Secciones
Servicios
Destacamos
Necesitas ser registrado para acceder a esta funcionalidad.
Opciones para compartir
Hubo un tiempo en que las salas de barrio alfombradas de pipas llenaban sus sesiones gracias a un cine español ajeno a autorías y trascendencias. Un día proyectaban 'Los bingueros', otro 'El ataque de las vampiras' y al siguiente 'Supersonic Man'. «No sentíamos la necesidad de ser intelectuales, el cine se justificaba en sí mismo», recuerda Álex de la Iglesia en 'Sesión salvaje', un documental presentado en el Festival de Sitges que reivindica aquel otro «cine de barrio».
Hablamos de los spagueti y chorizo westerns que se rodaron en Almería, de Paul Naschy como el hombre lobo, de Pajares levantando los brazos en el ring de 'Yo hice a Roque III', de los quinquis de Eloy de la Iglesia. Películas que salieron adelante luchando contra la censura primero y la precariedad de medios después. Muchas fueron masacradas por la crítica, pero encontraron el aplauso de un público que acudía a las salas en cifras hoy inimaginables. «Hasta ayer, estas películas estaban consideradas cine Z», lamenta Nacho Vigalondo. «Cine de explotación que se estrenaba como una diversión de baja estofa».
Los directores de 'Sesión salvaje', Paco Limón y Julio César Sánchez, han sido afortunados al contar con Enrique Cerezo como productor. Significa que han podido disponer de las imágenes de miles de películas propiedad del presidente del Atlético de Madrid, que solo en su plataforma Flixolé oferta más de 3.000. El documental divierte con efectos especiales de saldo y el morro de directores como Jess Franco, que podía rodar a Klaus Kinski y aprovechar el mismo paseo para dos películas distintas. «Yo he hecho lo que me ha salido de los huevos», resume el autor de 'Macumba sexual', fallecido en 2013.
Pero aquel cine español salvaje y valiente también se salía de los márgenes en títulos del calibre de 'Arrebato' de Iván Zulueta o el primer Bigas Luna. Como matiza la actriz Esperanza Roy, «no era explotación, era industria». La Ley Miró en 1982 significó la puntilla para aquellas películas al subvencionar desde entonces un cine de autor alejado del gran público. Los directores ensimismados ya no estarían atentos a la actualidad, como MarianoOzores, firmante de 'El primer divorcio' y '¡Qué vienen los socialistas!'. «Cuando empezamos a hacer cine no queríamos conocer a Mario Camus o Pilar Miró, sino a Juan Piquer Simón ('La grieta', 'Mil gritos tiene la noche')», confiesa Álex de la Iglesia.
'Sesión salvaje', que llegará a las salas en próximas fechas, atesora testimonios impagables de actores y directores que participaron en la época dorada de las coproducciones. A Álvaro de Luna, especialista en sus inicios, los actores extranjeros le preguntaban si en España teníamos teléfono. Entonces se rodaban versiones dobles, la misma escena con la actriz vestida para España y desnuda para el mercado internacional. Trabajaban siempre los cuatro actores que sabían inglés, como Simón Andreu, que lo aprendió en la mili. Suya es la anécdota impagable de Eloy de la Iglesia –quince años ausente de las pantallas por la heroína– yendo a la discoteca Bocaccio a hacer «un casting de pollas» para la escena de la castración de 'El sacerdote'.
álex de la iglesia
enrique lópez lavigne
La precariedad llevaba a Ignacio F. Iquino ('Busco tonta para fin de semana', 'Aborto criminal') a gritar 'i' en vez de 'acción' para ahorrar unos metros de celuloide. Si Rafael Romero Marchent rodó en Almería antes que Sergio Leone, Chicho Ibáñez Serrador llevó el fantástico español a territorios nunca explorados con solo dos largometrajes, 'La residencia' y '¿Quién puede matar a un niño?'. Cuenta el productor Enrique López Lavigne que cuando conoció a Quentin Tarantino este le espetó: «¿Eres un productor español? ¿Y qué haces que no estás produciendo a Chicho?».
A la nostalgia de las salas y los videoclubes se suma la añoranza de un cine auténticamente familiar. Diego San José recuerda cómo se reía con su padre viendo aquellas 'españoladas'. Y hasta aprecia buenos gags en las comedias de Ozores: «Conectamos con un espectador que ya no somos», apunta. Nacho Vigalondo reconoce que, con la llegada de internet, pensaba que la gente iba a ser mucho más cinéfila, pero no ha sido así. El público actual, al que hay que darle todo mascadito, ha resultado ser menos sofisticado, libre y generoso que el de los 70 y 80.
Publicidad
Publicidad
Publicidad
Publicidad
Reporta un error en esta noticia
Comentar es una ventaja exclusiva para registrados
¿Ya eres registrado?
Inicia sesiónNecesitas ser suscriptor para poder votar.