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Ya van quedando menos y con la muerte de Norman Jewison, casi centenario, se va uno de los últimos clásicos de Hollywood. Un grande menor para algunos, un profesional camaleónico para otros por su capacidad de adaptarse a diferentes géneros cinematográficos. Incluso supo combinar el espectáculo con algunos mensajes claramente reivindicativos en sus filmes. Y todo ello, aunque en algunos casos de forma algo tardía, también tuvo el refrendo del gran público y en cierta medida de la crítica oficial.
De origen canadiense (Toronto), falleció el sábado a los 97 años de edad en su residencia de Los Ángeles, aunque la noticia no se ha sabido hasta dos días después. Lo anticipó el lunes por la noche el medio estadounidense especializado The Hollywood Reporter y lo confirmaba su publicista, Jeff Sanderson. De forma errónea, algunos pensaban por su apellido que era de origen judío –su película 'El violinista sobre el tejado' también alimentó la rumorología-, aunque realmente procedía de una familia cristiana.
Repasando su dilatada vida profesional, Holllywood mostró con él lo que ya otros vivieron con cierta amargura antes. Su larga obra fue bien reconocida, incluso premiada –una docena de cotizadas estatuillas de los Oscar lo avalan junto a 45 nominaciones a los mismos, además de otros galardones diferentes-, pero a él la Academia solo le concedió uno por su trayectoria –el premio de consolación como lo califican muchos en la profesión- y simbólicamente casi con el cambio de siglo, en 1999 –desde entonces solo filmaría otra obra, 'La sentencia', en 2003 con el también veterano Michael Caine-.
Tras unos inicios profesionales, allá en la década de los sesenta y procedente del mundo de la televisión, marcados por varias comedias románticas –Tony Curtis, Doris Day, Rock Hudson o Dick Van Dyje, entre otros, actuaron bajo sus órdenes- entre las que destacó 'No me mandes flores' (1964), filmó en 1965 una de sus mejores obras. Se trata de 'El rey del juego', un destacado drama sobre el juego con estrellas rutilantes como Steve McQueen y Edward G. Robinson, bien secundados por Karl Malden yu Ann-Margret.
Dos años después estrenaría la, para no pocos críticos, su mejor película. 'En el calor de la noche' (1967) mezclaba sabiamente varios géneros –una de las características de bastantes obras suyas- para, con apariencia de un tenso thriller policiaco encabezado por Sidney Poitier -el primer afroamericano en ganar un Oscar, cuatro años antes- y Rod Steiger -reconocido por la Academia como mejor intérprete por este filme-, realizar una severa crítica social al segregacionismo en un país y una industria donde entonces dominaba claramente el color blanco –repetiría reivindicación en 1984 con 'Historia de un soldado' y años más tarde afirmaría que «cada vez que una película trata sobre el racismo, muchos estadounidenses se sienten incómodos«-. Fue también su obra más galardonada, con cinco premios Oscar sobre un total de 22 nominaciones, incluido el de mejor película, y tres Globos de Oro.
La década de los 60, seguramente la más fructífera para él –una docena de obras así lo atestiguan-, la completaría con dos obras en apariencia menores aunque para otros serían verdaderos éxitos. Se trata de la comedia '¡Que vienen los rusos'' (1966) parodiando la guerra fría entre EE UU y la URSS, aunque no exenta de ciertos momentos para la reflexión, y 'El caso de Thomas Crown', una de las mejores películas sobre ladrones de arte jamás filmada y de nuevo con Steve McQueen como protagonista.
El cambio de decenio, no obstante, tampoco le sentaría mal. Su primera película de los setenta terminaría –al principio no lo fue- resultando otro gran éxito; 'El violinista en el tejado '(1971), encarnado por Topol, es otra muestra camaleónica de su arte donde con bajo el manto de un musical colaba de nuevo varios mensajes de crítica social. Para los melómanos quedará la banda sonora y para los estadistas sus tres premios Oscar, acompañados por dos Globos de Oro.
Dos años después llegaría otra de sus obras cumbre –tantas sumó que el apelativo de uno de los clásicos no resulta gratuito- llevando el mismo género musical a la religión, aunque ésta vez no fue original. La suya fue una adaptación de la obra exitosa de Broadway del mismo título, con la recordada música de Andrew Lloyd Webber y Tim Rice –nominada a varios premios cinematográficos, pero sin suerte-, aunque seguramente con otro director a los mandos 'Jesucristo Superstar'(1973) no hubiera salido tan redonda.
Después, en un período de diez años estrenaría media docena de películas, entre ellas la futurista 'Rollerball' (1975)' con James Caan, 'FIST, símbolo de fuerza' (1978) con Sylvester Stallone como sindicalista poderoso, o 'Justicia para todos' (1979) con Al Pacino como abogado reivindicativo, en los ochenta intentó reinventarse ante un Hollywood donde también las preferencias estaban cambiando y se imponía el cine de acción junto a la comedia. Con todo, aún nos dejaría otro drama religioso de cierto impacto y un duelo femenino de altura: 'Agnes de Dios' (1985) con Jane Fonda y Anne Bancroft.
Su último gran éxito se estrenaría en 1987: 'Hechizo de luna', una vuelta a sus inicios de comedia romántica. Nada de crítica social esta vez, tampoco mensajes subliminales; humanidad a raudales y una buena combinación de protagonistas con la cantante Cher -doblemente premiada por su interpretación- y el autoexplotado Nicholas Cage. La Academia de Hollywood premió este trabajo con tres Oscar y dos Globos de Oro.
Tras aquellas mieles postreras, varios filmes claramente menores para acabar su carrera -en la última parte hasta su retirada definitiva colaboró en varias producciones televisivas- salvo otro destacado drama y de nuevo mezclando géneros (carcelario, judicial y deportivo): 'Huracan Carter' (1999), protagonizado por Denzel Washington para ilustrar un caso emblemático de los derechos civiles en EE UU. Ese mismo año la industria de Hollywood premiaba su valiosa trayectoria con un Oscar tardío, aunque otros colegas suyos no menos prestigiosos ni siquiera tuvieron ese reconocimiento. Él lo recibió bromeando dadas las circunstancias: «lo único que lamento es que no es como el Nobel o el Pulitzer; no incluye dinero».
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