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Ibon Etxezarreta y Maixabel Lasa, en un momento de 'ETA, el final del silencio'.
'ETA, el final del silencio', un punzante recorrido por la sinrazón

'ETA, el final del silencio', un punzante recorrido por la sinrazón

Serie documental ·

Jon Sistiaga dirige una serie documental en la que aborda la historia de la organización terrorista, poniendo el foco en sus víctimas y dando voz a todos los actores de un pasado muy reciente en el que 854 personas fueron asesinadas

Iker Cortés

Madrid

Lunes, 16 de diciembre 2019

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En octubre de 2011, ETA anunciaba el cese definitivo de su actividad armada, después de haber quitado la vida a 854 personas. Con la decisión, daba carpetazo a una bochornosa historia de sinrazón que comenzó el 7 de junio de 1968, cuando la organización eligió cruzar la línea roja y asesinó al guardia civil José Antonio Pardines en un control de carretera. ETA había optado ya por una senda que solo diez meses más tarde, el 9 de abril de 1969, le condujo a acabar con la vida de un civil, el taxista Fermín Monasterio.

Ahora, tan solo un año y medio después de que anunciara su disolución, 'ETA, el final del silencio', una serie documental dirigida por Jon Sistiaga y Alfonso Cortés-Cavanilla, realiza una aproximación a la historia de la banda terrorista y, por ende, a un conflicto que aún pesa como una losa sobre la sociedad vasca, dando voz a todas las partes del conflicto y tratando de responder a una simple pregunta: ¿Por qué? Ni qué decir tiene que la respuesta no es sencilla pero en el camino la serie dibuja a una sociedad muy polarizada, con un grueso de la población asustado, que hacía oídos sordos, callaba o miraba para otro lado, y otra parte que apoyaba a una organización sanguinaria.

A 'ETA, el final del silencio' le ocurre algo sumamente extraño a nivel formal. Apoyado por una magistral banda sonora a cargo de Carlos M. Jara, la propuesta arranca con 'Zubiak', un capítulo de una hora y media tan estremecedor como brillante que no desentonaría en la gran pantalla. Sin embargo, los otros seis capítulos optan por una realización más televisiva. Y resulta raro el cambio de rumbo porque todos los contenidos que aborda el proyecto son igual de interesantes. Esto no significa que la puesta en escena sea pobre, al contrario, pero sí es cierto que a partir del segundo episodio el toque cinematográfico solo saldrá a relucir muy de vez en cuando.

La voz de Ibon Etxezarreta, que participó en una veintena de atentados, cuatro de ellos con víctimas mortales, pone en marcha este primer episodio que gira en torno a la figura de una de las personas a las que asesinó en el año 2000: Juan María Jáuregui, entonces exgobernador civil de Guipúzcoa. No hay voz en off, no hay conductor, pero sí imágenes de archivo encuadradas en un negro de luto y testimonios de amigos, compañeros de partido y, sobre todo, de su esposa, Maixabel Lasa, y su hija, María. Todos describen a Jáuregui como alguien dialogante, dispuesto a tender puentes en un momento en el que la sociedad vasca estaba crispada. Y apuntan a un detalle más: el hecho de que este sociólogo de Legorreta (Guipúzcoa) era «uno de los suyos» -militó en ETA durante la dictadura y pasó luego al Partido Comunista y al Partido Socialista-. Jáuregui molestaba más porque habiendo sido parte del movimiento, entendiéndolo, lo cuestionaba y podría llevar a otros a cuestionarlo. Ojo, porque este argumento de '¿Por qué han matado a éste, si era un euskaltzale?' sigue saliendo a la palestra durante toda la serie, dejando ver lo interiorizada que está la idea de que si la sinrazón es contra el de fuera, algo de sentido tiene.

Maixabel Lasa.

Y luego está el escalofriante relato de Etxezarreta, que además de detallar cómo se consumó el atentado, explica su personal viacrucis. «Era un joven de 19 años, con un futuro por delante, ahora solo tengo un presente. Teníamos idealizada a ETA y poco a poco fuimos alimentando a un monstruo», dice. Y el puente al que hace mención el título, como símbolo, se fue resquebrajando. En 1996, sabiéndose ya amenazado, Jáuregui se quitó de en medio y se fue a trabajar a Santiago de Chile. La casa de la familia ya había recibido pintadas. «Aquello era como que te marcaran. Uno de los chavales que la hizo era el hijo de uno de mi cuadrilla», explica Lasa, mientras la vemos comer, durante las fiestas del pueblo, en un frontón con pintadas recientes que reivindican el regreso de los presos vascos a Euskadi, diecinueve años después del asesinato de su marido. Y un detalle más: el sobrino de Juan Mari, el primo de María, entonces concejal de Batasuna en Legorreta, se negó a condenar el atentado. De esa magnitud era la locura.

El final del episodio une Etxezarreta y Lasa en una comida en la sociedad gastronómica de la familia de Jáuregui. El espectador comparte unos silencios incómodos y demoledores, comprueba la talla humana y la generosidad de Lasa y casi llega a empatizar con un Etxezarreta profundamente avergonzado de lo que hizo. Se habla de la vía Nanclares, del día del atentado a su marido -«Aunque hubieses estado en el bar, no lo habríamos parado», le dice con cierta condescendencia-, de la dispersión de los presos y se deja un recadito a Arnaldo Otegi, que cuando Jáuregui fue asesinado dijo: «Es que Juan Mari había tomado parte».

Desde los extorsionados hasta los años de plomo

A partir de ahí y con un tono más televisivo y una duración más contenida por cada episodio, Sistiaga se coloca delante de las cámaras y sigue ahondando en las consecuencias del tremebundo historial de ETA, tocando distintos temas y aportando diferentes puntos de vista, pero poniendo el foco en las víctimas. Desde los extorsionados -asesinó a medio centenar de directivos y empresarios- a los que reclamaba apoyo y dinero y amenazaba -«Si te llega algún paquete procura que no lo habra nadie ¿eh tu? Objetivo prioritario eres», dice una de las conversaciones telefónicas grabadas-, hasta un somero repaso a los llamados 'años de plomo', aquel trágico periodo en los ochenta en los que ETA asesinaba a casi cien personas al año, traficantes y drogodependientes entre ellos, y al que pertenecen el grueso de los asesinatos sin resolver de la banda. Todo ello pasando por la historia de sus orígenes, con algunos de sus fundadores; los enfrentamientos en el seno de la formación, el machismo de la organización, el primer atentado que realizaron en democracia -el empresario Javier Ybarra en 1977-, la tibieza con la que la Iglesia vasca abordó el problema, el atentado de Hipercor, la guerra sucia del GAL, los últimos atentados, así como los golpes policiales que acabaron derrotando a una organización que desde hace años ya se había convertido en una banda.

Mención especial merece el capítulo dedicado al asesinato de Miguel Ángel Blanco, una reconstrucción pormenorizada y escalofriante de las 48 horas durante las que ETA tuvo en vilo a toda la sociedad española, con un chantaje -o el Gobierno acercaba a los presos o la formación asesinaba al concejal de Ermua- que acabó de la forma más trágica. Dos días que cambiaron un país y que supusieron el principio del fin de ETA -fue la primera vez que la sociedad vasca en su conjunto se opuso de forma contundente a la organización-.

Imanol Rodríguez fue uno de los ertzainas que se quito el pasamontañas y se fundió en un abrazo con las personas que protestaban delante de la sede de HB, cuando Miguel Ángel Blanco fue asesinado.

No se le puede acusar a Sistiaga de haber escatimado en puntos de vista. Además de numerosas víctimas de ETA, de los GAL y de sus verdugos, por la serie desfilan voces como las de Juan Mari Atutxa, exconsejero del Interior del Gobierno Vasco; José Antonio Ardanza, lehendakari durante el asesinato de Miguel Ángel Blanco; Jaime Mayor Oreja, ministro del Interior durante el asesinato del concejal; miembros de las Juventudes del PP en ese periodo como Borja Semper e Iñaki Oyarzabal; miembros de las Fuerzas de Seguridad del Estado como Moisés Pérez Cornejo o Valentín Díaz, que contribuyeron a derrotar a la organización policialmente; Jesús Eguiguren; el fotógrafo de El Correo, Luis Calabor, y el subdirector de El Correo, Pedro Ontoso; María San Gil, política, amiga y testigo del asesinato del diputado del Parlamento Vasco por el PP Gregorio Ordóñez; Rosa Díez, e incluso Juan Mari Uriarte, obispo emerito de San Sebastián, con el que quizá Sistiaga peque de tibieza.

Josu Elespe, Sandra Carrasco, Maider García y Peru del Hoyo.

El último capítulo, titulado 'Terceras generaciones', cierra de alguna manera el círculo que inician Maixabel e Ibon. Dedicado a las hijos de las víctimas, sienta en la mesa de un restaurante a Sandra Carrasco, hija de Isaías Carrasco, el último político asesinado por ETA; Josu Elespe, hijo de Froilan Elespe, primer concejal socialista asesinado por la banda; Maider García, hija de Juan Carlos García Goena, víctima de los GAL, y Peru del Hoyo, hijo de Kepa del Hoyo, etarra que murió en prisión en 2017. Se habla de la rabia que parece que va curando el paso del tiempo, de lo frustrantes que son para las víctimas los 'ongi etorri' que reciben los etarras al salir de la cárcel, de lo nada reconocidas que se sienten las víctimas del GAL y de lo importante que es no olvidar y que la Justicia siga actuando con aquellos asesinatos aún por resolver. «Quien diga que mi Aita era un monstruo era que no le conocía», llega a decir Peru, que prefiere no saber lo que hizo su padre para acabar en la cárcel. Y ese es quizá el problema: el hecho de que una parte de la sociedad quiera cerrar rápido una etapa sin saber exactamente lo que pasó. Solo así se entiende uno de los datos que apunta el documental: la mitad de los universitarios vascos no sabe quién fue Miguel Ángel Blanco y fue asesinado hace 22 años. No es tanto tiempo. Porque como recuerda Iñaki García Arrizabalaga, hijo de una de las víctimas de ETA, «el pueblo que olvida es el que comete los mismos errores».

'ETA, el final del silencio' está disponible en Movistar+.

Vídeo. Un extracto de 'Zubiak'.

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