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A los 70 años ha renacido una actriz. Teresa Rabal forma parte de la memoria sentimental de la generación EGB gracias a los millones de discos y programas para niños que protagonizó en los 80 y 90. Pero antes de aquello ya era una intérprete consagrada a las órdenes de directores como Mario Camus y Jaime de Armiñán. 'Tin & Tina' supone el regreso a la gran pantalla de la hija de Paco Rabal y Asunción Balaguer cuarenta años después. Su presencia y su maravillosa voz en el papel de una monja brillan en este thriller de Rubin Stein presentado en el ciclo PreFant bilbaíno, que llegará a las salas el 31 de marzo.
–Debutó a los nueve años nada menos que en 'Viridiana' de Luis Buñuel. ¿Conserva recuerdos de aquel rodaje?
–Todos. Tengo el olor de la esponja de maquillaje dentro. Son recuerdos de familia, porque Buñuel era el tío Luis en mi casa. Rodamos en La Moraleja, cuando era una finca. Buñuel quería que cruzara los pies cuando salto a la comba, y yo no sabía. Así que me dobló los pies la hija de los guardeses. Me dio una rabia... Al día siguiente tenía que subirme a un árbol. Mi padre estaba muerto de risa porque no había trepado a un árbol en la vida, pero lo hice.
–Ya era una actriz exigente con nueve años.
–Responsable. A ver, tenía a mi padre al lado. A Fernando Rey, a Silvia Pinal...
–¿Le ha pesado en su carrera la sombra del mito Paco Rabal?
–Todo lo contrario. Me siento orgullosísima del padre que he tenido y de mi madre. Me ha servido para aprender y superarme. Cuando trabajaba, mi mayor ilusión era que ellos se emocionaran. Me sentía obligada a hacer las cosas bien, nunca me han pesado los apellidos famosos.
–Muchos desconocerán su pasado actoral.
–Al tener tantísimo éxito musical con los niños tuve que dejar el cine; yo he llegado a tener callos en la mano del micrófono. La gente olvida muy rápido, da mucha rabia. Soy una persona con muchísima paciencia. La música me ha dado alegrías y le estoy agradecidísima, pero yo nací para ser actriz. Y quiero volver ahora.
–Le tocaron unos años en el cine donde triunfaba el destape.
–El destape y unos guiones horribles. Todo era desnudarse, acostarse... Hice alguna de esas películas y no me gustó. Así que me volqué más en el camino de la música.
–Una curiosidad: en 1971 trabajó junto a Brigitte Bardot y Claudia Cardinale en 'Las petroleras'.
–Esa fue una de las lecciones más maravillosas de mi vida. Era muy jovencita y rodábamos en un tren en Burgos, en pleno verano con un calor horroroso. Ellas iban abrigadas hasta arriba y hacían de dobles de luces sin quitarse nada. Entonces aprendí que en un rodaje no hay que darle trabajo a los demás.
–¿Cuándo entra la canción infantil en su vida?
–En 1979. Una compañía de discos de Barcelona quiso grabar un disco con canciones infantiles, pero luego pensaron que una chica de veinte años no iba a vender para los niños. No creyeron en ello, y Eduardo (Rodrigo) y yo se lo regalamos a Unicef. Al año siguiente hicimos el 'Veo veo'. A los dos meses la compañía me regaló un brillante.
–Vendió siete millones de discos.
–Una barbaridad. La clave del éxito fue la calidad de las canciones y que a mí me gustan mucho los niños. Yo daba el alma. Los niños son tremendamente receptores y había una conexión. Además, yo tenía mucho escenario, conozco el sonido del público.
–La aventura del circo le salió mejor que a Bárbara Rey.
–No tenía nada que ver. Nosotros teníamos un circo musical, sin animales. Eduardo había tenido circo en América cuando era famoso. Fue un exitazo y ganamos muchísimo dinero. Pero yo no llevo a mis nietos al circo.
–¿Qué quiere decir?
–Es una vida muy diferente. Cuando regresaba de las giras volvía a la civilización. El circo es un mundo diferente y no les importa lo que ocurre de puertas afuera. Llegó un momento que dije: hasta aquí.
–Fue el primer circo con colegio para los hijos de los artistas.
–Así consta en el Ministerio de Educación, el primer colegio ambulante de un circo lleva mi nombre. Mis hijos fueron a ese colegio durante el primer año, fuimos conejillos de indias. Es mi mejor recuerdo del circo.
–Eduardo Rodrigo ha sido el gran amor de su vida y el hombre clave en su carrera.
–Cuarenta y tantos años juntos. Mi compañero de vida. Ahora tengo que aprender a vivir sin él. Primero se fue mi padre, después Eduardo y luego mi madre. Le sigo echando en falta, tengo un antes y un después. Me falta para contarle mis cosas.
–Han sido unos años terribles: a la muerte de sus seres queridos se unió un cáncer de mama que felizmente superó.
–Cuatro años que ya se han pasado. No me arrepiento de nada. He cuidado a Eduardo y luego a mi madre. A mi padre no pude porque se fue como él quería, de golpe (murió en 2001 en un vuelo de regreso a Madrid). Siempre decía que no quería ser un bulto negro. Fue inteligente hasta para morir. Eduardo sufrió dos años de enfermedad larga y complicada. Y cuando llegó lo de mi madre, yo ya estaba muy tocada, aunque estuve con ella todo el rato. Ahora estoy bien, tranquila. En cuanto a mi cáncer, como ocurrió cuando estaba Eduardo muy enfermo no le di importancia.
–Leímos que en 2019 se había visto obligada a vender Villa Renata, la casa familiar en Alpedrete (Madrid).
–La prensa rosa exagera y busca el morbo. Hay muchísima gente que tiene deudas y no las paga. Yo pagué todas. Quitarte las deudas no es una ruina, es una felicidad. Sigo viviendo muy bien y tengo unos hijos maravillosos. Vivimos en la misma casa, yo arriba y ellos abajo.
–Unos hijos que se dedican al espectáculo pero al otro lado de la cámara.
–Sí, mi hijo Luis Rodrigo es músico e ingeniero de sonido y mi hija María es directora de casting.
–Si fueran actores se apellidarían Rabal...
– No. Admiran mucho a su padre y a mí me parece muy bien. Yo no lo hubiera consentido.
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