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Hablar de 'Twin Peaks' es entrar en terreno pantanoso. Precioso, pero pantanoso. Porque se trata probablemente de la serie de culto más de culto de la historia, con un seguimiento increíble, decenas de libros que tratan de desentrañar cada mínimo detalle, cuentas dedicadas en redes sociales y extensos artículos académicos. Si no se puede decir que cambiase para siempre la historia de la televisión es porque era demasiado difícil de imitar. La mezcla de sus engranajes e influencias tan dispares no funciona de otra manera que de esta. Y en el centro de todo, él. Con su sonrisa exagerada, su café extremadamente caliente y su pulgar levantado. En medio del horror, la perversión y el baño de sangre, transita inmaculado Dale Cooper.
Probablemente haya habido más agentes del FBI en la ficción audiovisual que en la realidad. Ninguno, por supuesto, como nuestro Cooper. Kyle MacLachlan, el cuerpo invadido por nuestro personaje, dice que es el papel más importante de su vida, por eso es uno de los 50 mejores personajes de series del siglo XXI. Venía de trabajar con David Lynch —sus primeros trabajos serios en la industria— en dos películas difícilmente más dispares: 'Dune' y 'Terciopelo azul', ambas también distintas de 'Twin Peaks'. MacLachlan dice que planteó a Cooper como una continuación de su personaje de 'Terciopelo', seducido por Isabella Rossellini y torturado por Dennis Hopper, pero podemos asegurar que no tienen tanto que ver. Lejos de tener una mentalidad parecida a la del resto de los mortales, Cooper vive en otro plano de la realidad. Es un perro verde con unas habilidades sociales rarísimas, cándidas, buenistas, paranoicas, inexplicables, extemporáneas.
Se pasea Cooper por el pueblo de Twin Peaks a dos centímetros del suelo, es un ángel que va por trabajo a un sitio lleno de una gente muy turbia, gente que mezcla como nadie lo afable con el secretismo, que observa entre visillos, movido entre la apariencia y las pulsiones de sexo y muerte. Un pueblo que algunas noches es hogar del demonio, pero que nuestro agente observa con ojos de niño, fascinado por los árboles, las gentes y los búhos que no son lo que parecen. Por si no le conociéramos lo suficiente, vierte sus pensamientos más privados en la grabadora para Diane (que acabará existiendo y haciendo su aparición estelar en la tercera temporada).
Dale Cooper no pertenece totalmente ni al mundo de los habitantes de Twin Peaks ni al de las perversiones inexplicables y sádicas que lo amenizan. Él avanza distraído por una tercera vía, con una mirada inspirada e imaginativa que no es otra que la del propio Lynch. Sus apariciones en Twitter en los últimos años, haciendo predicciones del tiempo y deseando buenos días a todo el mundo lo confirman. 'Twin Peaks', pese a toda la sangre, las logias y los párrafos leídos al revés, es una serie luminosa. Al menos dentro de la producción de Lynch. Hay un humor —rarísimo— que no está en 'Mulholland Drive' o en 'Carretera Perdida'. Un humor humanista que sobre el papel es imposible que funcione combinado con tanta perversidad.
El milagro de la serie es, precisamente, que sí funciona. Que este marciano inquebrantable investiga este horror como si fuera un juego de mesa, sin mancharse —salvo cierto disparo y cierta posesión—. No solo el público ama con locura al inocente Cooper, también se lleva de calle los corazones de todo el pueblo: saben que él les hace mejores y, en el fondo, tienen cierta voluntad de mejorar, al menos casi todos. El hombre desprovisto aparentemente de dramas es el mejor para investigar sobre el inolvidable cadáver en el plástico.
Y llegó la tercera temporada en 2017, difícil de seguir para casi todos los humanos del planeta, donde Kyle MacLachlan interpretó bajo el mismo rostro a tres personajes distintos, más marcianos si cabe que en las otras dos temporadas, pero muy conectados con el antiguo Cooper. Si las nuevas localizaciones como Las Vegas nos hicieron echar de menos Twin Peaks, al menos nos pudimos hartar de los distintos Coopers. Todo un reto para MacLachlan, que tuvo que mezclar clown, matón inexpresivo, e idiota redomado aprendiendo a vivir despertado metafóricamente por su elemento inseparable: el café. El café y los postres como pivote fundamental de la vida, tan importante como las desgracias, «date un regalo cada día», un consejo para el sheriff Truman a la misma distancia de la tontería que de la iluminación cósmica.
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Este artista de lo inesperado es lo que necesitaba el pueblo del crimen. La serie de éxito más rara de la historia está toda sostenida por la sonrisa de Cooper, que es a la vez una macabra sonrisa de Lynch atrapando, como dice él, un «pez dorado». Un director único dejando una extrañísima lección encima de la mesa con esta historia, que además de turbia y desconcertante, además de sangrienta y exagerada, era increíblemente entrañable.
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