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Con Buffy Summers sí que se puede decir aquello de que a la segunda fue la vencida porque el personaje que Sarah Michelle Gellar interpretó en la serie 'Buffy, cazavampiros' (1997-2003) ya había tenido una primera y discreta vida, bajo el rostro de Kristy Swanson, en 'Buffy, la cazavampiros' (Fran Rubel Kuzui, 1992), una mediocre película escrita por Joss Whedon que recogía buena parte de las intenciones de su creador, pero que se quedó a medio camino.
Producida por 20th Century Fox Television inicialmente para The WB, la cadena de Warner Bros orientada al público adolescente, la ficción seriada sí que logró, y de qué manera, establecer un universo único en el que Buffy era la pieza clave en torno a la que todo giraba. Whedon tenía una cosa muy clara: quería derribar prejuicios y estereotipos, sorprender al espectador, y no se le ocurrió otra cosa que crear una heroína atípica. Aquí, la adolescente rubia, destinada en otros tiempos a dirigir al equipo de animadoras y a ser el blanco fácil que necesita protección del varonil protagonista, se convertía en una mujer de armas tomar, empoderada y protectora, capaz de enfrentarse a los peligros más insospechados, cargarse a un montón de vampiros y acorralar al monstruo de la semana -ojo, porque estamos hablando de una época en la que todavía había 22 capítulos por temporada-.
Y Buffy era todo eso, pero a la vez era una adolescente en el instituto y luego en la universidad intentando encontrar su sitio, una joven con un buen puñado de inseguridades, que escondía todo su hartazgo detrás de la ironía y el cinismo, una chavala que, a veces, pecaba de infantil, y rehuía, como podía, de la responsabilidad que otorgan los poderes, tal y como aprendimos con el 'Spider-Man' de Sam Raimi, ¡cinco años después!, pese a que los comics llevaban años desarrollando historias similares.
La cosa tenía algo de truco porque pese a encajar física e idiológicamente en el grupo de los alumnos más populares, Buffy acababa en el clan de los incomprendidos, junto a Xander y Willow, despertando el interés del grueso de alumnos que no son la estrella del instituto. Y así, año tras año, el espectador asistía a un relato que abordaba la adolescencia (instituto) y la madurez (universidad) de un personaje que debía afrontar temas como la amistad, los amores de juventud, el sexo, la muerte de sus seres queridos, la ausencia y, ojo cuidado, su propia resurrección -vaya locura lo del musical-. Hubo una intención de hacer un 'reboot' de la ficción, pero la caída en desgracia de Whedon -no hay apenas un actor o actriz que hable bien de él- ha enterrado el proyecto.
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