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Manu Gómez echó mano de sus recuerdos infantiles en 'Érase una vez en Euskadi', estrenada el pasado octubre, que arrancaba con unos chavales que recogían pelotas de goma después de cada manifestación. Eran juguetes gratis, sus galones a los 12 años. 'Belfast', que se estrena en cines este 28 de enero, también bebe de la memoria de su director, Kenneth Branagh, que nació en la capital de Irlanda del Norte en 1960. Crecer en la Euskadi de los años de plomo y en medio de la guerra entre protestantes y católicos ha marcado para siempre a los realizadores, que exorcizan su pasado en películas adscritas a ese género llamado 'coming-of-age'. Ambos también coinciden en edulcorar su mirada hacia unos tiempos turbulentos, en atemperar con la nostalgia una época en la que, a pesar de la situación social y política, fueron felices.
'Belfast', que suena como favorita para el Oscar, comienza en color con unos planos a vista de dron del moderno Belfast. Donde antes se construían barcos hoy se yergue el imponente Museo del Titanic. Las pintadas de odio han dado pase a murales que recuerdan décadas de enfrentamiento, de atentados terroristas y ocupación militar. Suena Van Morrison (sus canciones no cesan durante toda la película) y volvemos al blanco y negro en 1969. Un chaval de familia protestante –Buddy (Jude Hill), 'alter ego' de Branagh– juega entre las barricadas. Asiste a sermones incendiarios en la iglesia. Está enamorado de la niña más lista de la clase. Disfruta del amor de sus abuelos. «La maldita religión es el problema», lamenta un padre ausente que trabaja en Inglaterra y que aspira a no meterse en líos. El dilema de la familia será quedarse mientras la convivencia entre protestantes y católicos se resquebraja o emigrar a algunos de los confines de la Commonwealth.
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Branagh reivindica conceptos que hoy, por desgracia, están demodé: el orgullo de clase obrera, el amor familiar, la solidaridad de barrio, la unión de una comunidad. No profundiza en la situación de Irlanda del Norte porque su apuesta es otra: el territorio sentimental.
Los mejores momento de 'Belfast' pertenecen a esos recuerdos del director. La evasión que suponía una sala de cine, oasis de sueños compartidos, frente a la grisura de la vida cotidiana. Branagh inserta fragmentos de películas como 'El hombre que mató a Liberty Valance', 'Chitty Chitty Bang Bang', 'Solo ante el peligro' y 'Hace un millón de años'. Las calles arden, controles y tanques, pero para un crío de nueve años el día a día pasa por jugar al Subbuteo y robar chocolatinas en la tienda del pakistaní.
Dedicada «a los que se fueron, a los que se quedaron y a los que se perdieron», 'Belfast' echa mano del almíbar en no pocas ocasiones. Jamie Dornan y la estupenda Caitriona Balfe son los guapísimos padres del protagonista, mientras los veteranos Judi Dench y Ciarán Hinds bordan a los abuelos. Branagh abusa de los 'grandes éxitos' de Van Morrison y hasta convierte un funeral en un sonrojante numerito musical a los sones del 'Everlasting Love' de Love Affair. «No podemos irnos, solo quedarán los chalados», se escucha en una cinta simpática y entrañable, una 'feel good movie' de manual que en Estados Unidos deslumbrará y que los espectadores europeos amamantados por el cine de Ken Loach contemplarán con una sonrisa amable.
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