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Ayer fue el Día Mundial contra la Trata de Personas. Millones de niños y mujeres, sobre todo, y de hombres, son captados cada año por redes internacionales, más cercanas de lo que uno pudiera llegar a pensar a priori, para utilizarlos para fines ilícitos. En la mayoría de los casos, para convertir a esas personas en trabajadores forzosos, incluido el sexo, claro está. Tráfico de drogas, armas y personas mueven el mundo.
Al mismo tiempo que organismos públicos y privados hacían en la jornada de ayer un tímido llamamiento contra esta lacra que mueve las economías de todo el mundo y que tiene bajo sus garras, según la Organización Internacional del Trabajo, a 21 millones de personas, leo dos noticias relacionadas. La Policía Nacional lograba liberar en Cuenca a una mujer a la que uno de los proxenetas más buscados del país retenía y explotaba sexualmente con la excusa de que debía saldar una deuda. Por otro lado, aquí, en Gran Canaria, también la Policía desenmascaraba a un putero que quería que el servicio le saliese gratis, pues denunció supuestos cargos fraudulentos con su tarjeta bancaria en un club de alterne. Además de putero, estafador.
No sé qué clase de trabajadoras sexuales habrá en ese club, o en cualquiera de los muchos que frecuentan los hombres –sus grandes clientes, aquí no hay sexismo–. Pero segurísimo que en todos y cada uno de ellos habrá alguna historia de explotación, de provecho de unos sobre mujeres –y menores– procedentes de entornos sociales, familiares y económicos necesitados.
Pero ya si uno mete en internet las palabras prostitución y España, los resultados son para llorar. Resulta que España lidera el consumo de prostitución de la Unión Europea –un 39% de los hombres españoles admite haber pagado por sexo en el último año–, lo que lleva a otros datos; como que aquí mismo se está traficando con total impunidad con mujeres y niñas, se las está explotando sexual y laboralmente, se las está ninguneando, invisibilizando, pisando sus derechos, quitando todo resquicio de dignidad, amordazando su libertad. En su inmensa mayoría los puteros no consideran que pagar por tener sexo es una forma más de violencia. Pero es así, es formar parte de la interminable maquinaria que sustenta la trata de personas, las mafias, la explotación sexual, la violencia de género, las violaciones y otros muchos más delitos. Pagar por tener sexo es la forma más baja que puede utilizar alguien para obtener un rato de placer. Y es que entras como cliente y sales como cómplice; sin clientes no hay trata; sin puteros no hay mujeres explotadas.
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