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El título era muy grandilocuente: 'Dirty Pop: la estafa detrás de las boy bands'. Y la longitud de la serie, perfecta para un pequeño atracón: tres capítulos. Era 'obligado' investigar más en Netflix, donde la emiten. Descubrí que no eran todos los grupos de música masculinos, sino sobre todo dos: Backstreet Boys y NSYNC. Y el resultado final tampoco fue el esperado. Unos capítulos que no ahondaban demasiado en la estafa del título.
El eje de esta miniserie es Lou Pearlman, empresario de dirigibles destinados a la publicidad afincado en Orlando (Florida). A principios de los noventa ve que se puede ganar mucho dinero montando un grupo de música al estilo New Kids on the Block. Dicho y hecho. Surgen Backstreet Boys, que comienzan a girar por todo el país. El éxito, curiosamente, les llega primero en Alemania y luego en Estados Unidos. Todo son parabienes para Pearlman, que ve cómo este negocio -nunca había dejado el resto- funciona. Para evitar la competencia a sus chicos y ganar más pasta, crea a su némesis: NSYNC.
La historia acaba mal. Papá Lou y los diez cantantes terminan en los tribunales por los contratos leoninos de Pearlman con las bandas. Llegaron a un acuerdo y el promotor continuó promocionando cantantes -LFO, Aaron Carter, Take 5, Brooke Hogan, B4-4 o Natural-. Usa a estos grupos para que canten ante posibles inversores. Todo para dar de comer a la estafa piramidal que estaba montando y con la que cayó en manos del FBI. La serie podía haber investigado más, pero solo escarba en la superficie. Sí que hace una aportación curiosa: con imágenes de Pearlman de archivo, consiguen que narre (murió en 2016) su biografía gracias a la inteligencia artificial.
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