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La de 'Ocho apellidos marroquís' no es la mejor carta de presentación para una película que tiene por objetivo conquistar al público. El largometraje, que llega este viernes a las salas de cine, iba a titularse 'Casi familia', pero a principios de año Telecinco Cinema y Universal, productora y distribuidora detrás del filme, decidieron rebautizar la película como 'Ocho apellidos marroquís', en un intento de sacar rédito de la franquicia que se inició hace casi una década con 'Ocho apellidos vascos' (2014), la cinta española más taquillera de la historia, con casi 9,5 millones de espectadores y 56 millones de euros de recaudación, y que continuó con 'Ocho apellidos catalanes' (2015).
Quizá por eso Álvaro Fernández Armero, director de este último largometraje, le ha dado una vuelta a la historia en las entrevistas promocionales en torno al filme, asegurando que la película «era inicialmente lo que es ahora», pero que, como no estaban ni Clara Lago ni Dani Rovira y pensando en la posiblidad de hacer en un futuro una tercera entrega con ellos en el barco, decidieron llamarla 'Casi familia'. No es, sin embargo, lo que afirmaba en enero a este periódico Diego San José, que decía que la película partía de un argumento previo, 'Casi familia', donde él participaba junto a Borja Echevarría y Daniel Castro, que es el único que firma el libreto en los créditos. «Lo que ocurre es que la película final, lo que se rodó, no tiene tanto que ver con aquel argumento», explicaba entonces el coautor junto a Borja Cobeaga de 'Ocho apellidos vascos' y su secuela, 'Ocho apellidos catalanes'.
Más allá de la polémica lo cierto es que el choque cultural, esta vez extremo, vuelve a ser el motor de esta comedia acerca de los prejuicios y la tolerancia, con una tendencia clara a hacer humor, sin hacer daño, con buena parte de los tics la derecha española más rancia. Por supuesto, ni Clara Lago ni Dani Rovira forman parte de este nuevo proyecto que protagonizan el 'chanante' Julián López, cada vez más cercano al Javier Cámara cómico, y Michelle Jenner.
La película da comienzo con la muerte de José María, un empresario cántabro, dueño de una gran conservera, al que da vida Antonio Resines. Los valores y creencias tradicionales están más que asentados en el seno de esta familia que rezuma clasismo por todos los poros, algo que se deja entrever con pocas pero nada sutiles pinceladas -«tu marido era el único que no contrataba inmigrantes», le dicen con orgullo a la viuda Carmen, interpretada por Elena Irureta-. Y a ese funeral acude Guillermo (López), un profesor de golf que cumple, una a una, con todas las características del buen español y patriota. Este integrante de la «gente de bien», que dirían algunos, tiene pelazo, chaleco sin mangas y lleva diseminada la bandera española por toda su indumentaria, sempiterna pulserita incluida.
Guillermo se acerca a la iglesia para presentar sus respetos a Carmen y su hija Begoña (Jenner) y, de paso, intentar volver con ella, aunque la mujer, que planea aceptar un trabajo en Chicago, no parece muy por la labor. Cuando el deportista cree que ya está todo perdido, descubre que la última voluntad de José María es que Begoña y Carmen viajen a Marruecos para traer de vuelta 'El Sardinete', la primera embarcación que adquirió para la conservera, un navío que creían ya desguazado y que está anclado en un puerto del país africano. Asustadas por lo desconocido, Guillermo aprovechará la oportunidad, al grito de «os pueden echar burundanga en el cuscús» para viajar con ellas y tratar de reconquistar a Begoña. Lo que jamás se iban a imaginar es que allí conocerían a Hamida (María Ramos), la otra hija de José María.
Es el punto de partida de una ficción simplona y entretenida que, como las otras dos de la franquicia, tira de tópicos y de relación romántica para hacer comedia y abordar cuestiones como el falso patriotismo, el racismo o la xenofobia. Gags que a veces funcionan bien -cuando le preguntan a Guillermo si es vasco justo después de afirmar que procede del norte de España y el dice que no, que es del «norte bueno», o ese viaje en patera- y otras, no tanto -la secuencia del coche estropeado en la carretera es un esperpento-. Por el camino, la ficción trata de desmontar los prejuicios que nacen de la ignorancia y del miedo al otro y a lo desconocido en torno a la cultura musulmana, sin dejar de criticar algunos de sus aspectos -el machismo, fundamentalmente- y al mismo tiempo expone paralelismos con las costumbres y cultura españolas -las procesiones de Semana Santa o el machismo nuevamente-, dejando claro que no están tan alejadas las unas de las otras.
Y, al mismo tiempo, habla de los secretos que las personas se llevan a la tumba, de que una cosa es la fachada que proyectamos -guiño, guiño- y otra, lo que realmente somos, y de la necesidad de aceptación por parte de los demás. Todo, eso sí, lleno de lugares comunes y desde el tópico: no faltan el bazar, las diferencias en torno a la gastronomía, una pedida de mano, una boda o los problemas migratorios. Criticaba la propia Irureta en una entrevista reciente con motivo de la película la «involución» hacia la que estos días camina la sociedad. «Parece mentira que en 2023 sea la gente tan clasista y racista, con países que votan a la ultraderecha», decía, y el propósito de esta comedia es reírse de todo ello. «Si la gente logra, dentro de la risa, ver lo ridículo que llega a ser esto y que se ría de sí misma, ya habremos conseguido algo», afirmaba entonces.
En este sentido, 'Ocho apellidos marroquís' trata de agitar levemente conciencias, sin hacer sangre y con la vista puesta en gustar a la mayoría del público. Las risas en la 'premiere' fueron inequívocas, pero puede que esa falta de garra, comprensible con la sensibilidad tan a flor de piel hoy en día, no le granjee el gran éxito que busca, por mucho nombre que lleve.
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