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Aquellas personas en las que conviven la pasión por el fútbol y por la literatura sacarán a menudo a relucir en sus conversaciones Fiebre en las gradas, novela de cabecera en la que Nick Hornby desnuda la locura que invade su vida cada vez que juega el Arsenal.
Hornby es el autor de Alta Fidelidad o 31 canciones, textos cargados de sutileza y una mirada precisa a la cultura de su generación. Pero también es un tipo que muestra un comportamiento irracional en el que los resultados de su equipo condicionan sus estados de ánimo.
Ese virus nos infecta a todos aquellos que más allá de la pelota creemos en nuestro equipo como parte de nuestra identidad territorial. Somos severos jueces cuando los resultados son esquivos y complacientes parroquianos cuando el marcador nos beneficia.
Por eso es significativo y elogiable el comportamiento actual de la afición de la Unión Deportiva. Que aún encadenando tres victorias consecutivas es capaz de mantener una actitud crítica con la gestión de Miguel Ángel Ramírez y su desprecio a los valores señeros que en otro tiempo tuvo esta entidad.
Porque saben diferenciar el comportamiento en la cancha de los verdaderos representantes del escudo que porta el anagrama de los cinco fundadores de lo que a día de hoy es la empresa sin corazón en la que ha transformado la sociedad anónima.
Y que se han cansado de aplaudir la forma de proceder de los rectores de lo que para muchos es un sentimiento. Su lealtad se ha pagado con mentiras y soberbias. Y no es cuestión de un verano tormentoso en el que se han visto todas las imperfecciones de un modelo desprovisto de autocrítica, son muchos años de una tomadura de pelo que no tiene pinta de acabarse.
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