdo una escena como la de la masturbación con los cubitos de hielo? Cuesta creerlo.
Con todo, lo peor de 'The idol' es que es aburrida. Los personajes no tienen recorrido, pecan de artificiales y resultan repetitivos en el primer episodio. Imagínate cuando llega el quinto. Las tramas son previsibles y no conducen a ninguna reflexión que aporte nada. No hay ritmo. ¡Y eso que es una serie musical! Ni deleite visual. No entretiene. Puestos a no trascender lo suyo hubiese sido forzar el exceso, el disparate, el delirio. Para al menos pasar un rato entretenido. Pero no. A nadie en HBO le puede extrañar que la conversación en torno a esta serie haya sido inexistente. No daba más de sí. Ni para memes, que ya es triste.
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